Galde 28, udaberria/2020/primavera. Entrevista realizada por Koldo Unceta.-
Pablo José Martínez Osés es Doctor en Ciencia Política y Relaciones Internacionales, y Master en Estudios Contemporáneos Latinoamericanos (UCM). Fue coordinador de la Plataforma 2015 y+, y de la campaña Pobreza Cero. Autor de varios libros y numerosos trabajos sobre Cooperación Internacional, sobre la Agenda 2015, y sobre le Agenda 2030, es también uno de los miembros impulsores del Colectivo La Mundial. Se trata por tanto de una de las personas más cualificadas para conversar sobre el tema de nuestro dossier, la Agenda 2030.
Koldo Unceta.- ¿Qué significado tienen las llamadas Agendas de desarrollo y en concreto la Agenda 2030, en un panorama mundial como el actual, caracterizado por el auge del populismo, la demagogia y los intentos de ruptura de cualquier tipo de convivencia global?
Pablo José Martínez Osés.- Caben dos posibles interpretaciones respecto de la aprobación de la Agenda 2030 en un tiempo de crisis del multilateralismo marcada por la emergencia del populismo, entendido aquí como una involución al nacionalismo. Por un lado, la A2030 parece una reacción ambiciosa por parte de la principal organización internacional, las Naciones Unidas. Pero, por otro lado, también puede entenderse que los países, enfrascados en sus respectivas crisis de representación derivadas de sus respuestas a la crisis financiera global y en el consecuente auge del populismo, prestaron poca atención a los debates multilaterales cuando no llevaban aparejados acuerdos vinculantes. Esta escasa importancia otorgada por los países durante el proceso de construcción puede explicar que otros actores transnacionales y Naciones Unidas tuvieran las manos más libres para construir una agenda internacional de desarrollo más amplia y más ambiciosa.
¿Qué valoración haces de la Agenda? ¿Qué representa respecto de la Agenda anterior, la de 2015?
P.M.O.-Se ha dicho con demasiada ligereza que la A2030 es heredera de la Agenda del Milenio. Lo es tan sólo para el sistema de cooperación internacional que representa una fracción muy limitada en las dinámicas que explican la política mundial por su escasa relevancia. Además, durante el largo proceso de construcción, las tesis del sistema de cooperación —ampliación de plazo para los ODM, añadir algún objetivo sin perder el foco en África y territorios más empobrecidos, etc.—fueron desbordadas por la apuesta más amplia y comprehensiva que procedía de sectores más críticos, particularmente del mundo del ecologismo y las problemáticas ambientales. Por eso, más que hablar de herencia, que sugiere continuidad, para comprender la A2030 prefiero hablar de revisión y renovación en profundidad de las visiones y las prácticas que han configurado el actual modelo de desarrollo. Incluida, por supuesto, las del sistema de cooperación internacional para el desarrollo.
¿Crees que esta Agenda tiene potencial transformador?
La Agenda 2030 es antes que nada una apelación explícita a transformar nuestro mundo como reza su título y desarrolla en varios aspectos a lo largo de la declaración. Su potencial transformador reside en que señala algunos elementos cruciales cuyo abordaje requiere cambios de manera urgente. Pero hablar de potencial de transformación en una agenda de desarrollo exige una consideración sobre cuál es su capacidad para influir en los responsables de las políticas y las dinámicas que configuran los procesos de desarrollo, y en realidad no sabemos exactamente cómo una agenda de este tipo influye en las políticas. Para comprender su influencia es conveniente atender a la diferencia entre normas reguladoras y normas constitutivas como sugería John Ruggie, dado que las agendas de desarrollo no regulan comportamientos de los países. En el mejor de los casos constituyen una serie de valores y significantes compartidos. En este sentido, teniendo en cuenta que la A2030 incorpora algunas inconsistencias y contradicciones, creo que lo más relevante es comprender que los valores que pretende sean compartidos tienen que ver con la necesidad de transitar de los actuales modelos de desarrollo a un espacio de seguridad humana conformado por principios de igualdad entre las personas y sostenibilidad de la vida. Pero también puede defenderse que los valores que traslada son los de una gobernanza global basada en la voluntariedad, una defensa de los principios del libre mercado y la iniciativa privada como principales articuladores del progreso, etc. Por lo tanto, sea cual sea el potencial de la agenda, su actualización en la realidad dependerá de cómo se vayan resolviendo varias disputas que la declaración no resolvió, por ejemplo y entre otras, la disputa entre crecimiento y sostenibilidad, entre exportaciones y producción para la proximidad, o entre responsabilidades estatales, privadas de multinacionales, privadas de pymes y personales.
