Galde 43, Negua 2024 Invierno. Peio Oria.-
En la actualidad, 3600 millones de personas carecen de un acceso adecuado al agua por lo menos durante un mes al año, cifra que se estima que superará los 5000 millones en 2050, según datos de Naciones Unidas.
No somos demasiado conscientes de la globalidad del fenómeno del cambio climático que opera en la Tierra a una velocidad inédita en cientos de miles de años ni de los posibles fenómenos en cascada relacionados con los impactos en un mundo cuya complejidad e interconexiones se extienden a cualquier rincón de la geografía terrestre, incluidas aquellas que atañan a la precipitación y al ciclo hidrológico.
Debemos mentalizarnos para ello. La forma poco habitual de llover cada vez ganará más protagonismo. Cada décima de calentamiento implica que el aire, en promedio, puede albergar más vapor de agua y dar lugar a manifestaciones atmosféricas más violentas, especialmente si ese vapor lleva aparejado un cambio de fase, como ocurre con las tormentas que dejan mucha agua en poco tiempo. Parece además que el aumento de esos extremos es mayor a escalas temporales pequeñas, de una o pocas horas. Paralelamente una mayor frecuencia de ciertos patrones atmosféricos propicias temporadas secas de muchas semanas o meses de duración. Entonces no cae una gota, se multiplica la tasa de evaporación y se agudiza la sequedad del suelo y la intensidad de los periodos secos, porque hoy sabemos precisamente que el aumento de la evaporación retroalimenta esa falta de lluvias.
Pero, ¿cuáles son esos impactos reales de un régimen hídrico perturbado? En el caso de las lluvias torrenciales, aparte de las consabidas inundaciones de tipo fluvial, cabe citar al arrastre de sedimentos, erosión de los suelos, desprendimiento de terrenos en pendiente, taponamientos, embalsamientos, afección a las redes de abastecimiento y saneamiento, daños a infraestructuras o consecuencias negativas sobre la producción de los cultivos agrarios. En este último caso, además, si el agua no llega en meses considerados críticos como aquí, puede ser el periodo entre noviembre y abril, tendremos una clara merma de las cosechas. No es sólo aquí, esto ya está sucediendo en todo el planeta. Un ejemplo sonado es el de la selva amazónica que atraviesa su peor sequía en muchas décadas. Al tratarse de una masa forestal tan grande y con una contribución regional tan significativa en el aporte de agua a la atmósfera, en la fijación del carbono y al ser además un refugio de biodiversidad sin parangón está por ver cómo la influencia de este desajuste se propaga por todo el sistema climático terrestre y, peor aún, si no nos estamos aproximando demasiado a un punto de no retorno, que desestabilizaría otras componentes del clima planetario.
Otro punto crítico es el Ártico, que se calienta entre 2 y 4 veces más rápido que el resto del planeta. Pero no se habla tanto de que estos territorios se están volviendo mucho más verdes y húmedos. La entrada de una mayor cantidad de agua dulce en el ciclo hidrológico de esta parte del planeta guarda escondidos enormes impactos en forma de fenómenos extremos, poco perceptibles a miles de kilómetros de distancia, pero que ya están ahí: Deshielos primaverales mucho más súbitos al aumentar la cobertura nivosa sobre millones de kilómetros cuadrados y la actividad del periodo de fusión, de una mayor generación y acumulación de materia vegetal al aumentar las precipitaciones líquidas y subir las temperaturas (con un riesgo multiplicado de grandes incendios forestales) o de un mayor aporte de agua dulce a las corrientes marinas, con la influencia que esto puede acarrear en el intercambio de calor, nutrientes y salinidad, fundamentales en la maquinaria del clima global.
