Las mil caras del machismo

Alrededor del 8 de marzo

Llevamos varias décadas inventando palabras alrededor del machismo, sin saber exactamente si las nuevas formas necesitan nuevas expresiones o si valen las de siempre. “Micromachismos” fue un término acuñado en la década de los 90 y que hace referencia a esas muestras de machismo cotidiano que pasan desapercibidas a muchas personas (a veces, también a quienes las sufren). El psicoterapeuta Luis Bonino define los micromachismos como “prácticas de dominación y violencia masculina de la vida cotidiana, del orden de lo ‘micro’… de lo capilar, lo casi imperceptible”. Más adelante afirma: “son las armas masculinas más utilizadas, con las que se intenta imponer el propio punto de vista o razón”.

Miguel Lorente, médico y experto en violencia contra las mujeres, llama “posmachismo” a las nuevas estrategias que urden los hombres para seguir manteniendo su poder sobre las mujeres. Amparo Rubiales, doctora en Derecho y miembro del PSOE, sin embargo, prefiere llamar a eso “neomachismo”. Según ella, los neomachistas no cuestionan la igualdad, sino las consecuencias de su ejercicio. Para ellos, vivimos en una sociedad igualitaria, y cualquier medida de acción positiva, cualquier crítica al orden establecido es una especie de venganza o de revancha de las mujeres. Tras leer este artículo, ustedes decidirán si esos términos describen bien los casos que les voy a relatar, o estos son sencillamente casos de machismo, a secas; eso sí, de mayor o menor intensidad.

Las manifestaciones de machismo invaden nuestra vida desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Es verdad que algunas son más graves que otras, pero entre todas van tejiendo una fina red, a veces imperceptible, en la que todo el mundo está envuelto. No es lo mismo el androcentrismo que la utilización de las mujeres en la publicidad, el lenguaje sexista que la escasa presencia de las mujeres en el ámbito público, pero todo ello debe ser visibilizado, para ser conscientes de que nuestras actitudes cotidianas están impregnadas de un machismo sutil.

Una muestra clara de machismo la tenemos diariamente en las tertulias, ya sean de radiofónicas o televisivas. Salvo honrosas excepciones, la mayoría de quienes participan en ellas son hombres. Como si en este país no hubiera mujeres suficientemente preparadas para hablar de cualquier tema. Lo mismo ocurre con las columnas habituales de los periódicos. También en ellas la presencia de las mujeres sigue siendo muy escasa. Por lo que se refiere a las tertulias, vemos que muchos de los tertulianos hablan sin ningún rubor de temas que desconocen, y especialmente cuando se refieren a la discriminación de las mujeres. Nada saben del sufragismo ni sobre medidas de acción positiva o discriminación indirecta, tampoco saben de las aportaciones del feminismo a una sociedad más justa e igualitaria. Por otra parte, cuando hablan de ciencia, arte, literatura o cualquier otra disciplina, apenas hay mujeres entre sus referentes. Y, por supuesto, la palabra feminismo sigue siendo tabú.  Pueden hablar de corresponsabilidad, de cuidados a la infancia y a las personas mayores, de ayuda a la dependencia, de permisos iguales por maternidad y paternidad, de reducciones de jornada o de compatibilizar la vida laboral y personal –temas todos ellos de la agenda del feminismo desde hace décadas–, y no mencionar para nada al movimiento feminista, como si esos conocimientos les hubieran llegado por ciencia infusa.

En ese sentido, una de las muestras más claras de discriminación de las mujeres la tenemos actualmente en el debate sobre los vientres de alquiler. En ese debate, quienes más se están pronunciando sobre el tema, quienes más están apareciendo en los medios de comunicación como expertos son los varones que han recurrido a esa técnica para tener descendencia. El criterio del movimiento feminista apenas aparece, ni tampoco la opinión de las mujeres implicadas en ese tipo de gestación. Nada de eso ocurriría si habláramos del cuerpo de los varones.

