Irán y los nuevos equilibrios de poder

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(Galde 12, otoño 2015). Zidane Zeraoui. 1
Después de más de 4 años de guerra civil en Siria, los actores internos del conflicto parecen decantarse y reagruparse en torno a ciertos ejes. Tres grupos pretenden el control total del país, pero no han logrado sino una parte del territorio: las fuerzas gubernamentales a lo largo de la frontera con Líbano y de la costa mediterránea, la organización denominada Estado Islámico, en el norte, este y centro del país y la coalición anti-Bashar al-Assad aglutinada alrededor de Yebhat al-Nusra, cercana a Al Qaida, y teniendo el control de ciertas áreas en el sur y en el noroeste del país. Por su parte, la resistencia kurda no busca extenderse, sino consolidar su presencia en la franja septentrional, donde existe una población kurda y unir la región al Kurdistán iraquí.

Los actores regionales giran alrededor de las fuerzas internas con posiciones no siempre muy definidas. Turquía, un tiempo con una actitud pasiva, pero permitiendo la llegada de voluntarios yihadistas para integrarse al Daech 2, decidió en septiembre de 2015 participar en el conflicto, pero bombardeando tanto las bases gubernamentales como las posiciones kurdas en Siria, pero también en Irak. Por su parte, Arabia Saudita y Qatar han aportado fondos inclusive a Yebhat al-Nusra y en un primer momento al Estado Islámico de Siria e Irak (ISIS) y atacan esporádicamente a los centros controlados por las fuerzas leales a Bashar al-Assad. La milicia libanesa Hizbollah ha intervenido desde el inicio para consolidar el control gubernamental sirio a lo largo de la frontera de Líbano y así mantener abierto el corredor de Damasco hacia la región alawita. El Hizbollah libanés no solamente respaldó a Bashar al-Assad, sino que mandó a sus militantes para retomar las ciudades fronterizas con El Líbano que estaban en manos de la oposición. Por su parte, el gobierno shiíta iraquí también contribuyó al reforzamiento del régimen sirio con el envío masivo de armas desde la frontera oriental de Siria.

Por su parte, Irán, un actor central en el conflicto, ha respaldo tanto financiera como militarmente al gobierno sirio. Teherán envió tropas de élites y armamento a las fuerzas de Bashar al-Assad para evitar el colapso de su aliado regional, pero también apoya al gobierno de Bagdad, otro aliado de la región.

En los primeros meses de la guerra civil, parecía muy probable la victoria de la revolución anti-bathista, pero el temor a una caída de al-Assad y a una toma del poder por las fuerzas radicales islámicas como Yebhat al-Nusra o la organización Estado Islámico, impidió una intervención occidental para debilitar al régimen sirio. También, el apoyo inflexible de Rusia al presidente sirio y su intervención militar con bombardeos, sobre todo a las bases de la coalición, paralizaron cualquier acción bélica occidental contra el régimen de Damasco, como se dio en el caso de Libia.

Así, son los actores regionales que han tomado un mayor activismo en el conflicto sirio. Pero, el gran vencedor de la guerra civil es Irán. Con la permanencia en el poder de su aliado sirio, Teherán, ve su posición reforzarse en el Medio Oriente y la consolidación de un eje shiíta pro-iraní 3 que divide a la región en una línea que va desde Irán hasta el Mediterráneo.

El desenlace de la crisis siria que se ve favorable al régimen sirio, viene a reforzar a la posición iraní frente a sus dos principales rivales en la región, Arabia Saudita y Turquía.

El eje pro-iraní se venía construyendo desde el inicio de la década pasada por los errores estratégicos de Washington. La crisis del sistema económico norteamericano y el fracaso de las intervenciones militares en Oriente Medio de la administración del presidente George W. Bush, han conllevado a la creación de un vacío de poder en la región con la emergencia de Estados fallidos, como Irak o Afganistán, y la agudización de la situación interna en el Líbano que no ha logrado encontrar un equilibrio desde la guerra civil desatada en 1975. Esta situación ha favorecido la consolidación de la presencia iraní en la zona e incrementado su hegemonía regional, viejo sueño del imán Ruhollah Jomeini, impedido por la guerra impuesta por Bagdad (1980-88) y por la política de apoyo militar al régimen de Saddam Hussein, principal escudo contra el fundamentalismo en la década de 1980.

