Beatriz Moral.
Utilizamos el dinero todos los días, ya sea en su forma de moneda, electrónica o como dígito en un sistema informático, pero pocas veces nos preguntamos qué es el dinero, de dónde viene o cómo se crea. Lo vivimos como una fatalidad, y así las pitonisas nos auguran su abundancia o su escasez, como si de un designio de la diosa Fortuna se tratara.
Aunque no lo entendamos, nos es, sin embargo, necesario para poder vivir más o menos dignamente en una sociedad que lo ha convertido en la piedra angular de nuestras vidas. Nos echamos a temblar pensando en todo lo que podemos perder cuando la crisis sobrevuela nuestras cabezas. Y como nos parecen irremediables tanto su naturaleza como sus designios, nos resignamos al jugar al único juego que nos permite: el de sálvese quien pueda.
¿Y si el dinero no fuera inevitable? El dinero es un concepto abstracto y no es fácil dar de él una definición exacta, pero si de algo no cabe duda es de que el dinero no es un fenómeno natural. No podemos olvidar que es una creación humana, y como tal, a lo largo de la historia y en las diferentes latitudes de este mundo, ha ido adoptando diferentes formas y funciones. Si definimos el dinero de una forma muy estrecha, posiblemente se nos quedarán fuera muchas de las formas en que los seres humanos han resuelto la relación entre deuda y crédito, ya que no siempre las monedas (acuñadas o naturales) han sido la solución. A fin de cuentas, el dinero, tal y como lo conocemos hoy en día, no deja de ser una modalidad de resolver esa relación. No es la única modalidad posible ni la única que existe.
Si esto es así, no nos podemos resignar a sufrir un sistema monetario cuyas consecuencias son, de manera cíclica, devastadoras. En este momento en el que estamos padeciendo una gran crisis, estamos en la obligación de preguntarnos sobre el dinero y buscar alternativas. Cuando la banca decide parar la máquina de crear dinero a través de los préstamos (siendo esta la principal forma de crearlo), nos quedamos sin medio de intercambio. Esto quiere decir que aunque todxs sigamos teniendo en nuestro haber los mismos bienes o capacidades que ofrecer no los podremos intercambiar por la falta de dinero. No ha desaparecido ni lo que tenemos que ofrecer ni la necesidad de adquirirlo. Lo que ha desaparecido es el medio de intercambio.
Si el dinero es una manera de gestionar la relación entre deuda y crédito ¿no se podría hacer esto de otro modo? Se puede y se hace. ¿Quién no conoce el tú me arreglas el ordenador y yo te pinto la cocina? Pepsi hizo algo parecido con el vodka Stolíchnaya. Pero también existen modos más complejos en los que participan multitud de actores. De eso sabe McDonalds, donde las empresas que lo componen realizan los pagos internos en una moneda propia. Y también muchas grandes corporaciones que utilizan lo que se llama el trueque corporativo.
Si menciono estos casos es porque son menos conocidos que las iniciativas de carácter más social y local: sistemas como LETS, RES, CES, clubes de trueque; casos como Banco Palmas en Brasil, Chiemgauer en Alemania, Ithaca Hours en EE.UU, Fureai Kippu en Japón o Totnes Pound en Inglaterra, o el Eusko en Iparralde, solo por mencionar algunos. Las monedas alternativas, locales o complementarias, han surgido en multitud de comunidades con el fin de poder gestionar cómo se establece esa relación entre deuda y crédito, de crear su propio medio de intercambio y de no estar al albur de los bancos.
También las pequeñas empresas quieren tener más control sobre el medio de intercambio, y muchas de ellas se organizan en sistemas de intercambio empresarial. Miles de empresas funcionan hoy en día así. El caso más interesante de esta modalidad es el del Banco WIR, un banco que funciona en Suiza desde 1934, que utiliza su propia moneda y al que están asociadas más de 75.000 PyMES.
El dinero que conocemos no es inevitable y en nuestras manos está explorar alternativas a un sistema que deja mucho que desear.