Entrevista a Ramón Barea, Premio Nacional de Teatro

Entrevista realizada por Santiago Burutxaga (Galde 05, invierno 2014). La máxima distinción teatral premia una vida dedicada a la escena. A lo largo de su dilatada carrera, Ramón Barea ha actuado en televisión, en cine, incluso ha dirigido películas, pero, por encima de todo, es un hombre de teatro. No solo un intérprete, un actor, sino un creador teatral. Ramón ha ejercido en el teatro casi todos los oficios que concurren en una puesta en escena, unos por vocación y otros, quizás, porque no había más remedio y alguien tenía que hacerlos. El presupuesto no daba para más.

Galde: ¿Qué está significando para ti este reconocimiento a tu carrera?

R.B: Ha sido una sorpresa muy grande. Me llamaron del Ministerio y al principio pensé en una broma de alguien de la compañía. No existen nominaciones previas, no esperas nada y no se te ocurre que tu nombre pueda estar en ninguna lista de premiables. Han elegido un perfil que no responde al cliché de actor de moda o compañía reconocida. Ya más tranquilo, me gusta que se haya pensado en los que con frecuencia no hemos sido caballos ganadores, y por lo que tiene de premio colectivo. Creo que conmigo se premia a una generación que tenemos una manera de estar en el teatro, pasando con mucha soltura de los éxitos a los fracasos, acostumbrados a los errores y a los cambios de rumbo. He dicho que este premio pertenece a muchos, y reconocerlo es más que una cortesía. He sido siempre una persona de grupo y lo que he ido haciendo ha dependido de lo que hacían quienes he tenido al lado en cada momento. Dicho esto, un premio no te cambia la vida. Decía Rabal que los éxitos y los fracasos, afortunadamente, pasan rápido. Se podrá poner en los currículos, pero los currículos tampoco se leen cuando son extensos. Te ayuda a la autoestima el saber que alguien se ha fijado en ti, pero ni va a subir tu caché ni se te van a abrir puertas que no lo estuviesen ya.

Galde: La recesión económica está cerrando ahora muchas de esas puertas. ¿Crees que el teatro puede ser ese arte contemporáneo, vivo y capaz de reinventarse y de superar las dificultades conectando con nuevos públicos? Es decir, ¿conserva la capacidad de reflejar la complejidad de la vida social y las inquietudes de, por ejemplo, la gente más joven?

R.B: La idea de crisis es consustancial al teatro. Si miramos a los actores, ni una cuarta parte puede vivir solo de este trabajo. Es una profesión precaria, insegura. Incluso cuando trabajas en las mejores condiciones, en el Centro Dramático Nacional recientemente en mi caso, solo lo haces durante un breve periodo de tiempo. Siempre hemos estado en crisis.

En cuanto a la capacidad de respuesta del teatro, este es un arte antiguo que se va adaptando. Siempre ha existido un teatro que intentaba explicar y hacerse preguntas sobre lo que ocurría. Ahora hay que volver a inventar las formas de relación con el espectador. Se ha trabajado tanto para el público conservador que quería evadirse que cuesta que un teatro crítico se haga un hueco. Respecto a los jóvenes, creo que hay varios eslabones perdidos. Los niños tienen una gran creatividad, son pequeños genios, pero luego la escuela te dice que pintas o bailas mal. Me decía hace unos días Juan Mayorga que la educación invierte en crear empleados, no personas con actitud crítica. La sensibilidad se educa y hay que invertir en el ser humano integral para que luego sean actores y espectadores exigentes.

En el teatro hay fuertes inercias que romper. Van desde la misma duración de un espectáculo -¿por qué hora y media?-, hasta los lugares donde se representa. Esto está cambiando, se están abriendo muchos espacios nuevos que buscan identificarse con un público definido.

Galde: Sobre esta proliferación de pequeños espacios teatrales en lonjas, pabellones e incluso en pisos, hay cierta polémica entre quienes lo ven como una respuesta a la disminución de las contrataciones y quienes opinan que no es sino una forma de autoexplotación para no estar parado.

R.B: Puede haber algo de esto, pero para mí es una buena salida. No todas las salas responden al mismo modelo. Las hay que solo programan, pero otras están formadas por colectivos de actores y autores que investigan. Son experiencias de riesgo y no se les puede pedir que sean proyectos acabados, que todo sea objetivable. Tienen una rentabilidad más artística que comercial. Incluso esto último es dudoso que no se esté dando. En nuestra experiencia concreta del Pabellón 6 de Zorrozaurre, a veces les pregunto a los actores: ¿Cuánto has cobrado en un trabajo con una empresa productora? Y lo comparamos con lo que van obteniendo en las 42 funciones del Cabaret Chihuahua que llevan hechas en este local. Trabajando de la manera tradicional a veces solo contribuyes a consolidar las pequeñas estructuras empresariales de producción. En estos espacios los actores queremos dejar de ser materia contratable y poner en pie nuestras ideas y ver a quién le interesan.

El que un colectivo tenga su propio teatro es como para un atleta disponer de un gimnasio, un lugar de entrenamiento y formación. Sabemos que no vamos a vivir de esto, que tiene algo de idealismo, pero nos sentimos vivos y visibles haciendo cosas que no podríamos hacer en otro sitio. Ha costado entenderlo, todavía hay gente de la profesión que tras dos años de funcionamiento nunca ha pasado por aquí.