Así, la existencia de Estados fallidos y la política intervencionista, tanto estadounidense como israelí, han conllevado hasta ahora la emergencia de un nuevo orden más favorable a las ambiciones de Teherán que se ve consolidado por la caída de Saddam Hussein, la guerra civil siria y sobre todo por la posible victoria de al-Assad.

  1. La gran paradoja

Insertada en Oriente Medio, hoy la República Islámica de Irán es una gran paradoja. En medio de Estados árabes por un lado, y por el otro de su rivalidad con Pakistán por el control de Afganistán, el Estado persa ha adquirido un lugar importante en la dinámica regional. Sin embargo, el regreso del reformismo al poder con Hasan Ruhani  4 el 3 de agosto de 2013, vuelve a replantear una nueva estrategia de Teherán.

El actual presidente iraní tiene una larga trayectoria dentro del establishment político de Irán, pero de tendencia moderada. Su elección en el 2013 se debe a su propuesta original y contrastante con Ahmadinejad de un “gobierno de la prudencia y la esperanza”, centrado en la reactivación económica, la creación de una “declaración de los derechos de ciudadanía” y la adopción de una diplomacia más flexible y moderada frente al mundo occidental, sobre todo en relación con la cuestión nuclear. Esta moderación le permitió llegar al histórico acuerdo de noviembre de 2013, para la inspección de las centrales nucleares iraníes por la Agencia Internacional de la Energía Atómica y finalmente al acuerdo nuclear del 14 de julio de 2015 en Viena, que plantea la reducción de las centrifugadoras iraníes a cambio de un levantamiento de las sanciones económicas.

El compromiso de Viena descansa sobre 3 pilares: una limitación del programa nuclear iraní sobre una década, el levantamiento de las sanciones internacionales contra Irán y un reforzamiento de los controles sobre los sitios de enriquecimiento. Así, Teherán podría recuperar alrededor de 150,000 millones dólares de las cuentas congeladas desde el 2005 y sobre todo, los acuerdos ya no plantean el desmantelamiento del programa nuclear iraní, sino su orientación específicamente civil, lo que el país había enfatizado desde un inicio 5.

En esta misma línea de aspiración hegemónica, la política exterior de Irán ha optado por jugar en tres niveles: el persa, el islámico y el fundamentalista 6. Estos tres niveles son los pilares de la identidad iraní y la constante retroalimentación entre ellos asegura la cohesión del nacionalismo iraní 7. En lo que se refiere al primer nivel, el pasado imperial de Persia es para el imaginario social y político nacional un baluarte. Es inherente, entonces, que Irán se consolide como un pilar de poder regional, idea que se reafirmó posteriormente con el Sha y su ímpetu por colocar al país en la primera plana, entre las superpotencias económicas mundiales 8. Este espíritu de grandeza persa asigna a la población iraní un elemento clave de diferenciación frente a sus vecinos árabes. El ser persa lleva consigo toda una connotación de grandeza imperial, capacidad de dominio y por ende de superioridad frente a los otros grupos del escenario regional. En sus orígenes, la relación árabe-iraní no fue contraria por entero. La revelación del Islam, religión se efectuó en árabe, y a esto se redujo la relación entre ambos grupos. Posteriormente se incluyeron algunos elementos culturales árabes en Irán. Sin embargo, la diferencia entre lo persa y lo árabe es clara para ambas partes, y fue alimentada en cada caso con un sesgo de confrontación desde la enseñanza misma del Islam 9.

Dicha diferencia permea hasta lo político, manifestándose en las ásperas relaciones de Irán con Egipto, Arabia Saudita, Pakistán e Irak (en la época de Saddam Hussein), entre otros. En las actuales guerras civiles siria e yemení, esta rivalidad se ve reforzada por los dos ejes en pugna, el shiíta-iraní y el tándem generado entre Arabia Saudita y Turquía.