Vayamos con la programación deportiva. Cuando en los medios llega el apartado de deportes, normalmente se hablará de un solo deporte: el fútbol. Perdón, el fútbol masculino, porque ése es el deporte por excelencia. La filósofa Ana de Miguel, en su libro Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección, dice “hoy las normas de la diferencia sexual no se difunden desde la ley ni desde el Estado ni desde la educación formal. Se forjan desde el mundo de la creación: en la música, los videoclips, las series o la publicidad, y se difunden desde los medios de comunicación de masas… que ofrecen un consumo diferenciado para chicas y chicos. Para ellas, el culto a la imagen, el cotilleo y el amor romántico. Para ellos, la tríada fútbol-motor-pornografía”. Más adelante afirma que “el fútbol es un gran transmisor del androcentrismo cultural”. Hasta nuestros intelectuales más preclaros se sienten en la obligación de repetirnos constantemente cuál es su equipo favorito (de fútbol masculino, por supuesto), no sea que les llamen elitistas.

¿Y qué decir del atuendo de las y los presentadores de televisión? Mientras la imagen de ellos ha variado poco en las últimas décadas, la de ellas ha cambiado radicalmente. Sean presentadoras de informativos, de un programa de entretenimiento o del tiempo, las mujeres tienen que ser jóvenes (o rejuvenecidas) y atractivas; además, deberán llevar ropas ajustadas y tacones de vértigo.  Los hombres, sin embargo, pueden ser mayores, y estar gordos o calvos (hasta se les permite ser feos); por otra parte, su atuendo será el habitual traje de chaqueta. Es evidente que en los platós de televisión hace mucho frío para los hombres y mucho calor para las mujeres.

Por lo que se refiere a la publicidad, la mayoría de los anuncios siguen los estereotipos al uso: mujeres obsesionadas con la moda y la belleza, y siempre a disgusto con su cuerpo, y hombres con pocas preocupaciones, salvo la caspa y el exceso de colesterol. Las mujeres tenemos de todo: obesidad, arrugas, manchas en la piel, pelo rizado cuando lo queremos liso y liso cuando lo queremos rizado, canas, olor corporal… Para ello, ahí están las cremas, champús, tintes, perfumes y productos para adelgazar. Además, si todo eso falla, siempre podemos acudir a clínicas especializadas para hacernos unos retoques. Por otra parte, para la publicidad las mujeres somos eternas enfermas: tenemos problemas en las articulaciones, hemorroides, mala circulación, sequedad vaginal e incontinencia urinaria, entre otras cosas. Y ahora que hablamos con naturalidad de los cambios hormonales (de las mujeres, por supuesto), la menopausia también tiene su espacio en la publicidad. Ni una leve mención a las enfermedades propias de los hombres ni a aquellas que comparten con las mujeres, tampoco a sus cambios hormonales. La andropausia no existe. Y otro hecho que me llama poderosamente la atención en la publicidad: la ausencia de mujeres al volante en los anuncios de automóviles. ¿Dónde están las conductoras de este país? ¿Acaso vivimos en Arabia Saudí?

Por último, me referiré a los concursos, esos espacios culturales (aunque, a veces, no tanto) que ponen a prueba nuestros conocimientos y nuestra memoria, y de los que siempre se puede aprender algo. Pues bien, también en ellos la mención a las mujeres es poco más que anecdótica. Por ello, estaría bien que Clara Campoamor, Mary Wollstonecraft, Olympe de Gouges, Simone de Beauvoir, Alexandra Kollontai, Mary Cassat, Rosa Luxemburgo o Hannah Arendt tuvieran la misma consideración que los políticos, filósofos y artistas de su época. Y que hombres que lucharon por la igualdad, como Poullain de la Barre, el marqués de Condorcet o John Stuart Mill, tuvieran la misma presencia que Rousseau, Kant o Schopenhauer.

Éstas son sólo algunas de las manifestaciones del machismo cotidiano. Juzguen ustedes si se trata de “micromachismos”, de “posmachismo” o de “neomachismo”.

Begoña Muruaga

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