Galde: Una buena parte de la actividad cultural tenía antes de la crisis una fuerte dependencia de los presupuestos públicos. Las administraciones intervenían subvencionando la producción de espectáculos y también programando en los teatros municipales. ¿No era una supeditación muy arriesgada para cuando llegasen los malos tiempos?

R.B: No había otras opciones. Las administraciones coparon la actividad y esto hundió a los teatros privados que no pudieron competir. A cambio, no se crearon compañías públicas u otras formas de trabajo. Incluso, pervirtiendo el sentido del apoyo público al teatro, cultivaron las actuaciones estelares que pudiesen llenar los nuevos auditorios, algunos construidos con la fantasía de ser el mejor del país, o de Europa, o del mundo. Han utilizado los tics del empresario tradicional, solo que con dinero público. La política ha monopolizado el liderazgo cultural y hay muchos espacios cuya utilidad es dudosa. No tiene por qué ser el responsable de un ayuntamiento o diputación quien decida sobre cuestiones de programación artística.

Se han hecho cosas que no tenían que ver con el contexto social. Todo puede ser interesante, pero dudo de la necesidad de muchos de los eventos que se programan. Supongamos que soy un avispado vendedor que quiere venderte un farol (hay uno sobre la mesa de la entrevista). Pues bien, te planteo un ciclo sobre el desarrollo de la luz a lo largo de la historia de la humanidad, hacemos una exposición de faroles, luego habrá una muestra de cine donde la luz tiene un protagonismo esencial, habrá una performance iluminada con velas…y te lo vendo, pero nadie lo había pedido en este sitio ni en esta ciudad. Es admirable, porque luego se va publicar en los suplementos de los periódicos, se sortearán faroles, habrá fotos de farolillos de todo el mundo, un concurso infantil de cuentos basados en leyendas sobre del origen de la luz. Todos los rincones del alma y de la mente humana son vendibles, pero hay cosas más necesarias que otras.

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Galde: Reconociendo que ha habido muchos errores y desmesuras, ¿cuál sería para ti una política razonable de apoyo al teatro?

R.B: Creo que la clave es dejar hueco a la sociedad civil, apoyar lo que existe mediante una gestión de riesgos compartidos. También hay que tener en cuenta que se está produciendo un cambio de modelo. Cuando una compañía estrena un espectáculo es ilusorio pensar que va a recorrer con él toda España. Se ha perdido esa dimensión, esa red, salvo que vayas filtrado por los teatros municipales, a los que solo accede la primera división de actores de prestigio o los que salen en televisión, que da igual en ese caso lo que hagan. Faltan las otras divisiones. A mí, más interesante que la programación aséptica y la búsqueda del espectador mayoritario, me parece la existencia de un espacio y un equipo que va creando un estilo propio que se convierte en una referencia para el espectador que sabe lo que va a encontrar. Estoy pensando en el Cricot 2 de Tadeusz Kantor, en Ariane Mnouchkine, pegada a su Théàtre du Soleil, y más cerca, en el Lliure o en La Abadía. Son grandes referencias que comenzaron siendo activos laboratorios.

En el País Vasco el diálogo con las instituciones siempre ha sido difícil. Existe una minusvaloración del teatro. No se le da mérito al hecho de interpretar, cuando este arte requiere tanto conocimiento del alma humana y tanta empatía. Es un oficio cercano al corazón de la gente. Tal vez la falta de valoración tenga que ver con el origen del teatro profesional vasco al final del franquismo. Éramos muy jóvenes y no teníamos pedigrí, tampoco una idea muy clara de lo que había que hacer. Hay que reconocer que junto a la falta de criterio, ha existido un menosprecio de lo institucional. Se ha ido a salto de mata, creando espectáculos en base a las convocatorias de ayudas y recibiendo más desprecios que atenciones. No hemos sabido mantener un diálogo constructivo. Yo no he empezado a hablar con responsables políticos hasta estos últimos años, fuese para quejarme o proponer. Ha habido muchos errores y es hora de que lo hagamos bien. Que se trabaje con los niños en las escuelas, que los teatros públicos tengan la obligación de producir, que se intercambie lo que se hace. Es absurdo que lo producido en Bilbao no se pueda ver en Donostia o Gasteiz……

Galde: Ramón, para finalizar hablemos de proyectos.

R.B: Tengo unos cuantos. Voy a dirigir en el Pabellón 6 una versión de Orquesta de señoritas para el verano y trabajaré como actor en La noche árabe, un juego poético sobre el tiempo y el espacio escrito por un joven autor alemán. Tengo también una película con Borja Cobeaga, El negociador, inspirada en la figura de Jesús Egiguren, y quizás será a raíz del premio, pero me han empezado a llamar para recitar textos poéticos. Tengo pendiente también un trabajo con Juan Mayorga y tras el verano, haremos una gira con la producción del Centro Dramático Nacional Montenegro de Valle-Inclán. Actuaremos en Bilbao y Pamplona, entre otras capitales.

Galde: Un consejo a nuestros lectores: ¡No se pierdan la creación que Ramón Barea hace del caballero feudal Don Juan Manuel Montenegro de las Comedias bárbaras!

Entrevista realizada por Santiago Burutxaga

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