Fractura social, mito o realidad

(Galde 20 invierno/2018). Steven Forti.
¿Existe una fractura social en Cataluña tras más de un lustro de procés soberanista? ¿Es un mito, utilizado políticamente por algunos, o es ya una realidad? Desde el independentismo se dice que es una invención de la derecha españolista: Cataluña es un sol poble y, como mucho, hay un intenso debate político en una situación de polarización alrededor de la cuestión de la independencia. Según esta interpretación, sería la derecha españolista que, repitiendo constantemente que existe una fractura social, ha intentado crear una nueva realidad a través del lenguaje y la propaganda para beneficiarse electoralmente de ella. Sin embargo, si bien es cierto que Ciudadanos ha surfeado la ola de la fractura social y se ha aprovechado de ella en las dos últimas elecciones autonómicas (17,9% en 2015 y 25,4% el pasado 21D), esa es una lectura muy posmoderna que echa balones fuera, y que esconde la cabeza bajo tierra como las avestruces. No me gusta lo que veo, así que prefiero no verlo y niego su existencia. Resumiendo: son todo mentiras, aquí no ha pasado nada.

No obstante, la realidad es tozuda y nos muestra algo distinto. Vayamos por partes. En primer lugar, jamás se habían visto tantas rojigualdas en Cataluña, colgadas en los balcones o en las manifestaciones organizadas por Sociedad Civil Catalana. Que una asociación consiguiera llevar a la calle a unas trescientas o cuatrocientas mil personas para defender la unidad de España –como ya ocurrió en dos ocasiones el pasado mes de octubre– era un hecho impensable tan solo unos pocos años atrás en Cataluña. Es la respuesta a las miles de esteladas que ondean desde hace tiempo en las fachadas de los edificios, en un número no desdeñable de Ayuntamientos y en las numerosas manifestaciones organizadas por la Assemblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural, apoyadas por el Gobierno de la Generalitat y retransmitidas all-day-long por la televisión pública, TV3. Es ésta probablemente una de las consecuencias más evidentes del Procés, haber favorecido la re-organización de un nacionalismo español que nunca había conseguido coagularse y tener apoyo social en Cataluña. Y no es moco de pavo: es algo que ha venido para quedarse.

“Una de las consecuencias del Procés, es haber favorecido la re-organización de un nacionalismo español que nunca había conseguido coagularse y tener apoyo social en Cataluña”

En segundo lugar, los resultados electorales hablan por sí solos y confirman lo que se había vislumbrado ya el 27S de 2015. Ciudadanos, una formación que tan sólo hace ocho años superaba a duras penas el 3% en Cataluña, se ha convertido en el primer partido con más de un millón de votos. Por primera vez una formación no catalanista gana unas elecciones en el antiguo Principado. Esto confirma que el consenso catalanista transversal que había marcado la política catalana desde la Transición se ha roto definitivamente. Por un lado quien había gobernado tres décadas la Generalitat –Convergència Democràtica de Catalunya, refundada en el Partit Demòcrata Europeu Català y ahora subsumida en la lista Junts per Catalunya– se ha convertido al independentismo; por el otro, el todopoderoso PSC se ha hundido, aunque haya conseguido frenar la caída en el último bienio. Las consecuencias de todo esto son que las opciones que el pasado 21D defendían la reconstrucción de un catalanismo progresista, con el objetivo de superar la política de los bloques, han salido derrotadas: juntos, socialistas y Comunes, suman poco más del 21%.

Resumiendo: existen dos bloques, el de los independentistas (47,5%) y el de los anti-independentistas (43,6%); por medio los Comunes (7,4%), críticos con el inmovilismo y las hojas de ruta procesistas, que apoyan un referéndum acordado al estilo escocés. La partición no es sólo política, es también geográfica. Existen dos Cataluñas. El interior vota mayoritariamente independentista, mientras que el área metropolitana de Barcelona y el litoral votan sobre todo en contra de la independencia. Si en Vic, feudo nacionalista en el interior de Barcelona, o en Olot, pueblo del interior de Girona, los partidos independentistas obtienen en su conjunto más del 70% de los votos, en L’Hospitalet de Llobretgat o en Santa Coloma de Gramenet, grandes ayuntamientos del que fue el cinturón rojo de Barcelona, superan apenas el 20%, mientras Ciudadanos se ha convertido con diferencia en la primera formación con el 33,4 y el 35,5%, respectivamente. Apunten el dato: en los feudos históricos de las izquierdas, donde se asentaron los inmigrantes provenientes del resto de España en los años 1950-1970 y donde la crisis ha golpeado más duro tras 2008, ha ganado Ciudadanos.

