Alfonso Bolado. (Galde 04, otoño 2013). El señor González González, Ignacio, es el presidente de la Comunidad de Madrid. El González es, como todos los de su cuerda, creyente neoliberal (fracción talibán). Una creencia que le viene casi de familia, pues su padre, por supuesto cargo del PP, se apellida González Liberal. Pero es que, además, está casado con la vicepresidenta tercera de la patronal madrileña y ha sido el monaguillo predilecto de la gran sacerdotisa Aguirre, tan simpática ella, tan malvada ella.
Llevando el palio de la antedicha sacerdotisa por sus distintos destinos, se supone que con singulares gracia y desparpajo, el González fue trepando y trepando hasta llegar a la cumbre en sustitución de su ama. Estaba predestinado a ello a pesar de la complicada orografía de su rostro, amazacotado y garrulo: se trata de un tipo servicial; es decir, considera que atender las justas reivindicaciones de los colegas del sindicato de audaces emprendedores que vicepreside su mujer es lo que debe hacer el buen servidor (público). A fin de cuentas, hay que ayudarlos, puesto que “rarísimos son los ricos que no gastan su oro y, gastándolo, cooperan de mil modos al bien público” como decía el libro Lecturas que con tanto provecho iluminó a la generación de su padre. Y helo ahí, privatizando hasta el servicio de aguas, viajando en aviones privados de contratistas de obras y jugándose hasta la camisa por el tenebroso tahúr llamado Adelson, seguramente para elevar el tono moral de sus súbditos a su propia altura.
Su última ocurrencia, en una comunidad con los servicios públicos bajo mínimos, es bajar los impuestos. Lo peor no es la idiotez, que se encuentra en las primeras páginas del catecismo de su secta, sino que encima –la ignorancia es atrevida– se vanaglorie de ella. Eso cuando el Estado va a tener que hacerse cargo del desatino de su ama con las autopistas radiales de Madrid, las cuales solo han beneficiado a los sindicados en la organización de su señora. Dice, genio y figura, que la bajada va a crear unos dieciocho mil puestos de trabajo, algo tan creíble como los trescientos mil que crearán los garitos del Adelson. ¿Cómo pueden llevar una contabilidad tan puntillosa los que no saben ni calcular qué ahorro les va a suponer entregar la sanidad madrileña a los chacales de las igualas?
Dioses olímpicos, ¿de dónde habéis sacado a este individuo y su pandilla? Los establos de Augías, antes de que los limpiara Heracles, eran una patena al lado de lo que esta gente ha hecho en la comunidad que dirige. ¿De dónde habéis sacado a la gran sacerdotisa Aguirre, encarnación del infecto populismo castizo de la derecha cortesana? ¿A Fernández Lasquetty, que bajo su aspecto de aseado seminarista esconde el alma de implacable terminator de la sanidad entendida como servicio? ¿A Lucía Figar, hija, ¡oh!, de un contratista de obras, aplicada debeladora de la educación pública y apóstol de la concertada? Al lado de ellos la alcaldesa de la capitalota, que ha abrevado en los mismos pesebres que todos ellos y que pertenece a la misma secta, pero de la fracción boba, inspira incluso ternura con su pertinaz incompetencia.
Pero sobre todo, ¿qué habéis instilado en los cerebros de una parte del noble pueblo madrileño –al margen de “los de espíritu flaco y alta cuna” que citaba Espronceda, los cuales ya se sabe–, el pueblo heredero de los del Dos de Mayo, de los que estuvieron en la primera línea de la lucha contra el fascismo, para que se aviniera a votar a esta…?