«La situación es cada vez más compleja en la región del cuerno de África, ya que esta guerra interna de Etiopía ha hecho que disputas en letargo se vuelvan a activar»
Galde 34, udazkena/2021/otoño. David Pérez de Unzueta.-
Que en el mundo cada vez hay más desigualdad, no es ningún secreto y que el número de guerras, revueltas, golpes de estado y violencia en general ha aumentado es un hecho. Lo que también es una realidad, es que la cobertura mediática varía en función del conflicto en sí y de la localización del mismo. Lo medios de comunicación, atendiendo a intereses, propios o ajenos, ponen el foco en determinados lugares dando todo tipo de información, relevante o no, olvidándose de otras regiones que quizás no se “vendan” tan bien o no tengan tanto interés.
Uno de los numerosos conflictos bélicos de los que apenas llegan noticias a nuestro día a día, es el de Etiopía. Un conflicto en el que miles de personas han perdido la vida desde el estallido de la guerra el 4 de noviembre de 2020. Según Naciones Unidas se estima que más de 5 millones de personas están en emergencia humanitaria de los cuales casi un millón están en riesgo grave por hambruna, a todo esto, hay que sumar centenares de miles de personas desplazadas de sus hogares y las personas refugiadas que se asientan en el vecino Sudan.
Como casi todas las guerras, ésta tiene un “casus belli”, el cual se trata de un ataque contra las bases del ejército federal de Etiopía en la región de Tigray, por parte de las milicias de la misma región. Este ataque en la madrugada del 4 de noviembre dio pie a que el primer ministro ordenase una ofensiva militar en toda la región contra los dirigentes del partido que gobierna Tigray, el Frente de Liberación de Tigray o TPLF (por sus siglas en inglés).
La gran ironía que se da en este escenario de guerra es que a finales de 2019, el Primer ministro de Etiopía el Dr. Aby Ahmed Ali, fue galardonado con el premio Nobel de la Paz, por haber firmado la paz con la vecina Eritrea después de casi 20 años de conflicto. En su discurso de recepción del premio habló sobre el fracaso que suponen las guerras y abogaba por la resolución de conflictos de forma pacífica.
No obstante, la contradicción no finaliza únicamente en las declaraciones del primer ministro y su premio, sino que en la ofensiva militar lanzada, además de las fuerzas del ejército federal, tomaron parte diversas milicias regionales, con especial importancia las de la región de Amhara, que comparte su frontera norte con la frontera sur de Tigray las que se sumaron las fuerzas del ejército de Eritrea, que avanzaron desde el norte entrando en Tigray y luchando contra las fuerzas denominadas rebeldes de esa región. Es decir, el que hasta hace escasos tres años había sido el principal enemigo de Etiopía, había pasado a ser estrecho aliado y estaba desarrollando una campaña militar en territorio Etíope y llevando a cabo violaciones sistemáticas de los derechos humanos, tales como asesinatos extrajudiciales, matanzas, violaciones de mujeres y niñas, así como el robo y saqueo de todos los enseres y útiles de las familias de Tigray, llegando a prender fuego a las cosechas y a matar el ganado de las familias campesinas. Estos hechos han sido acreditados por organizaciones internacionales, a pesar de que desde el mismo inicio de la guerra todo tipo de telecomunicación fue suspendida en Tigray, al igual que el suministro eléctrico y la red bancaria. Esta situación de bloqueo y apagón comunicativo hizo muy difícil el acceso tanto de medios de comunicación como de ayuda humanitaria.
La presencia de fuerzas eritreas en Tigray fue negada de manera categórica por el gobierno de Addis durante meses hasta que finalmente reconoció su presencia y atendiendo a presiones internacionales, especialmente de Estados Unidos y Unión Europea, accedió en abril a la retirada de las tropas eritreas, hecho el cual no se ha visto cumplido ya que sigue habiendo presencia de militares eritreos principalmente en el oeste de Tigray.
