(Galde 22, otoño/2018/udazkena). Lourdes Oñederra.
Corresponde a los historiadores estudiar y tratar de entender el pasado, pero no es su función la de construir identidad, oí un día decir en la radio al historiador José Álvarez Junco. Estoy de acuerdo, pero no voy a entrar hoy en ese tema, de tanto interés en nuestro entorno.
Salto al paralelo que me surgió inmediatamente en el contexto del debate sobre el sexismo en la lengua. Lingüistas, y académicas o académicos debemos estudiar la lengua para conocerla y entenderla, pero la lengua no es nuestra, no somos sus dueños.
Creo que la confusión no es exclusiva de «los sabios» como nos llama Juan José Millás. Mucha gente me suele preguntar cómo «hay que» decir algo o si una expresión que acaban de oír se «puede» decir. Las cosas se dicen como se dicen, que es algo dinámico y variable según las necesidades de los y las hablantes. Otra cosa es cuál es la norma convenida por academias, editoriales, universidades u otras autoridades.
Claro que «convenida» no quiere decir inventada ni arbitraria. Hay márgenes y opciones gramaticales, que cambian de una lengua a otra. Por ejemplo, el asunto del género. Hay algunas cosas que conviene tener en cuenta al respecto.
Cuando una amiga, después de cantar que la luna se llama Lola, le preguntó a su hija de dos años y medio cómo se llamaba el sol, la niña respondió «Lolo». Esta niña, pensé, ha adquirido ya el género ¡y la concordancia!, que es una de las funciones del género y consiste en que «sol» va con «el» (y no con «la»), en que, además, el sol es «redondo» (y no «redonda»). La concordancia cohesiona la estructura de las frases, pero también complica las cosas, porque hay que aprenderla.
Esto no ocurre en inglés, ni en euskera, ni en ninguna de las muchas lenguas que carecen de género. En castellano (y en francés, y en alemán, etc., etc.) todo nombre tiene género, género con el que tienen que «concordar» los pronombres, adjetivos o participios que correspondan a ese nombre. En inglés, sin embargo, tanto el sol como la luna ni son masculino ni son femenino. Eso sí, el inglés marca formalmente la diferencia femenino-masculino en palabras referidas a seres sexuados, sobre todo personas. Así, por ejemplo, añade respecto al español la complicación de tener que especificar si «su casa» es «de ella» (her house) o «de él» (his house).
En la literatura lingüística actual, en congresos y conferencias en inglés son normales las estrategias de inclusión del femenino (por desdoblamiento, por alternancia, etc.). No sé por qué nuestras autoridades lingüísticas, tan admiradoras de la lingüística estadounidense, no siguen a sus maestros en este aspecto y se empeñan en ridiculizar el lenguaje inclusivo.
Reconozco que a mí también algunas cosas me resultan excesivas, que no es fácil (¿posible?) ser totalmente equilibrada en el uso de masculinos y femeninos en castellano, y que hacer las directrices inclusivas obligatorias sería demencial (de acuerdo totalmente con Paloma Uría, 2012 Página Abierta 219). La lengua tiene una dimensión estética sin la que es difícil funcionar. Por otro lado es desde luego la realidad social la que tiene que cambiar; no por decir «ellos y ellas» eliminamos el sexismo, pero el que se quiera decir así ya es señal de que algo ha cambiado.
No debemos olvidar qué es el género: el género es una marca formal, pero la forma suele tener implicaciones en el contenido. Lo ha analizado muy seriamente, lejos de interpretaciones pseudocientíficas ideologizantes, la eminente lingüista Joan Bybee en sus trabajos fundamentales sobre diversas marcas gramaticales.
Esas implicaciones pueden ser más o menos directas. En cuanto al género empleado en palabras referidas a seres sexuados la relación se puede establecer de manera directa. ¿Que no se ha establecido durante siglos y generaciones? ¿Que ahora, por influencia del feminismo, hay quien analiza las formas de manera distinta? Pues sí, así suele ocurrir con el devenir de los fenómenos histórico y la lengua lo es: histórico, cambiante y permanente, de titularidad diversa y con leyes propias más o menos flexibles.
Volviendo al principio del artículo, doy por supuesto que Álvarez Junco, al decir «historiadores», no tiene intención alguna de excluir a las historiadoras, ni todas ellas tienen por qué sentirse excluidas.
A veces ocurre que, en un momento histórico determinado, una forma cobre importancia para un número suficientemente importante de hablantes. Es una de las vías de cambio lingüístico… porque, si no, ¿por qué se dejó en español de usar «siniestro» y se pasó a utilizar «izquierda» (conectada con el euskérico «ezkerra»)? Pues por lo que la palabra «siniestro» sugería… Y eso es lo que está ocurriendo con el género masculino, gramaticalmente no marcado pero pragmáticamente no inclusivo, ahora que se quiere poner el foco en la visibilidad de la mujer.
Así pues, un poco de humildad, dejemos a los y las usuarias de la lengua que la manipulen hasta donde la lengua se deje. La historia dirá qué cambios triunfan y cuáles no. Llevamos muchísimo tiempo rompiendo las reglas con «asistenta» para referirnos a quien limpia las casas de otros y hablando de «modistos» como Balenciaga, y ningún académico se había rasgado las vestiduras.
Postdata: Alarde tradicional de Fuenterrabía / Hondarribi / Honddarbi, ¡qué vergüenza!