La Agenda habla mucho de los fines, pero se detiene poco a hablar de los medios, de las políticas y de las estrategias a seguir. ¿Le resta esto posibilidades, o era la única forma de sacarla adelante, dejando ese amplio terreno de inconcreción?
Los llamados medios de implementación (MdI) son uno de los aspectos más débiles de la A2030. Por inconcretos unos y por conservadores otros. Es impensable lograr algunos de los cambios que se señalan en las metas finalistas manteniendo como principales medios algunas de las prácticas multilaterales que nos han traído hasta aquí, como el marco de liberalización comercial o la ausencia de regulaciones ambientales. Se trata probablemente de la principal inconsistencia de la A2030, que no olvidemos, es reflejo de esos significados compartidos: acordamos discursos ambiciosos pero evitamos (e impedimos) acordar cambios en las prácticas. Por supuesto esta brecha le resta credibilidad y potencial a la A2030, pero también era la única forma de sacarla adelante con el beneplácito de los principales actores transnacionales, estatales y privados.
¿Hasta qué punto las ONG y los movimientos sociales han hecho suya esta Agenda? ¿En qué medida podría serles útil para impulsar su acción?
Si hablamos de las ONGD podríamos decir que la han hecho suya en demasía, o demasiado acríticamente que es lo mismo. Si atendemos a los MMSS creo que en general se observa una posición de rechazo. Y creo que ambas posiciones parten de una misma confusión. En un caso porque se identifica con una hoja de ruta o con un consenso que, como tal, debe ser celebrado y adoptado por todos los actores. En el otro, porque produciéndose la misma identificación, se rechaza dicho consenso por no contener o contradecir algunos de sus principios fundamentales. Creo que ambas posturas compran una interpretación de la A2030 que interesa de manera particular a las élites políticas y económicas, porque contribuyen a hacerla hegemónica.
En cambio, creo que es preciso leer la A2030 como lo que es, una norma internacional reciente que intenta constituir un renovado sistema de valores. Pero no es una norma cerrada ni completa, es decir, no se ha terminado de constituir como tal. En realidad, esta agenda no es una hoja de ruta como muestran sus inconsistencias e inconcreciones. Y si es un consenso, lo es tanto por lo que contiene como por lo que evita abordar. Y tampoco es un manifiesto construido a partir de las demandas de los territorios, colectivos y personas más vulnerables, subordinadas y explotadas. Me parece que ambas lecturas cometen el mismo error al considerar la A2030 como algo cerrado, y por ende, pierden con ello la oportunidad de participar en su interpretación, para participar y disputar políticamente en cómo se acabe actualizando y haciendo realidad los valores que representan una salida justa, equitativa y basada en derechos a las crisis superpuestas que enfrenta el planeta y la humanidad en esta época.
Desde algunos sectores críticos se opina que la agenda 2030 es en realidad un elemento legitimador del actual estado de cosas. ¿Cómo valoras estas posiciones?
Me parece una crítica razonable con la que me siento identificado. Pero creo que es una crítica que dice poco, por obvia. ¿Acaso esperábamos una especie de suicidio de las élites y los actores que conforman los sistemas y organizaciones internacionales? Dadas las crisis superpuestas y multidimensionales que nos afectan, es razonable que la llamada comunidad internacional haga dos cosas al mismo tiempo: advertir del terrible diagnóstico de la situación y lanzar una propuesta indicativa de los cambios por hacer. Y situarse como capaces de liderarlos de manera que no incluya un cambio que afecte a sus privilegios, es decir, quedando legitimados. Todo eso creo que entra dentro de lo esperable. En mi opinión el enfoque crítico de la A2030 debe partir de comprender que en el diagnóstico que reconocen y en las insuficientes medidas propuestas para responder, se está cuestionando todo un modelo de desarrollo y a sus principales responsables. El contenido sustantivo de la A2030 es suficiente para vislumbrar que ya hay transiciones en marcha. La clave es disputar la orientación y el gobierno de las principales transiciones, más que denunciar una vez más lo obvio.
¿En qué medida afecta la Agenda 2030 a la cooperación internacional para el desarrollo?
