Galde 34, udazkena/2021/otoño. Lourdes Oñederra.-
Se va terminando el verano del año 2021. Llevamos más de año y medio de pandemia. Iba a dedicar esta columna a un cuestión que me llama la atención desde hace mucho: por qué en el cine se levanta todo el mundo (salvo escasísimas excepciones) ante lo que parecen considerar el final de la película, cuando aún faltan créditos, agradecimientos, datos sobre lugares del rodaje y sobre la banda sonora… que alguien se habrá esforzado en preparar. ¡Qué tendrán que hacer esos donostiarras, por ejemplo, de mediana edad un sábado a las 21:30 para salir con tanta prisa! ¿Coger sitio en una terraza? Hace años Isabel Coixet se quejaba de esa falta de respeto. En el Zinemaldia quienes hacen las películas han pedido que la gente no salga de las salas hasta que la pantalla se apaga.
El planeta. Este verano agonizante me está resultando demasiado aterrador para desarrollar el anecdotario del cine hasta llegar a mi cupo de caracteres. Se va terminando un verano extraordinariamente caliente en el que ya no es sólo de ecologistas incordiantes hablar de cambio climático, aunque seguramente es demasiado tarde ya para remediarlo. Desde luego lo es para evitarlo. Nos estamos cargando el planeta, principalmente para mantener el modo de vida de quienes vamos al cine y luego corremos a una terraza, por ejemplo, donostiarra.
EEUU. Leo que en dieciocho estados se están tomando medidas para que el voto universal deje de serlo, para que no puedan votar los sectores menos favorecidos de aquella sociedad tan desigual. Limitan el voto por correo, se lo niegan a quienes tienen deudas, exigen documentos que no todos poseen.
Afganistán. El horror es de tal calibre que no queremos mirar, que nos desentendemos, que queremos que nos deje en paz, que no nos estropee el ambiente, porque ya estamos bastante tocados con la pandemia. Nuestros países, en la hégira de los EEUU, abandonan el país después de 20 años de ingerencia bélica y un poco auxiliadora (para que empezaran a avanzar hacia donde no han llegado, pero ahora da igual). Ya ha debido de hacer negocio suficiente la industria armamentística, ya no interesa seguir allí.
¿Europa? Oigo en la radio a un analista declarar que los valores democráticos entran en crisis en el mundo, que los ideales europeos están de retirada (antes de haber llegado a consolidarse y, desde luego, a generalizarse, añado). Se habla en la prensa de un nuevo orden mundial, aún peor que el anterior me temo. Los grandes intereses económicos campando a sus anchas, sin disimulo ya. China aliándose con los talibanes… Nosotros, nosotras encantadas con Amazon, mientras nos quejamos de lo molesto que es llevar mascarilla, de que no haya sitio en las terrazas y de que viajar lejos sea más complicado. Obsceno.
Ciertamente hay que vivir y hacerlo de la mejor manera posible, pasar el día a día tan bien como se pueda. Pero últimamente me acuerdo mucho de mi hámster Pipo, que murió de un atracón de chocolate. Recuerdo cómo corría sin parar metido en una rueda, dentro de su jaula. Me da que hacemos algo parecido: comer, beber, correr sin ir a ninguna parte.
En casa. Me resulta descorazonador saber de toda esa mala baba, esa rabia de nuestros y nuestras jóvenes, malcriados en la abundancia y en las exageraciones identitarias, que agreden. Agreden a ertzainas que les quieren obligar a cumplir con las restricciones sanitarias, agreden a jóvenes que optan por considerarse españoles y ser de derechas.
Consuelos autobiográficos. Algo estamos haciendo mal, muy mal y se nos está viniendo encima. No tengo ninguna propuesta clara, sólo puedo de momento hacer dos confesiones: una, que me alegro de no haber tenido hijos, de no haber traído a nadie a este planeta en el que ni sabemos convivir, ni cabemos; otra, que agradezco a un bello nadador de mi infancia su admirable compromiso como médico en países imposibles. Gente como él hace que no pierda totalmente la esperanza, que no me avergüence absolutamente de la especie a la que pertenezco. Él, además, me proporciona un placer especial por ser alguien que ha ocurrido en mi vida.