La Revolución Cubana… y nosotros, que la quisimos tanto
(Galde 20 – invierno/2018). Santiago Burutxaga.
Aquellos guerrilleros barbudos que el día de Año Nuevo de 1959 entraron triunfantes en la Habana arrojando con desparpajo el humo de sus enormes cigarros puros en las narices del imperio norteamericano, forjaron una imagen rotunda de libertad y esperanza en los corazones de millones de personas que ansiaban cambios profundos en todo el mundo. Esa carga afectiva y simbólica de la Revolución no ha facilitado a lo largo de los años transcurridos un análisis crítico de sus políticas, de sus aciertos y fracasos, de sus excesos, más allá del maniqueísmo y la propaganda.
En su libro “La Revolución Cubana 1952-1976, una mirada crítica” (Gakoa Liburuak), Kepa Bilbao Ariztimuño realiza ese necesario trabajo desapasionado de disección de un movimiento y unos líderes que tenían muchas más aristas y recovecos que los que la idealización romántica y la simplificación dogmática han dejado ver. El relato comienza con el golpe militar de Batista en 1952, y a partir de ahí, continúa con un detallado seguimiento de los diversos grupos, partidos políticos y líderes que se oponían a la dictadura. Los guerrilleros de Sierra Maestra no eran en esa época sino uno de los varios agentes revolucionarios. El complejo puzzle opositor iba desde los partidos tradicionales a organizaciones estudiantiles radicales, pasando por los sindicatos y otras organizaciones sociales. Los últimos en sumarse al proceso insurreccional serían los comunistas pro-soviéticos, que hasta la víspera de la Revolución eran partidarios de las vías políticas ya que consideraban las acciones armadas como “actividades golpistas y aventureras de la oposición burguesa”. Todos ellos pactarán un programa democrático que debería suponer, tras la dictadura, la vuelta al sistema constitucional, la convocatoria de elecciones y un plan de reformas, entre otras, la agraria.
Con abundancia de datos, Kepa Bilbao demuestra que poco de lo acordado se cumplió. Los comunistas, el grupo mejor organizado, se irán haciendo sistemáticamente con los resortes del poder. Cuba será víctima de la polarización de la guerra fría, y tras el embargo norteamericano y Playa Girón, el modelo soviético de partido único, concentración del poder en una cúpula dirigente, propiedad estatal y fuerte control social, se impondrá. En el camino irán quedando marginados, encarcelados o exilados los “compañeros de viaje”. El proyecto democrático finalizará en caricatura de democracia directa; como exponente, los interminables monólogos de Fidel ante las masas reunidas en la Plaza de la Revolución. Entre tanto, habrá implicación en guerras de liberación, éxitos educativos y sanitarios, fracasos en la creación de una economía diversificada, escasez y racionamientos, idealismos revolucionarios y desprecio por la democracia “burguesa” y los derechos humanos. En 1976, tras más de 15 años en el poder, una nueva constitución socialista sanciona el sistema político cubano que llega a nuestros días.
Mención especial merece el capítulo dedicado a la relación de los artistas e intelectuales con la Revolución y viceversa. Al tiempo que se multiplicaba la actividad cultural, la fascinación inicial de los creadores se iba diluyendo con la persecución y el exilio no solo de personas notables, como Heberto Padilla, Reinaldo Arenas o Cabrera Infante, entre otros muchos, sino con los campos de trabajo forzoso para feminoides, existencialistas, niños-bien, intelectualoides, elvispreslianos, pitusas (quienes usaban pantalones estrechos) y demás desclasados y enfermos mentales portadores de ideología pequeño-burguesa, putrefacta y hedionda, como los definía la prensa de la Juventud Comunista. Como sentenció Fidel en un discurso a los creadores en 1961, habiendo previamente sacado la pistola y colocándola sobre la mesa: “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho”. Era evidente quién establecía los lindes entre lo que se situaba dentro y fuera.
Al año de la desaparición de Fidel, y cuando Che Guevara y otros líderes de aquellos años son ya historia, la crónica documentada de los hechos y las reflexiones de Kepa Bilbao interpelan a las gentes de izquierda del presente. Como dice el autor, cerrando su libro: “La reflexión que hagamos de ese pasado revolucionario es muy importante ya que ciertas defensas y reconstrucciones sesgadas, apologéticas, autocomplacientes, idealizadas, míticas o simplemente falsas pueden acabar corrompiendo la calidad política transformadora no sólo del presente sino del futuro de la izquierda”.