(Galde 02, primavera/2013). ¿La calle frente a las urnas? 1 Entre las facetas más controvertidas del 15-M figura su actitud hacia la política.
(…) El 15-M ha puesto el dedo en llagas bien visibles del sistema político español. Pero en los mensajes emitidos en el ámbito del 15-M hallamos aspectos más problemáticos. Esto ocurre con ciertas generalizaciones que han ido ganando fuerza –aunque no se puede presumir que son compartidas por todas las personas identificadas con el 15-M– muchas veces en forma de lemas o consignas, como: “No nos representan”, “PSOE y PP la misma mierda es. PPSOE”, “Le llaman democracia y no lo es”, “No es democracia; es partitocracia”. Quienes han sido elegidos para puestos de representación deberían tomar nota de las insatisfacciones existentes respecto a su forma de representar a su electorado. (…)
Así y todo, la descalificación absoluta de todos cuantos han sido elegidos para representar a la sociedad en las instituciones plantea algunos problemas. Aunque nos irriten los parecidos entre muchos de los políticos, no es realista ni justo afirmar que todos son iguales. Las políticas puestas en práctica por el PP al llegar al Gobierno, en noviembre de 2011, muestran, con todo, que PP y PSOE no son idénticos.
La democracia española es deficiente en diversos aspectos y sus males se han puesto de manifiesto en los últimos años de forma especialmente llamativa al quedar patentes sus servidumbres hacia los poderes financieros interiores e internacionales. Pero quien ha conocido una dictadura sabe que ambas cosas no son iguales; resulta excesivo aquello de le llaman democracia y no lo es.
El nombre mismo de ¡Democracia real, ya! sugiere que la democracia actual es irreal. No que sea defectuosa sino que no es realmente democracia y que se precisa otra que sea real. Esto va más lejos que las concreciones programáticas (defensa de la proporcionalidad electoral, acción contra los desahucios, o contra los recortes en la enseñanza…) que han venido apareciendo, y que están dirigidas a complementar o a enmendar la democracia liberal actual en algunos aspectos.
El rechazo indiscriminado de los políticos, los partidos (con frecuencia, con especial énfasis, también de los sindicatos), no conduce a realizar las correcciones necesarias del régimen político sino a facilitar el desembarco de nuevas fuerzas demagógicas, poco fiables desde un punto de vista democrático, los partidos que se ha dado en llamar populistas, que tratan de conectar con el descontento social halagando los sentimientos primarios y las actitudes irracionales, y que amenazan con conseguir que una parte del electorado de izquierda se desgaje a favor de opciones que se presentan como alternativas a los políticos.
Llama la atención, en los ambientes del 15-M, la subestimación del ámbito de las mediaciones –cuando no la aversión hacia ellas– en la organización política estatal. Las mediaciones políticas, sin embargo, son inexcusablemente necesarias, más aún en las sociedades modernas y de gran escala, como la nuestra, altamente tecnificadas y con unos problemas de gestión sumamente complejos.
Las características de las mediaciones (partidos, representantes electos…) dependen del nivel cultural de la sociedad, de la implicación de la población en las redes asociativas, de su voluntad de intervenir en la vida pública, de las vías de participación abiertas por el desarrollo de las técnicas de la información y de la comunicación. Y también, obviamente, de los cauces establecidos para hacer posible la participación y para estimularla.
Los cambios de la sociedad demandan, y hacen posible, transformaciones en la esfera de las mediaciones. Pero estas son siempre necesarias. Las mediaciones son imprescindibles no sólo para gestionar los asuntos públicos sino también para permitir la formación de voluntades políticas en la sociedad y para la toma de decisiones. Ambas cosas son el resultado, o deben serlo, de sucesivos movimientos de ida y vuelta en los que se opera un diálogo entre instituciones y sociedad. Es ineludible que haya personas y organismos mediadores, encargados de la esfera política institucional. Las personas que están al frente de esos organismos no son elegidas en las dictaduras; en las democracias liberales, sí. No es una diferencia insignificante.
