¿Dónde queda la sostenibilidad y la soberanía energética?
(Galde 14, primavera 2016). Leiri Urkidi Azkarraga.
El modelo energético de Euskal Herria, así como el de muchos de los países y regiones del Norte Global, se caracteriza por su gran consumo, por su dependencia fósil y exterior y por estar dominado por una serie de grandes corporaciones. La realidad de Iparralde se sale en parte de este esquema porque pertenece al sistema francés y depende, por tanto, mucho más de la energía nuclear que en el Estado español. Los datos de consumo de Iparralde son complejos de extraer por no tener una administración específica y no serán comentados en este artículo. Nos ceñiremos a las estadísticas de Hego Euskal Herria sin olvidar que en Iparralde existen iniciativas muy interesantes de la sociedad civil vinculadas a la energía.
Pero, como decíamos, una de las características del modelo energético vasco es su gran consumo. En 2014, el consumo primario por persona era de 2,86 toneladas equivalentes de petróleo por habitante (tep/hab) 1 en la CAPV (Comunidad Autónoma del País Vasco) y de 3,04 tep/hab en Navarra, por encima de la media española (2,53) aunque más baja que la europea (EU-28: 3,3 en 2013). A pesar de que siguen siendo muy altos, es necesario señalar que en 2009, ambos consumos alcanzaban o superaban los 3,38 tep/hab y eran mayores que la media europea. Ha habido un descenso total y relativo (con respecto a Europa) del consumo en los últimos años debido a la crisis económica. El principal descenso se ha dado en la industria y, en el caso navarro, también en el sector primario y el transporte, aunque más levemente.
Estos descensos podrían tener una lectura positiva desde el punto de vista ambiental. Sin embargo, vemos que no son positivos desde una perceptiva socio-ecológica más integral, si atendemos a cómo se ha producido ese descenso. Por un lado, tanto la crisis económica como la bajada en el consumo energético se han apoyado en la desigualdad social y la han cebado. No ha sido una desaceleración económica y material justa, como muestran los indicadores de precariedad y pobreza energética. Por otro lado, no ha sido un descenso planificado y deseado desde las instituciones. Las élites político-económicas no quieren mantener esta tendencia en el tiempo porque limitan las posibilidades de una sociedad del bienestar (o del bienvivir) al crecimiento económico continuo e ilimitado. Y, como sabemos, esto implica un ilimitado aumento de la demanda de energía y materiales, con el perjuicio ambiental que supone.
Esta última cuestión sigue siendo discutida en diferentes esferas académicas y políticas y hay quienes defienden que la economía puede crecer de acuerdo a los parámetros actuales (Producto Interior Bruto), mientras el consumo energético y material descender. Sin negar que esto pueda ocurrir en algunos casos muy particulares, vemos cómo, en muchos de los ejemplos que se utilizan, no se tiene en cuenta la deuda energética. La deuda energética podría resumirse como aquella energía consumida en un territorio para la fabricación de productos que serán consumidos en otro territorio. Aquí compramos productos fabricados en China, India o Brasil que implican un gasto energético en estos países. Esa energía no se contabiliza en nuestro consumo sino en el de China, India o Brasil. Debido a la creciente internacionalización y deslocalización económica, esto es cada vez más común. Por eso, nos puede parecer que Alemania, por ejemplo, es cada vez más sostenible (menos consumo material con un mantenimiento del PIB) porque no tenemos en cuenta su gran deuda energética.
Pero volvamos a Euskal Herria; un territorio, por cierto, con una alta deuda energética debido a su gran consumo, su dependencia externa y su adicción fósil. Otro de los puntos importantes a la hora de analizar la sostenibilidad de un modelo energético se refiere a sus fuentes de energía. En 2014, los combustibles fósiles suponían el 78,2% de la energía primaria consumida en la CAPV y el 74% de la consumida en Navarra. La extracción, transporte y quema de combustibles fósiles conlleva unos consabidos e importantes daños ambientales y sociales: la contaminación, corrupción y disrupción cultural generada durante su extracción (siendo las transnacionales extractivas las principales responsables), los accidentes en su traslado, o el cambio climático, entre muchos otros. Según un estudio publicado en la revista científica Nature, para no sobrepasar el límite de dos grados de calentamiento global establecido por el Panel Internacional del Cambio Climático (calentamiento que ya traería consecuencias pero que establece como límite para evitar las mayores alteraciones), habría que dejar sin extraer ni utilizar un tercio de las reservas de petróleo y la mitad de las reservas de gas que se conocen hoy en día.
