(Galde 20 invierno/2018). Lourdes Oñederra.
Me too: a mí también…
… me ha ocurrido, a mí también me han acosado. Y me han acosado el suficiente número de veces, como para creer que el asunto también es algo relativamente normal en el mundo académico universitario. Seguro que no soy una excepción.
A mí también me han acosado y he callado. Lo suficiente como para creer a quienes lo denuncian, porque es muy difícil hacerlo, porque da vergüenza y porque te sientes sola, impotente. El que puede es él, el profesor que facilita la asistencia a un congreso y luego pretende acostarse con la joven colaboradora o el posible editor de una publicación importante que aprovecha la corrección del texto para hacerle tocamientos. Por ejemplo.
Ahí tenemos el elemento esencial: su poder. Esos hombres poderosos que tienen algo que ofrecer y se lo cobran. Se te acercan o están cerca. Te halagan y hacen que te sientas distinta, importante, interesante, única. Y luego te atacan, llevados por su desequilibrio, por su deseo carnal que no pueden o no quieren controlar… porque hay una línea muy fina entre el poder y el querer, y ¿para qué querer poder controlar, cuando es tan fácil satisfacer el deseo simplemente con que la otra ceda?
Ni somos bobas ni puritanas (gracias a la Deneuve y compañía por recordarlo, aunque no creo que hiciera falta). No nos importa que se nos insinúen, ni que nos rocen el brazo en la barra tomando algo o en la mesa de trabajo. Lo que importa es que no retrocedan ante la falta de respuesta, que te impongan el contacto, que sigan, que no paren, que no quieran entender, que haya que enfrentarse… que te violenten. Cada una puede elegir si sí o si no. Si sí, hasta dónde, hasta cuándo. Y punto. No hay más que hablar. Nada de no hay quien os entienda. Nada de pues al principio parecía que sí. Nada de me pones así y ahora qué. Nada de es que ya no se os pueden echar piropos, ni tonterías del estilo. Como dijo Oprah Winfrey, time’s up: se acabó el tiempo. Ojalá.
Ojalá nos vayamos acercando a un tiempo en el que sea un escándalo que sus propios compañeros y compañeras le pregunten a una joven estudiante cuántas veces se ha acostado con el profe para que le publicaran el trabajo. Que esa pregunta sea algo fuera de lugar, que sea un escándalo y no un comentario esperable.
Celebro el actual momento de «salida del armario» de todo esto, el que se acabe con la normalidad de ciertos comportamientos que se han considerado tan aceptables que podían ser objeto de chiste y bromas. Es muy bueno que las jóvenes ya no se tengan que guardar sus historias por no saber por dónde empezar, qué palabras usar, a quién decírselas. Que nadie tema que la responsabilicen de su propio mal, que no la tachen de tentadora ni de calienta…, cuando es a ella a quien se ha quitado espacio, oxígeno, dignidad.
Ya está bien, la verdad.