Oponer, por lo demás, la democracia representativa a la democracia directa, como se escucha con frecuencia, carece de sentido. Dado que una democracia estrictamente directa es un ente ni siquiera imaginable (toda la gente no puede estar todo el tiempo resolviendo todos los problemas.), de lo que se está hablando es de procedimientos democráticos directos o semi-directos (los referendos, especialmente), que, por su propia naturaleza, no son aplicables de manera muy continuada ni abarcar el conjunto de las decisiones políticas. Ciertamente, las trabas para recurrir al referéndum en el sistema político español son demasiado grandes. Sería deseable un mayor recurso a las vías de democracia directa o semi-directa, para contribuir a impulsar la participación popular y para vivificar un régimen político necesitado de una mayor apertura a la sociedad.
Por otro lado, en los lemas que han proliferado se advierte una contraposición extrema entre la política oficial y la sociedad, entre la democracia de las urnas y la democracia de la calle.
En las izquierdas alternativas se ha oscilado usualmente entre dos concepciones diferentes, aunque muchas veces ambas cosas han coexistido sin mayores dificultades.
De una parte, una visión exageradamente crítica con la sociedad, así, en su conjunto, quizá porque las mayorías sociales no se suman a tales o cuales afanes de esas izquierdas o porque, según sus preferencias, votan mal.
De otra parte, una mitificación de la sociedad, o del pueblo, y de lo social frente a la política y los políticos. Es como si política y sociedad fueran dos universos enteramente separados e independientes, siendo los políticos responsables de unas situaciones desgraciadas en las que la sociedad no tiene ninguna responsabilidad. La sociedad se convierte en un espejismo, en una entidad ilusoria, etérea, en la que no es posible percibir lastres importantes. Si bien es cierto que la apología del sistema político se sostiene sobre un sinfín de ilusiones y ficciones, la defensa de “la calle” y de sus movimientos como una entidad no contaminada vive de sus propios espejismos.
De acuerdo con ese punto de vista, los problemas no están en la sociedad sino en los políticos, hasta el punto de rescatar una consigna que se ha solido emplear para combatir las dictaduras: Abajo el régimen, arriba el pueblo, como si los políticos fueran una categoría homogénea y plenamente rechazable y como si la calle fuera la encarnación, también homogénea, de los mejores valores.
Además, cuando se invoca la democracia de la calle (las manifestaciones) frente a la democracia de las urnas se está pretendiendo que tienen más valor las opiniones y exigencias de las minorías que se manifiestan (aunque sea masivamente), una especie de voto de calidad, que las opiniones de las mayorías sociales cuando votan.
En Europa, hace mucho que los grandes partidos de izquierda han desertado la calle y se han refugiado en las urnas. Pero harían bien, tanto ellos como las instituciones salidas de las urnas, en prestar mayor atención a las manifestaciones masivas. El ejercicio del sufragio no es la única forma de hacer valer las demandas sociales. El voto es necesario pero también lo es que la política no permanezca encerrada entre las paredes de los parlamentos y de los gobiernos.
Es chocante la hostilidad que el mundo político oficial muestra hacia los sectores antisistema cuando son ellos los que, desde su torre de marfil, están expulsando a mucha gente todos los días.
Los partidos y las instituciones políticas tienen el deber de escuchar. Harían bien en tener en cuenta las voces que suben de la calle y en esforzarse por dialogar con quienes expresan sus críticas y su descontento fuera del Parlamento.
Eugenio del Río
Notes:
- Este texto, centrado en el primer año del 15M, recoge casi un su totalidad un capítulo del libro de Eugenio del Río, De la indignación de ayer a la de hoy. Transformaciones ideológicas en la izquierda alternativa en el último siglo en Europa occidental (Madrid, Talasa, 2012) ↩