Frente a esta situación, potenciar genuinamente las renovables parace la única opción. Tras el accidente de Fukushima y los conflictos derivados de la deposición de residuos nucleares, pocos son los que siguen apostando por un futuro nuclear. En 2014, Navarra producía un 20,7% de la energía primaria consumida mediante fuentes renovables, mientras que en la CAPV el porcentaje era del 6,7%. Podemos observar un desarrollo muy dispar de las energías renovables en los dos territorios y una potencialidad de aumentar este tipo de fuentes. Sin embargo, una de las preguntas que surgen mirando al futuro es si será posible cubrir nuestro consumo netamente a partir de energías renovables. Un grupo de investigación de la Universidad de Valladolid trabaja en esta cuestión y plantea muchas dificultades. Las renovables requieren sustancias que son escasas en la naturaleza e implican grandes impactos territoriales si se desarrollan de manera intensiva. De nuevo, nos encontramos con nuestros límites materiales y ecológicos.
Por tanto, la única alternativa de futuro, junto con el desarrollo renovable, es el descenso en nuestro consumo energético, principalmente en regiones del llamado Norte Global o países industrializados. Si el consumo global debe descender y queremos que esto se realice de una manera equilibrada (sin afectar a los más desfavorecidos), nuestra demanda energética debe disminuir de raíz. Y, en nuestra opinión, este cambio se puede llevar a cabo de una manera justa y democrática, favoreciendo la equidad, multiplicando las pequeñas experiencias de transición que ya tienen en marcha diferentes agentes y movimientos sociales, y planificando estratégicamente desde las instituciones.
Y esta última idea nos lleva irremediablemente a otra de las características de nuestro modelo energético actual: el control oligopólico y la ausencia de democracia energética. El sistema eléctrico español está en manos de cinco empresas y el mercado de hidrocarburos dominado por tres. La continua privatización del sector, los beneficios no competitivos hacia ciertas energías y las zancadillas a las renovables y el autoconsumo, son muestra de la ausencia de democracia energética y el poder político de estas transnacionales. La mercantilización indiscriminada de un bien común como es la energía hace que, mientras las ganancias de las transnacionales aumentan, la pobreza energética se acentúa en el Estado español. La equidad brilla por su ausencia también en lo energético. ¿Quién gana y quién pierde con este modelo? Esta es una pregunta central que cada vez más colectivos y sectores de la sociedad civil se realizan. Y, en este sentido, la propuesta de la soberanía energética es iluminadora. Así la define la Xarxa per la Sobirania Energètica de Catalunya en 2014:
“Inspirada en la definición de soberanía alimentaria según la Vía Campesina la soberanía energética podría definirse como el derecho de los individuos conscientes, las comunidades y los pueblos a tomar sus propias decisiones respecto a la generación, distribución y consumo de energía, de modo que estas sean apropiadas a las circunstancias ecológicas, sociales, económicas y culturales, siempre y cuando no afecten negativamente a terceros. Cada persona y cada pueblo tiene derecho a la cantidad y tipo de energía necesaria para sostenerse a sí mismo/a y a su grupo, y a los recursos necesarios para mantenerla, siempre y cuando no externalice impactos ambientales, sociales o económicos negativos.”
La cuestión no es buscar el auto-abastecimiento estricto sino recuperar la capacidad de la sociedad de decidir sobre su modelo energético. Se trata de un empoderamiento social y de una democratización energética. Pero ¿cuál es el sujeto de cambio en esta transformación? Hoy en día, vemos asociaciones, movimientos sociales y plataformas (Gure Energia) trabajando por una transición energética con criterios ecológicos y sociales, desde la incidencia social y política. Observamos también el camino iniciado por cooperativas de consumo y generación de energía renovable (Goiner, Energia Gara) o los proyectos desarrollados por ayuntamientos en pos de una transición energética sostenible (por ejemplo, Aramaio y Araia, por poner dos casos alaveses). El sujeto de cambio en la soberanía energética puede ser múltiple. Lo que se recalca desde esta propuesta es que la transformación, para que sea justa y democrática, debe realizarse desde abajo.
Sin embargo, como la expresión “de abajo arriba” señala, siempre hay un “arriba” que será interlocutor y que debería ser el facilitador de los cambios que la sociedad exige. Las instituciones de gobierno deberían, no solo permitir los interesantes y necesarios caminos de transición energética puestos en marcha por comunidades, cooperativas o municipios, sino sumergirse en un intenso debate social sobre cómo podemos planificar nuestro futuro energético. Un futuro irremediablemente marcado por la apuesta por las renovables y por la disminución de la oferta. Un futuro que traerá muchos cambios, algunos negativos y otros positivos, pero que deberíamos empezar a imaginar, discutir y experimentar antes de que sea demasiado tarde.
Leire Urkidi Azkarraga (Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea, grupos Tradebu-Ekopol y Parte Hartuz)
Notes:
- La tonelada equivalente de petróleo (tep, en inglés toe) es una unidad de energía. Su valor equivale a la energía que rinde una tonelada de petróleo, la cual, como varía según la composición química de éste, se ha tomado un valor convencional de: 11.630 kWh (kilowatios-hora) ↩