Las violaciones de los Derechos Humanos en esta guerra son atribuidas a todos los actores militares, fuerzas eritreas como ya se ha explicado, pero también se tiene constancia de la participación de parte del ejército federal y de las milicias Amharas en este tipo de ataques. Por otro lado, parte de las fuerzas de Tigray han sido acusadas de atacar comunidades de otras etnias en suelo tigriña y de cobrarse venganza sobre campos de refugiados eritreos situados en la misma región que habían escapado de la cruel dictadura eritrea a lo largo de los últimos 20 años.
Como cabe esperar en un conflicto de esta naturaleza, la población civil es la única perdedora que ha visto como en cuestión de meses su vida ha cambiado de manera drástica. La región de Tigray antes del conflicto contaba con una más que aceptable red de centros médicos y puestos de salud, los cuales, según Médicos Sin Fronteras, han sido destruidos o saqueados en su gran mayoría dejando a la población en una situación muy vulnerable. Esta situación se acentúa debido a que miles de familias campesinas no pudieron acceder a semillas o insumos para tener las cosechas de trigo y teff, un cereal que es la base de la dieta etíope (según datos de Naciones Unidas esta temporada de cosecha estará disponible únicamente entre un 25 -50 por ciento de cereales en comparación con otros años).
A toda esta situación hay que añadir que Tigray está sometida a un bloqueo por todas sus fronteras, ya que el gobierno está poniendo numerosas trabas para la llegada de insumos y de ayuda humanitaria, en especial desde finales de junio, cuando el ejército federal y sus aliados se vieron superados militarmente y abandonaron la ocupación de Mekelle, la capital de Tigray, así como gran parte de la región, dejándola en manos de las fuerzas tigriñas. Esa retirada supuso un nuevo corte de comunicaciones y de electricidad en la región. Por estos motivos, son cada vez más las voces que alertan de una inminente hambruna en la región por la falta de ayuda humanitaria.
Desde comienzos de julio, el conflicto ha escalado y se está expandiendo a otras regiones de Etiopía, donde están surgiendo grupos opositores al gobierno y al mismo tiempo se están alistando miles de voluntarios a las fuerzas gubernamentales y a las milicias regionales, se está preparando un escenario de escalada bélica, ante la negativa de un gobierno que no parece dispuesto a explorar vías de dialogo a pesar de los ofrecimientos de mediadores internacionales.
La situación es cada vez más compleja en la región del cuerno de África, ya que esta guerra interna de Etiopía ha hecho que disputas en letargo se vuelvan a activar, como la disputa entre Sudán y Etiopía por el triángulo Al-Fashaga, tierras ocupadas por campesinos etíopes en Sudan, o las disputas entre comunidades Afaries y Somalies en Djbuti.
La entrada de combatientes islamistas desde Somalia es otro punto que toma cada vez más fuerza al haber desplazado el ejército etíope de la frontera sur al norte del país. Toda esta situación se está dando ante la pasividad y la lentitud en la toma de decisiones de organismos internacionales y gobiernos mundiales, poniendo en riesgo la estabilidad de la región y agravando la situación humanitaria.
Para encontrar la respuesta al origen de este estallido bélico hay que entender la compleja estructura de poder en Etiopía, una suerte de federalismo étnico, en que tras la guerra civil etíope que finalizó en 1991, una minoría como es la etnia Tigriña, apenas el 6% de la población del país, gobernó Etiopía por casi 30 años, en los que cosechó cuantiosas enemistades ante diversos grupos étnicos en el país. Desde el ascenso del primer ministro Aby, las tensiones étnicas se han visto acrecentadas llegando al punto actual.
El pasado no colonizado del país tiene también un peso muy importante en el carácter etíope y numerosas guerras han marcado el carácter de las generaciones más mayores, a las cuales esta nueva guerra ha sorprendido y entristecido, ya que no esperaban ver una nueva guerra en un país que ha mejorado su situación social en los últimos años progresando y dejando poco a poco la pobreza extrema. Sin duda este nuevo conflicto supone una involución, no solo en la región de Tigray, sino en todo el país, sumiéndose en un futuro incierto y sombrío.
Solo cabe esperar que los líderes políticos despierten a tiempo para parar esta sangrienta guerra étnica y pongan sus miras en el bienestar de su pueblo, un pueblo al que están mutilando el futuro ya que son los y las jóvenes las que mueren a miles en los campos de batalla.