(Galde 21 primavera/2018). Santiago Burutxaga.
Los 40 Radikales, un recorrido por el tiempo de la música contestataria vasca. Los 80 fueron años ásperos en el País Vasco. Años de barricadas y de tiros en la nuca. Las reconversiones y el cierre de las industrias que habían sido emblemáticas arrojaban a miles de trabajadores al desempleo al tiempo que la naciente democracia pugnaba por estabilizarse entre sobresaltos golpistas. No era el paraíso soñado y la heroína ejercía su fascinación destructiva en muchos jóvenes de barriada desencantados que vivían su aquí y ahora sin mejores perspectivas de futuro. La música punk supo interpretar ese vacío nihilista. Su estética extravagante y provocativa, su desprecio antisistema, se convirtieron en una bandera para sectores significativos de la juventud vasca de esos años. Pero esto no ocurrió de un día para otro.
David Mota analiza en su libro Los 40 Radikales el proceso de construcción y posterior declive de lo que se conoció como el Rock Radical Vasco (RRV). Un proceso en el que el Punk marginal y bronco de barriada se fue convirtiendo progresivamente en Rock euskaldun urbano, reivindicativo y politizado. Este cambio se produjo fundamentalmente de la mano de Herri Batasuna y de Jarrai, su rama juvenil. Esta última organización se autocriticaba a comienzos de los 80 por haber desatendido a sectores “marginales” de la juventud, a los que había considerado ajenos a la realidad nacional vasca, tipificándolos como pasotas, punkarras, rockeros y drogadictos. Es decir, una música, una estética y una filosofía de vida ajenas a los valores de la supuesta verdadera cultura vasca. HB pondrá en ese momento su poderosa maquinaria organizativa al servicio de una operación político-cultural consistente no solo en recuperar a esas ovejas negras perdidas, sino en redimirlas convirtiendo su música en uno de los ejes centrales de su apuesta cultural.
Nace así la etiqueta RRV, una simbiosis entre el radicalismo político y la escena musical contestataria. En poco tiempo, el apoyo de las radios libres, la prensa afín, nuevos sellos editoriales, las comisiones de fiestas y los conciertos organizados por los movimientos abertzales (Campaña Martxa eta Borroka), harán del RRV la genuina música de la juventud vasca, hasta entonces capitaneada por los cantautores y otras músicas de raíz tradicional. Lo underground se reivindica y pasa a ser patriótico. Siguiendo el relato del autor, no todo el rock era HB, ni todos los grupos aceptaron de la misma manera esa apropiación de sus banderas por parte de la política. Unos compartían las ideas o se beneficiaban de ellas, mientras que otros prefirieron mantener su independencia y seguir disparando con sus guitarras contra todo y contra todos, aún a riesgo de quedar desubicados en la nueva línea contracultural correcta trazada, que aseguraba prestigio, apoyo y sustento. En la década siguiente, cumplida su misión, el underground indomable volverá a sus catacumbas, dando paso a otras músicas más festivas. Con el tiempo, incluso cantar en inglés dejará de ser cosa de pijos.
David Mota (Bilbao, 1985), doctor en Historia cCntemporánea, hace uso de sus dotes de investigador para situar en el contexto político un movimiento que fue mucho más allá de lo musical y que él no pudo conocer por su edad. Pero el retrato social que dibuja no se limita a las bandas vascas. En paralelo al RRV, la movida madrileña también es objeto de análisis crítico como otra forma de instrumentalización política de la cultura, ésta mucho más light y encaminada a mostrar al mundo la cara amable y desenfadada de la España progresista.
Un extenso último capítulo de Los 40 Radikales está dedicado a relatar la facilidad con que el rock crítico irrita a los sectores sociales más conservadores y acaba en los tribunales. El tema no podía ser de mayor actualidad, aunque en el libro puede verse que no es nuevo. Arranca con el escándalo en 1983 de la aparición de Las Vulpes en Televisión Española cantando “Me gusta ser una zorra” y finaliza con los penúltimos casos de judicialización de expresiones de protesta que, gusten o no, tienen derecho a ser expresadas, como acaba de dictaminar el TEDH de Estrasburgo.
En resumen, un libro muy recomendable, incluso para quienes no se interesan por la música rock.