Por otro lado, en cuencas del sur del continente asiático, al piedemonte de las mayores cordilleras del planeta, la fusión de la nieve, el hielo y los glaciares ha exacerbado peligros como las crecidas de los ríos amenazando la seguridad hídrica a largo plazo de muchos millones de personas. Gracias a la monitorización criosférica que ofrecen los satélites de alta resolución espacial, entre 2000 y 2018 el balance total de masa de los glaciares de esa parte del mundo disminuyó más de un 4 % lo que ha significado una notable reducción de la cubierta de nieve y un gran aumento del volumen de los lagos glaciares. Esto ha repercutido en la escorrentía fluvial en las cuencas de los grandes ríos de esta región del planeta. Hay casuísticas similares en algunas partes de los Andes, como en los glaciares y altiplanos bolivianos y peruanos. Y aún más cerca de nosotros, en 2022, la cubierta de nieve en los Alpes, crucial para alimentar los grandes ríos europeos, se mantuvo muy por debajo de la media. Los Alpes fueron testigos de una pérdida de masa glaciar sin precedentes, algo que sabemos que se ha exacerbado en 2023 y que se acentuará aún más. Por otra parte, constatamos ya que en Europa aumenta la evaporación y disminuye la humedad del suelo y los caudales fluviales durante el verano a causa de olas de calor y sequías con una mayor duración, extensión geográfica e intensidad. Esto no solo provoca problemas en la agricultura, sino que también puede llegar a afectar a la parada de centrales eléctricas por falta de agua de refrigeración, por lo que el impacto se propaga hasta el sector de la producción energética.
Llegamos finalmente a nuestro pequeño txoko. Nos encontramos numerosos ejemplos en los últimos años de que el aumento de las temperaturas no solo ha acelerado el ciclo hidrológico, sino que también lo ha alterado claramente, incluso a nivel de una comunidad como Navarra. 2019 iba camino de ser un año especialmente seco hasta el penúltimo mes del año. Sin embargo, noviembre promedió en torno a 28 días de precipitación en Navarra y las acumulaciones de agua ese mes rondaron una tercera parte de lo que es normal anualmente en buena parte de la Comunidad Foral. La puerta abierta a borrascas atlánticas entrando desde el Cantábrico tiene que ver con algo que estamos empezando a presenciar con demasiada frecuencia: Los ríos atmosféricos, esas correas de transmisión que permiten transferir la humedad desde zonas tropicales y subtropicales hasta las latitudes medias y que abrazan a los grandes anticiclones, llevan más vapor de agua y persisten más tiempo. Algo parecido lo encontramos en 2021 y, hasta cierto punto, también en 2023. El presente año ha tenido un régimen de precipitaciones especialmente irregular. Se habló mucho de sequía en la primera parte de la primavera, pero también hemos sabido que, según datos oficiales, los siniestros y daños asegurados que han sido causados por la precipitación torrencial y el granizo nunca fueron tan altos. De alguna manera el régimen de lluvias se mediterraneiza e incluso, en cierto modo y según la época del año, se tropicaliza. Tanto es así que, en las últimas borrascas que nos están entrando desde el Atlántico, empezamos a ver claros indicios de características ligadas a ciclones tropicales. Está por ver qué papel está jugando la temperatura superficial del agua de nuestros mares y océanos circundantes que, por cierto, se ha disparado como nunca a lo largo de 2023.
Las conclusiones finales son claras. Ante un ciclo hidrológico cada vez más desequilibrado como consecuencia del cambio climático y de las actividades humanas y con la certeza de que, hagamos lo que hagamos, los desajustes irán a más en el futuro es crítico prepararse, mejorar las alertas tempranas y adaptarse, muy especialmente en los sectores del abastecimiento de agua potable, la agricultura y la preservación de los ecosistemas. Parece esencial un tratamiento más avanzado del saneamiento del agua, así como anticiparse a eventos de precipitación cada vez más irregulares, por ejemplo, diversificando las fuentes de abastecimiento y almacenamiento. Necesitamos además incidir en que hay que hacer enormes inversiones científicas en la evaluación y seguimiento de los recursos hídricos en todas las escalas y niveles.
Peio Oria, delegado de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) en Navarra.