(Galde 13, negua/invierno 2016). Antonio Duplá. Todo nuevo escenario político supone un reto, para la izquierda, para la derecha, para todo el mundo. A propósito de nuevos escenarios, la referencia más inmediata y cercana puede ser la de la última cita electoral española, que ha provocado una situación de desconcierto e incertidumbre en las izquierdas de la que aún no hemos salido. Por otro lado, el reciente y escandaloso acuerdo entre la UE y Turquía para «resolver» de manera sumaria y presuntamente ilegal el tema de los refugiados, supone igualmente un nuevo escenario a escala europea. Un escenario que ha cuestionado directamente los supuestos valores europeos del rechazo a la guerra, el respeto a los derechos humanos y la defensa del derecho al asilo. Y a escala mundial, la oposición al capitalismo definitivamente globalizado, excluyente y depredador, se enfrenta a retos igualmente importantes.
Mientras tanto, un sector significativo de la izquierda, quizá el que podamos identificar con la socialdemocracia en sentido amplio, parece no haberse dado cuenta todavía de la trampa en la que cayó cuando aceptó la interpretación del mundo neoliberal. La de las décadas de Reagan y Thatcher, como explicaba Toni Judt en su Algo va mal (2010), que rechazaba el Estado de bienestar por insostenible y caro, preconizaba el imperio del mercado y cuestionaba la idea misma de igualdad. Una doctrina que ha supuesto un aumento de la desigualdad socioeconómica, un anquilosamiento de la calidad democrática de nuestros sistemas representativos e, incluso, la condena de áreas enteras del planeta. La crisis económica a partir de 2008 ha agravado la situación y ha alentado mensajes reaccionarios, excluyentes y xenófobos. La reciente guerra de Siria y la llegada de decenas de miles de personas huyendo de la guerra ha avivado esa llama preocupante en un número cada vez mayor de países europeos. Y la izquierda, una buena parte de la izquierda, ¿perdida en el laberinto?
Se abre el dossier con una entrevista a Mónica Oltrá, dirigente de Compromís, y una de las voces más influyentes en el nuevo panorama de la izquierda española. Imanol Zubero recuerda la importancia estratégica del viejo sueño de las izquierdas, «el del reconocimiento incondicionado de la común e igual dignidad de todas las personas, de la fraternidad universal, de la solidaridad innegociable», como imperativo político y ético. Dicho de otra manera, la vieja aspiración, hoy subversiva, nos dice, de una «vida buena» para todos.
Javier de Lucas habla en su artículo del «naufragio del proyecto político que alguna vez pudo ser la UE», pero, al mismo tiempo, de una oportunidad para la izquierda europea si acierta a retomar su programa histórico de igualdad y fraternidad-solidaridad. ¿Estará esa izquierda europea a la altura el reto? ¿Constituye un comienzo de respuesta DiEM25, el movimiento por la democracia europea impulsado por Yanis Varoufakis, el ex-ministro de Economía griego, del que nos habla Florent Marcellesi? Al menos la propuesta es clara: contra la austeridad y la recesión, una apuesta por la refundación democráticas de Europa.
Si volvemos la vista a escenarios cercanos, el panorama sigue abierto. En el PSOE, el espectáculo ofrecido regularmente por sus elites dirigentes, «barones» y «baronesas», es poco edificante. En territorios más próximos, por ejemplo los del socialismo vasco, Óscar Rodríguez Vaz y Rubén Mateos del Pino, desde su experiencia directa, hablan de una generación perdida, la de los jóvenes que se arremolinaban en el hospital cuando el atentado a Eduardo Madina en 2002, y de vacío de ideas y de valentía. Otro reto. ¿Y qué decir de la nueva política y los nuevos políticos? Desde una mirada distanciada y lúcida, Txema Montero habla de la disyuntiva (¿irresoluble?) entre ilusión y realidad en la arena política en relación con Podemos, más allá del gesto y el espectáculo. Ciertamente se trata de una fuerza política que ha sabido recoger las oleadas de indignación de millones de ciudadanos y ciudadanas, pero que en buena medida todavía tiene que demostrar si sabe traducirlo en políticas favorables a las grandes mayorías sociales. No sé si la independencia puede ser una herramienta para esas políticas, y más bien tiendo a pensar que puede ser o no una herramienta, pero no un fin. Jule Goikoetxea la reivindica explícitamente, pero desde el feminismo y el federalismo, mimbres que parecen interesantes y sugerentes. En todo caso y mientras llega, la izquierda abertzale, otro gran bloque de la izquierda vasca, se debate igualmente entre la fidelidad a sus análisis y mensajes tradicionales, incluso a sus líderes históricos, y la necesidad de afrontar una realidad política y electoral nueva, inesperada y desconcertante.
Los calendarios electorales no son el mejor marco para debate profundos y sosegados, que busquen con seriedad puntos de acercamiento y de reflexión común. Lo malo de nuestra realidad política es que, de nuevo, está marcada por citas electorales a corto y medio plazo. Esperemos que esas citas no ofusquen las cabezas de nuestra clase política, al menos las de la izquierda, y no mediaticen en demasía el necesario debate pendiente.