Galde 24, (udaberria/2019/primavera). Lourdes Oñederra.-
Queda ya un poco lejos el 8 de marzo. Vivimos, además, tiempos acelerados, llenos de acontecimientos cuya rápida acumulación no deja espacio para la reflexión sobre cada uno de ellos. A pesar de todo ello, hoy voy a volver a una cuestión que insistentemente me resuena a partir de un comentario oído en el contexto de la manifestación, que a su vez me trajo el eco de momentos pasados.
Al incorporarme a la enorme manifestación que recorrió las calles de Vitoria al atardecer, oí cómo un hombre relativamente joven discutía con su compañera, al señalarle ésta que se había pedido por parte de la organización que los hombres fueran detrás y que quizá deberían esperar en vez de entrar tan adelante. Nuestro hombre parecía enfadado y reivindicaba su derecho a ir donde a él le pareciera bien. Después de una discusión de la que no oí todos los detalles, exclamó «¡No, la verdad es que no lo entiendo!»
Dejando de lado por hoy la muy interesante cuestión de si los hombres que quisieran acompañarnos el 8 de marzo nos tendrían que dejar a las mujeres ocupar por completo la cabecera y la parte principal de la manifestación (adelanto que yo creo que sí), voy a otro «la verdad es que no lo entiendo». Éste me llegó de unos cuantos compañeros cuando una colega y yo ensalzábamos a un conocido común y ya mayor diciendo de él que era todo un galán (tal vez dijimos «conquistador» o cualquier palabra de esas ya un poco anticuadas), pero que no era un viejo verde.
Tal vez habría que elaborar una guía de consejos para chicos despistados, para chicos majos, buenos colegas que no quieren invadir nuestra intimidad, pero no se quieren resignar a la pasividad (cosa que, por otra parte, no nos interesa a nadie). Claro que lo ideal sería que se les ocurriera a ellos mismos, pero tal vez es cierto que el momento actual los tenga un tanto cohibidos… Yo propongo dar una serie de pistas, como medida práctica, por nuestro propio interés y para uso de los que lo quieran hacer bien. Que no decaiga el juego.
Pondría en esa guía, por ejemplo, que sí, que se atrevieran a manifestar su deseo. Que empezaran haciéndolo de manera clara, pero sutil. El roce de una pierna, la mano en el brazo o en el antebrazo pueden ser señal suficiente si se mantienen en el tiempo lo bastante como para probar que se trata de algo voluntario y no fortuito. También es suficiente que la mujer retire la pierna o el brazo como señal negativa. Ciertamente «no» es «no», pero no tendría que hacer falta llegar a pronunciarlo para entenderlo. Entre amigos y amigas, la verdad es que es duro tener que pronunciarlo.
Pondría también que miraran, que se fijaran en la expresión de la cara de la mujer. Decir que los ojos hablan es un poco cursi, pero no deja de ser imagen de algo cierto. Una mirada puede decir «no» sin que se tenga que pronunciar. Incluso una sonrisa podría bastar, pero hay que verla.
Por otra parte, si la mujer no retira el brazo, la pierna, o lo que sea aquello con lo que se ha establecido el contacto físico, pero tampoco sigue el juego, no da ella ningún paso, ni se pone cerca cuando vuelve del baño, tal vez es mejor no insistir: puede que no quiera herirte o que no sea el día o la noche. Hay que apartarse, dejar espacio.
Diría además que el alcohol, en su justa medida (que también queda repipi pero es cierto), puede ayudar a relajarse y desinhibirse. Es decir, puede facilitar las cosas. Pero también las puede estropear y conste que no estoy pensando en el resultado más terrible de esa desinhibición que es la violencia, porque la guía sería, como hemos dicho antes, para chicos majos pero despistados que lo quieren hacer bien.
Lo dejo de momento: otro día hablamos del piropo, que puede sentar tan bien o tan mal… He hablado desde la perspectiva hetero, aunque supongo que habrá cosas compartibles con otros modos de vivir la sexualidad. El caso es que lo pasemos todas, todos lo mejor posible.