(Galde 17, invierno/2017). Ignacio Álvarez-Ossorio.
La guerra en Siria ha entrado ya en su séptimo año y a juzgar por la situación sobre el terreno no parece que la violencia vaya a remitir en el corto plazo. Desde 2011 han muerto unas 500.000 personas, cinco millones se han convertido en refugiados y otros siete millones en desplazados internos. La mitad de la población siria se ha visto obligada, por lo tanto, a abandonar sus hogares como consecuencia de los combates. Se trata de la mayor catástrofe humanitaria en Oriente Medio desde la Segunda Guerra Mundial, acontecida ante el silencio cómplice de buena parte de la comunidad internacional que ha rehusado a involucrarse en su resolución.
La historia de la guerra siria está todavía por escribir. Como cabría esperar, los contendientes han tratado de imponer sus respectivas narrativas sobre lo acontecido. Quienes salieron a las calles en demanda de reformas y libertades en los primeros compases de la revuelta no dudan en catalogarla como una “revolución” contra un régimen autoritario que gobierna con mano de hierro los destinos del país desde 1970. El presidente Bashar al-Asad, por su parte, ha repetido hasta la saciedad que se enfrenta a una “conspiración” internacional destinada a provocar una “guerra sectaria” y tacha a todos los grupos armados que operan en el país, sea cual sea su orientación ideológica, como “terroristas”. Por otra parte, los grupos de orientación salafista que operan en el país consideran que libran una “yihad” para liberar las tierras del islam del “apóstata” régimen alauí, una rama heterodoxa del islam chií, en referencia a la confesión de su máxima autoridad política.
Es sabido que, en todas las guerras, una de las primeras víctimas es la verdad. También en el caso sirio, algunos de los contendientes han tratado de eliminar al mensajero mediante secuestros, extorsiones y asesinatos para evitar que accediéramos a un relato fidedigno de lo que allí acontece. Según la organización Reporteros Sin Fronteras, Siria es el país más peligroso del mundo para ejercer el periodismo con más de 200 informadores asesinados hasta el día de hoy. En su clasificación mundial de libertad de prensa de 2016, Siria ocupaba el puesto 177 de los 180 países analizados.
Se hace perentorio, por lo tanto, explicar cómo hemos llegado hasta aquí, así como abordar las causas de un conflicto que ha ido mutando con el transcurso del tiempo, ya que lo que empezó siendo una movilización antiautoritaria en el marco de la denominada Primavera Árabe ha pasado a ser un conflicto multidimensional con un fuerte componente sectario en el que toman parte buena parte de las potencias regionales. En otras palabras, la guerra ya no sólo enfrena a sirios contra sirios, puesto que en ella también intervienen activamente Irán, Arabia Saudí, Turquía, Qatar, Rusia, Estados Unidos, así como una pléyade milicias yihadistas sunníes (como el Frente al-Nusra o el autodenominado Estado Islámico) y chiíes (una docena de milicias armadas provenientes de Líbano, Iraq, Irán, Afganistán y Pakistán). Una multiplicidad de actores con diversos intereses, hecho que, sin duda, dificulta la salida negociada del conflicto debido a la dificultad de un mínimo denominador común que resuelva la ecuación siria.
Curiosamente, la mayor parte de los libros aparecidos hasta el momento en nuestro país se centran en el denominado Estado Islámico, una formación terrorista de origen iraquí que bebe de las mismas fuentes que Al-Qaeda y que pretende imponer, por la fuerza de las armas, un califato salafista. El foco que se ha puesto en este actor contrasta con el desinterés ante la resiliencia del régimen, la atomización de la oposición o la irrupción de las milicias chiíes, por no mencionar el crucial pulso que libran Irán y Arabia Saudí por la hegemonía regional, indispensable para comprender adecuadamente la crisis siria. Las investigaciones en castellano sobre el origen de la revolución o sobre la experiencia de los Comités Locales, que articularon la vida ciudadana en las zonas liberadas, son prácticamente inexistentes, si excluimos las obras de las activistas Samar Yazbek (La frontera. Memoria de mi destrozada Siria) y Samira Khalil (Diario del asedio a Duma), dos buenas guías para adentrarse en el conflicto sirio e informarse ante tanta desinformación.