Por su parte, el nivel islámico tiene dos facetas, una incluyente y otra excluyente, al referirnos a los Estados y otros actores de la región. Es incluyente cuando considera que los países vecinos son casi todos de población mayormente islámica, aunque rara vez suceda que Irán opte por esta faceta. Resulta, en cambio, excluyente cuando examinamos los diferentes grupos musulmanes en la región. Bajo el Islam existen dos grupos de practicantes: los sunnitas y los shiítas. Ello implica que, a la vista de sus vecinos islámicos, Irán resulta diferente e incluso un tanto con rasgos de amenaza, particularmente por la naturaleza de su visión e intereses nacionales. Países como Egipto y Arabia Saudita temen que el creciente poder de Irán motive y apoye concretamente a sus minorías shiítas para que lleven a cabo actos emancipadores o similares, tal como sucede en el Líbano con el Hizbollah, o en Bahréin durante la Primavera árabe que vio el levantamiento de la mayoría shiíta del emirato contra el poder sunita o más recientemente, con el levantamiento Huthi 10[10] en el Yemen, que llevó al poder shiíta a las puertas de la monarquía wahabita.

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Finalmente, el tercer nivel, el fundamentalista, posee un origen que puede trazarse hasta la revolución islámica y el liderazgo posterior del ayatolá Jamenei. Este nivel puede vincularse a la faceta incluyente del islamismo. El fundamentalismo une al mundo islámico a partir de una idea de cohesión frente a Occidente, sobretodo con un frente contra Estados Unidos. La relación con el Hamas palestino, ilustra perfectamente esta posición de centrarse en lo islámico, dejando de lado la vertiente étnica o shiíta.

En tiempos de la revolución islámica el temor suscitado por la difusión del  fundamentalismo llevó a los Estados Unidos a apoyar otros esfuerzos bélicos árabes, como fue el caso en la guerra Irán-Iraq 11, apuntalando a la dictadura de Saddam Hussein para debilitar a la revolución jomeinista. Ello agravó aún más el sentimiento antiestadounidense que hoy permite al fundamentalismo presentarse como el principal obstáculo a la hegemonía norteamericana, en particular en Siria.

Sin embargo, el auge que Irán proyecta hacia el exterior viene de la mano de un clima político interno relativamente nebuloso, que de no cuidarse puede resultar sumamente contraproducente para la República Islámica. Al interior, no existe un Irán con una idea única de cómo debe ser su estructura de poderes; la polarización de las ideas en torno a ello ha crecido en el país, y los reformistas han intentado poner en práctica sus ideas. Sin embargo, el régimen establecido ha logrado bloquear los ímpetus reformistas, en particular durante la gestión presidencial de Jatami, y ello, sumado al mal desempeño de los reformistas en las esferas públicas y económicas a su cargo, contribuyó a que la población iraní que favorecía el frente reformista, se desilusionara, y por ende tendiera a aceptar el régimen conservador de Ahmadinejad, siendo que éste representaba la estabilidad y ofrecía posibilidades de crecimiento económico plausibles 12. Sin embargo, su fracaso tanto en el plano interno como en la negociación con el mundo occidental, debilitó a Irán, conllevando a la población iraní a regresar a la opción reformista con la elección de Ruhani.

En el marco geopolítico, en medio de su estrategia triple de política exterior, la República Islámica forma parte de tres equilibrios regionales, bastante complejos, pero centrales en el equilibrio meso-oriental. Dichos equilibrios implican la delicada relación de Irán con Arabia Saudita, Pakistán e Israel.

En el caso de Arabia Saudita, la relación que este reino lleva con Irán está motivada sobre todo por el temor a que el fundamentalismo shiíta adquiera mayor poder, tanto económico como geográfico, pero principalmente político 13. No es mera cuestión de dominio panárabe, tal como podría asumirse en los casos de Egipto y Jordania, que miran a Irán con recelo, ante la posibilidad de que se convierta en un eje político regional. En el caso saudita, la naturaleza de la relación incluye el aspecto religioso. Con una mayoría sunnita, el reino maneja una doble cara en la relación con Irán. Por un lado mantiene relaciones cordiales que le permiten mantener un equilibrio en la seguridad de uso del petróleo, siendo que Irán posee importantes yacimientos del mismo, y desea evitar un uso perjudicial de su alícuota de poder. Por el otro lado, en el conflicto sirio y en Yemen, Arabia Saudita abiertamente apoya a la oposición al gobierno de Damasco e inclusive respalda a al-Qaida para debilitar el eje iraní y organizó la coalición anti-huthi contra Sanaa. De la misma manera, la intervención militar de Riad en Bahréin, para aplastar a la rebelión shiíta, busca limitar el hegemonismo iraní. En suma, el equilibrio de poder Irán-Arabia Saudita está determinado por dos elementos: el petróleo y el Islam.

