Galde 39, negua 2023 invierno. Karlos Ordoñez Ferrer.-
Los métodos de terror indiscriminado que utilizan los combatientes yihadistas del norte de Mozambique contra su población no pueden opacar la responsabilidad de los numerosos actores en la violencia armada que vive la región desde hace más de cinco años. Una situación que en el último lustro ha dejado a cerca de cinco mil víctimas mortales y a más de un millón de personas desplazadas, el 60 % menores de edad.
En la década de 2010 se descubrió una de las mayores reservas de gas licuado de África en esta zona olvidada; frontera entre Tanzania y Mozambique. En pocos meses el aterrizaje de las grandes compañías multinacionales como Exxon Mobil o Total Energies cambiaron la fisonomía de Pemba, capital de Cabo Delgado. Se expulsó a parte de la población de sus aldeas. Se distorsionaron los precios de las materias primas. Se precarizó aún más a las familias del quinto país más pobre del mundo. A la vez, se pronosticaban multimillonarios beneficios para las empresas multinacionales con el beneplácito y las comisiones de un Frelimo que no se reconoce en su historia de Frente de Liberación. En el barrio heroico de Pakitekete su población atendía con preocupación las explicaciones de las autoridades locales sobre el desalojo para ensanchar la entrada al tercer golfo más grande del mundo a los barcos de las empresas. Un ejemplo de atropello y distancia entre los cálculos monetarios y la realidad de miseria sin salida del grueso de la población. El caldo de cultivo era perfecto para el surgimiento de cualquier modo de protesta. Y ahí sólo se hizo eco el terror yijadista.
En la actualidad, con la crisis energética y de precios provocada por la invasión rusa a Ucrania, el proyecto de Mozambique se presenta más goloso aún. La violencia armada y la inseguridad dificultan su ejecución. La única respuesta hasta ahora ha sido arrasar las zonas de teórico apoyo a la guerrilla. En ese sentido, las violaciones a los derechos humanos, también de los ejércitos extranjeros en auxilio del ejecutivo del Frelimo, o de contratistas mercenarios de Sudáfrica o del Grupo Wagner de Rusia, no hacen sino ahondar en la espiral trágica una región donde las únicas víctimas, una vez más son la mujeres, ancianos, niños y jóvenes de un paraíso maldito.