Todo esto nos vendría a confirmar lo que apuntaba un estudio del Real Instituto Elcano el pasado otoño: quien vota a favor de la independencia es sobre todo de origen catalán, catalano-hablante y se siente sólo catalán (o más catalán que español); quien vota en contra es mayoritariamente de origen español, es castellano-hablante y se siente tan catalán como español (o más español que catalán). Se trataría, pues, también de una división identitaria, aunque, es cierto, encontramos castellano-hablantes y mal llamados charnegos que votan y militan en partidos independentistas. No sólo el ínclito Gabriel Rufián, obviamente. La actuación de la Policía Nacional el pasado 1-O ha llevado a un número no desdeñable de personas a “hacerse independentista”.

Sin embargo, lo que es indudable es que el Procés ha obligado a muchas personas que se han sentido excluidas en estos años por el Gobierno de la Generalitat a tomar partido. Y a escoger una identidad. ¿Quién soy yo? En Cataluña muchos nunca se lo habían preguntado. Se sentían tan catalanes como españoles. Pero ahora, cuando sentirse catalán parece significar sólo ser independentista, mucha gente ha querido encontrar una respuesta a esta pregunta. De ahí vienen las rojigualdas colgadas en los balcones –compradas en un chino el día anterior– y familias enteras que participan en las manifestaciones de Sociedad Civil Catalana.

A esto cabe añadir un tercer elemento. La aparición de un discurso supremacista en algunos sectores independentistas. Hablar de “ellos” y “nosotros”, referirse a un sol poble cuando se habla tan sólo de menos de la mitad de la población, tildar a los no independentistas de malos catalanes o directamente de ocupantes españoles, fachas, franquistas o botiflers –“traidor” en tiempos de Felipe V– es algo que ya no es tan raro, lamentablemente. No sólo en las redes sociales, que, ya lo sabemos, son un vertedero, sino también en la prensa o en declaraciones de supuestos intelectuales y de políticos con roles institucionales a nivel autonómico o municipal. A esto se suman las acciones de acoso y derribo en Twitter de quien se ha mostrado crítico con el independentismo –Jordi Évole o el director de El Periódico de Catalunya Enric Hernàndez, por mencionar dos casos sonados– o las campañas en que se invitaba a “señalar” y se tachaba sin medias tintas de “enemigos del pueblo” a los dirigentes políticos no independentistas. No es casualidad que más de un analista haya hablado del nacimiento de una Alt-Right catalana –con gente como Enric Vila o Bernat Dedèu, que introducen temáticas racistas y etnicistas en el debate público – y de sectores trumpistas catalanes que podrían sentirse cómodos en otras latitudes, en la Liga Norte o el Front National. Se trata de sectores minoritarios, pero tienen cada vez más presencia mediática. Y lo que falta es una condena clara por parte de la sociedad catalana de estas conductas.

“Hoy en día hay en Cataluña grietas profundas que pueden convertirse en una fractura real, que tardaríamos años o generaciones en reparar”

Así que a la pregunta de si existe una fractura social en Cataluña, podemos contestar que hoy en día lo que hay son unas grietas profundas que pueden convertirse en una fractura real, que tardaríamos años o generaciones en reparar. Hace falta cordura y sentido común, además de la capacidad de volver al diálogo y a la política, que han brillado por su ausencia en este último lustro. Si no se hace, el escenario de una ulsterización de Cataluña es más cercano de lo que muchos creen. Ojalá no sea así.

 

Fractura social, mito o realidad. Steven Forti

Categorized | Dossier, Política

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