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  1. La nueva geopolítica regional

Los pasos dados por Teherán, a pesar de las presiones internacionales y regionales, están cambiando el frágil equilibrio regional.

Pero, la relación entre Siria e Irán es fundamental en el equilibrio de poder en Oriente Medio y tiene fuertes elementos de conexión:

En primer lugar, la entente entre (los dos países) es un elemento central. En segundo lugar, uno de los variados objetivos de los Estados Unidos detrás de la invasión a Iraq es posicionar las fuerzas norteamericanas para cambiar las relaciones entre los Estados islámicos, una de ellas y no la menor, la relación sirio-iraní.  También, para entender lo que está sucediendo, debemos ver a los jugadores centrales (Siria, Irán y los Estados Unidos), con los poderes con interés (Europa, China, Rusia, Israel) y con una serie de actores extremadamente preocupados (los Estados de la península arábiga) 14.

Para entender la nueva geopolítica regional debemos analizar los últimos desarrollos que han fortalecido la posición iraní en el escenario regional. En efecto, Oriente Medio se vio totalmente trastornado por  acontecimientos anteriores y actuales que modificaron tanto la correlación de las fuerzas internas como la visión que se tiene de la zona; en particular, la hegemonía iraní y el surgimiento de Estados fallidos son los puntos clave para cualquier análisis de la región meso-oriental. Inclusive, la guerra civil siria viene a reforzar esta tendencia que ya se veía desde la invasión a Afganistán en el 2001. Teherán aprovechó los errores estratégicos de Washington en Afganistán y en Irak, la no-intervención en el conflicto sirio y la Primavera Árabe para consolidar su eje, dividiendo al Medio Oriente de este en oeste.

Hasta el 2003, Iraq había constituido, a pesar de su aislamiento durante la década de los ochenta, el principal contrapeso a las intenciones iraníes. La guerra entre ambos países (1980-88) fue una clara expresión de este enfrentamiento de dos potencias regionales de peso semejante. La invasión norteamericana del 2003 logró derribar el poder del partido Bath en Iraq, pero al mismo tiempo allanó el camino que le permitió a Teherán convertirse en el árbitro principal en la guerra civil mesopotámica, dada la mayoría shiíta en Iraq. El viaje del premier iraquí a Teherán en el 2005 muestra claramente la preferencia ideológica del nuevo gobierno en Bagdad.

Por otra parte, el derrumbe del gobierno talibán en Afganistán 15 fue una derrota de la política de contención paquistaní contra Irán en la medida en que el gobierno anterior a la llegada del fundamentalismo pashtún, con Rabaní y Hekmetyar, era abiertamente favorable a los intereses de Teherán. Los talibanes, al contrario, armados por Islamabad y financiados por Arabia Saudita, constituían un freno a la expansión iraní. Así, también en Afganistán, la presencia estadounidense favoreció los intereses de Teherán en desmedro de su principal opositor, Pakistán, que se encuentra doblemente debilitado. Por un lado Islamabad perdió su influencia en Afganistán con la salida de los talibán y, por el otro lado, el acuerdo nuclear firmado entre Washington y Nueva Delhi en el 2006 reforzó la capacidad atómica de la India frente a China, marginando a Pakistán en las preferencias estratégicas de la Casa Blanca.

Frente al conflicto palestino-israelí, la posición de Irán también se vio mejorada. Por un lado, la victoria de un partido fundamentalista –Hamas- en las elecciones legislativas palestinas de enero del 2006, le permite tener más influencia que con el gobierno anterior encabezado por el Fatah. Pero es la guerra librada entre Hizbollah y el ejército hebreo por espacio de un mes, y aquélla entre Israel y Hamas en diciembre 2008-enero 2009, con la imposibilidad israelí de derrotar al movimiento libanés y a la milicia palestina, que le dan a Irán una mayor estatura regional.

