(Galde 21 primavera/2018). Juana Aranguren (Plazandreok).
Decía el Partido Popular que no había que secundar la huelga feminista del 8 de marzo porque solo podían secundarla las mujeres con puesto de trabajo y eso era “elitista”. Es curioso que reconozcan de esta manera que el paro entre las mujeres es muy superior al de los hombres.
Decían también que lo que procedía era trabajar más y hacer una especie de huelga “a la japonesa” para demostrar la capacidad de las mujeres. Llama la atención de su comentario que las mujeres tengamos que seguir demostrando una valía que a ellos se les presupone.
Pero no sólo sus razones para oponerse a la huelga traslucen ideas machistas y patriarcales sino que evidencian además un desconocimiento de la propia convocatoria porque ésta era una huelga distinta, que implicaba parar en el trabajo remunerado, pero también en los cuidados, en el consumo y en los estudios.
El Manifiesto 8M, redactado por una comisión estatal para convocar la huelga, estaba repleto de razones, exigencias y denuncias y clamaba con fuerza que las mujeres aun “siendo diversas, decimos basta de agresiones, humillaciones, marginaciones o exclusiones”.
Se denunciaban:
-Peores condiciones laborales y menor sueldo de las mujeres (la brecha salarial), lo que implica pensiones inferiores, precariedad laboral, reducciones de jornada para “poder atender aquellas tareas asignadas a las mujeres” y, en definitiva, la feminización de la pobreza.
-Que el trabajo doméstico y de cuidados, aun siendo imprescindible, sigue siendo realizado de forma gratuita, en general, por las mujeres cuando debería ser considerado un bien de primer orden y redistribuido equitativamente.
-La violencia sexual y la opresión sobre nuestras orientaciones e identidades sexuales.
-La utilización de nuestros cuerpos como reclamo del consumismo.
-La no aplicación del Convenio 189 de la OIT en relación con las empleadas de hogar.
Y se exigía:
– Que la defensa de la vida se sitúe en el centro de la economía y de la política.
– Que se ponga fin a las declaraciones de intenciones sin presupuestos.
-Que el Pacto de Estado contra la violencia machista se dote de recursos, sobre todo teniendo en cuenta que gran parte del contenido de la ley de Violencia de género y Estatuto de la Víctima están sin implementar.
– Que el embarazo y las tareas de cuidado no puedan ser objeto de despido.
– Que nuestros procesos biológicos no sean considerados y tratados como enfermedades y que avancemos hacia la despatologización de nuestras vidas.
– Que la educación sea pública, laica y feminista.
Esta convocatoria de huelga tiene como antecedente más cercano una huelga general de mujeres en Islandia el 8M de 1975, en la que el 90% de ellas pararon consiguiendo importantes transformaciones a favor de las mujeres, fundamentalmente en el terreno de la equiparación salarial. Más recientemente, el 8 de marzo de 2016, hubo llamamientos de huelga de mujeres (en Polonia a favor del aborto y en Argentina contra la violencia machista) que tuvieron un gran eco.
La celebración del 8M tuvo lugar por primera vez en 1911 en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza. El origen del mismo se remonta a 1908 cuando 146 mujeres de una fábrica textil de Nueva York llamada COTTON murieron calcinadas por las bombas incendiarias que les lanzaron, ante la negativa de abandonar el encierro de protesta por los bajos salarios y las condiciones pésimas de trabajo. En 1910, Clara Zetkin proponía en el Congreso Internacional de Mujeres Socialistas que este día fuera celebrado como Día Internacional de las Mujeres.
Desde entonces, en diferentes contextos, y de manera desigual pero constante, ha sido un día para la reivindicación de los derechos de las mujeres. El Movimiento Feminista ha ido adquiriendo una mayor fuerza fundamentalmente a partir de los años setenta. Sus reivindicaciones se han ido “colando”, con frecuencia de manera parcial y simbólica, en otras organizaciones e incluso en los gobiernos. En algunos países del norte de Europa se ha ido más allá y se han conseguido grandes avances debido a los llamados pactos de género entre el estado y las organizaciones feministas posibilitando un mayor acceso de las mujeres a lo público, básicamente porque el Estado ha entendido que la atención a las personas es también un asunto de interés público.