Por su parte, la Primavera Árabe, al derrocar regímenes pro-occidentales como el de Mubarek en Egipto, viene a consolidar nuevos gobiernos con tendencias islamistas, a pesar de la caída de Morsi en julio de 2013 o de la derrota electoral de Annahda en Túnez en el 2014. Si bien es cierto que los nuevos grupos en el poder no son alineados a Teherán, como en el caso de Túnez, sin embargo, su posición vis-à-vis con la revolución iraní es menos negativa.

Finalmente, con la guerra civil de Siria, Irán logró apalancar a un aliado, frente a la embestida de los gobiernos regionales como Turquía y Arabia Saudita. Además, el respaldo sino-ruso (chino-ruso) a Damasco alejó la amenaza de una intervención occidental.

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Notes:

  1. Profesor-Investigador del Tecnológico de Monterrey, Campus Monterrey en México y autor de varios libros sobre el Medio Oriente: Islam y política. Los procesos políticos árabes contemporáneos, México, Trillas, 2013 (5 ed); El pensamiento filosófico en el Islam clásico, México, Limusa, 2013; El islam en América latina, México, Limusa, 2011 entre otros.
  2. Acrónimo árabe del Estado Islámico: Dawlat al-Islamiya fil Iraq wal Sham (Estado Islámico en Irak y Siria)
  3. Especificamos pro-iraní porque no todos los gobiernos shiítas de la región respaldan a Teherán. El caso de Azerbaiyán, por la vieja rivalidad entre Bakú y Teherán que se remonta al siglo XVI con al nacimiento del imperio de los Safávidas, es un claro ejemplo que no todos los países shiítas siguen la línea iraní.
  4. Yves-Michel Riols “Nucléaire iranien: douze ans de négociations », Le Monde, 14 de julio de 2015.
  5. Maxime Vaudano et al, Op. Cit.
  6. Arriaga, I., Bahena, A. y Cantú, G., “Irán y el equilibrio nuclear regional” en Norberto Consani y Zidane Zeraoui (comps.), Sobre Medio Oriente, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 2007, pp. 215-55.
  7. Zidane Zeraoui e Ignacio Klich, Irán: los desafíos de la República Islámica, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2011, p. 58 y sig.
  8. Para mayor ampliación sobre las ambiciones del Sha ver Ana M. Briongos, Irán día a día. La cueva de Alí Babá, Madrid, Col. Rihla, 2002 que es una obra más descriptiva y María Jesús Merinero Martín, Irán. Hacia un desorden prometedor, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2001, un trabajo de mayor profundidad.
  9.  Graham Fuller, The “Center of the Universe”: The Geopolitics of Iran, Boulder, Westview Press, 1991. Particularmente durante el siglo XVII, el imperio persa procuró alimentar la antipatía por los árabes iraquíes y los turcos otomanos.
  10. Cfr. Shri P. Ponram, Yemen History and Culture, AnVi OpenSource Knowledge Trust (E-Book), 2015.
  11. Deborah J. Gerner, “Review: Islamic Revivalism and International Politics”, Mershon International Studies Review, vol. 40 (1), abr. 1996, pp. 104-108.
  12. Ehsani, op. cit.
  13. Helene Cooper y David A. Sanger “El objetivo inmediato de EE.UU: quebrar el frente Damasco-Teherán”,  La Nación (retomado del New York Times), 24 julio 2006.
  14. George Friedman, “Syria, Iran and the Power Plays over Iraq”, Geopolitical Intelligence Report (STRATFOR), 25 octubre 2005.
  15. Cfr. Daniel Gomà, Historia de Afganistán. De los orígenes del Estado afgano a la caída del régimen talibán, Barcelona, Publicacions I Edicions de la Universitat de Barcelona, 2011 en particular el capítulo 12 que abarca a partir del año 2001. Michael Griffin, El movimiento talibán en Afganistán, cosecha de tempestades, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2001, para la parte anterior a la invasión norteamericana, pero muy detallado sobre la década de los años noventa y Mònica Bernabé, Afganistán. Crónica de una ficción, Barcelona, Ed. Debate, 2013 que abarca desde el año 2000 al 2012.

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