En nuestro contexto todos los partidos políticos incluyen en sus programas la igualdad de mujeres y hombres. Todos celebran, de alguna manera, el 8M, ¿pero tienen realmente voluntad de acabar con la discriminación? Hemos avanzado mucho en los discursos y en la política simbólica pero seguimos sin conseguir que nuestras propuestas sean prioritarias, que se escriban con mayúsculas, que se visibilicen.
Por eso este 8 de marzo denunciábamos que el modelo económico nos aplasta, que la violencia nos golpea, que el racismo nos mata y que la cultura patriarcal nos margina, nos cosifica y nos estereotipa. Este 8 de marzo hemos recordado, una vez más, pero quizá de manera más fuerte, que las mujeres somos imprescindibles, que este mundo no funciona sin nosotras y que si paramos se para el mundo. La propuesta era sencilla: Paremos el mundo para que empiece a moverse de otra manera.
La respuesta de las mujeres ha sido masiva, tanto en el terreno laboral, estudiantil, como en la huelga de cuidados y de consumo. Las posibilidades de sumarse a la esta huelga eran muy variadas: las mujeres podían parar 24 horas, 2-4 horas o incluso minutos. Las que no podían hacer huelga, paraban un rato delante de sus lugares de trabajo o colgaban los delantales de las ventanas para demostrar que se sumaban a la huelga de cuidados. Y miles de mujeres, las que habían hecho huelga y las que no habían podido hacerla, se manifestaron a lo largo del día en ciudades y pueblos con un entusiasmo pocas veces visto.
Las feministas volvimos a llenar las calles una vez más pero no lo hicimos solas. Nos acompañaron miles de mujeres diversas que quisieron visibilizar nuestra fuerza. Se organizaron manifestaciones, concentraciones, pequeños paros a lo largo de toda la geografía. Hubo acciones coordinadas, unitarias y trabajadas durante meses, pero también hubo espacio para los pequeños gestos y para que cada mujer diseñara su propia forma de parar y de decirle al mundo que sin nosotras no puede seguir girando.
El balance de una huelga siempre es complicado pero este 8 de marzo yo me quedo con las sensaciones intensas que sentí: con los puestos de trabajo que se vaciaron de mujeres (aunque solo fuera un rato), con las aulas a las que no asistieron alumnas, con las madres, hijas, abuelas, hermanas que decidieron no cuidar, con las mujeres que no consumieron ese día, con las que protestaron con cucharas y cacerolas, con las que no cocinaron ni pusieron lavadoras, con las que inundaron de pegatinas las tiendas que juegan con nuestra imagen, con las que no pudieron parar pero también estuvieron con nosotras…
Este 8 de marzo yo me quedo con los gestos y con los pequeños esfuerzos que muchas mujeres hicieron para parar su mundo. Me quedo con todas las mujeres (y también aquellos hombres) que se pararon a pensar y a imaginar diferentes modos de hacer las cosas. Este 8 de marzo todos esos gestos se unieron de forma mágica y nos acompañaron. Este 8 de marzo las calles se llenaron de ilusión.
Las huelgas tradicionales se miden en números y porcentajes, pero el 8 de marzo de 2018 solo puede medirse en emociones. La energía y la fuerza colectiva que sentimos todas las que participamos en las movilizaciones difícilmente podrán superarse por ninguna estadística.
Este 8 de marzo cumplimos nuestro objetivo: paramos el mundo y lo pusimos a pensar en otra manera de hacer las cosas. Este 8 de marzo llenamos los medios de comunicación pero también llevamos el debate a las casas, las cuadrillas, las ikastolas o los centros de trabajo. Este 8 de marzo también los partidos e instituciones estuvieron, de alguna manera, con nosotras. Este puede ser un paso cualitativo en la lucha por la igualdad si somos capaces de vertebrar, canalizar el clamor feminista y convertirnos en interlocutoras con los poderes públicos.
Porque ya nada puede ser igual, porque el mundo debe seguir moviéndose pero de otra manera.