Es un tema que aún está por ver. El proceso de construcción de la A2030 y su resultado no son ajenos a la crisis del sistema de cooperación que venía de largo. Por su incapacidad para obtener relevancia, su pérdida de peso en el discurso tras los efectos de la crisis financiera de 2008 y por el dubitativo proceso de renovación de la gobernanza tras el foro de Busan en 2011. En mi opinión, de lo que no cabe duda es de que los pilares sobre los que se erige el sistema de cooperación internacional (donantes-receptores, AOD, transferencias internacionales, especialización sectorial, etc.) han quedado en su mayor parte desbordados por una realidad mundial que ha cambiado, evidenciando su carácter transnacional e interdependiente en medio de múltiples crisis que la A2030 trata de responder aunque sea de manera imperfecta. Los actores de la cooperación han asumido la A2030 como propia, por aquella consideración de que es la continuación de los ODM. Por eso los esfuerzos se han dirigido a promover estrategias de adopción por parte de otros departamentos de los gobiernos, pero aún no se ha realizado la revisión y redefinición a fondo de la propia política de cooperación a partir del nuevo paradigma que emerge a partir de la A2030. De manera sintética y por precisar, el conjunto de políticas públicas y con ellas la de cooperación, deben redefinirse a la luz de una nueva lógica universal, integral y cosmopolita que supere esquemas Norte-Sur, enfoques sectoriales y el nacionalismo metodológico, tres características que aún priman en todo el ciclo de las políticas públicas.
¿Cómo ves el trabajo del gobierno español en relación con la Agenda 2030?
Durante el primer periodo se mantuvo la indiferencia hasta que cierta presión internacional obligó a asumir una mínima estructura que permitiera presentar el informe nacional voluntario al tercer año. Después, con el primero gobierno de Sánchez, se creó el Alto Comisionado que ha hecho un trabajo muy destacable en comunicación pública para subrayar la adopción de la A2030 por parte del gobierno, pero ha contrastado con los escasos avances en materia de política pública. Seguimos sin mecanismos para avanzar en coherencia de políticas y en general se evita el abordaje de los conflictos más fuertes que subyacen cuando hay que emprender transiciones ecológicas y tecnológicas, para gobernar efectivamente un cambio en el modelo de producción, comercialización y de consumo. La movilización de recursos discursivos, técnicos y económicos para enfrentar los cambios es aún tremendamente débil.
Y desde una perspectiva más global, ¿qué lectura haces de los avances y limitaciones en su cumplimiento?
Han transcurrido cinco años y los avances prácticamente se limitan a campañas de comunicación pública por parte de los gobiernos y de comunicación de reputación corporativa por parte de actores privados transnacionales. En materia de gobernanza global no hay avances, como muestra el fracaso de la COP25 o el inmovilismo de las posiciones que se fijaron en la Cumbre de Addis Abeba sobre financiación para el desarrollo en relación a regular flujos financieros y a perseguir ilícitos y paraísos fiscales. Estos días vivimos en España y en otros países en estado de alarma como estrategia para proteger vidas ante la amenaza del coronavirus. La movilización de recursos políticos y económicos para transformar el actual modelo de desarrollo hacia espacios seguros para la sostenibilidad de la vida tendrá que parecerse bastante a la actual. Pero también podremos aprender que para responder a la crisis del modelo de desarrollo, tan importante como movilizar recursos, es impedir cuanto antes que se sigan realizando algunas acciones que tan sólo propagan los efectos y los impactos ambientales y sociales que ponen en riesgo la sostenibilidad de la vida.
¿Cómo podría plantearse una agenda que aborde las cuestiones estructurales y las relaciones de poder?
En mi opinión conviene no magnificar el valor o la capacidad de las llamadas “agendas”. Insisto en que se trata de intentos de construir socialmente nuevos valores y significantes que se van constituyendo en el tiempo. Para eso es importante tanto su amplia legitimación como su contenido sustantivo. Y la A2030, goza de la primera condición pero la segunda vislumbra cambios en marcha pero no aborda adecuadamente cuestiones de estructura ni de relaciones de poder. Hay mucha vida “fuera” de las agendas. Lo que defiendo es que la A2030 vislumbra suficientes problemas y muestra suficientemente que están muy lejos de resolverse, como para inspirar acciones colectivas orientadas a cambiar la actual configuración de fuerzas. Creo que en el momento actual, y puede observarse a partir de la interpretación transformadora de la A2030, el desplazamiento de las relaciones de poder se está jugando entre los siguientes cuatro binomios: patriarcado/feminismo, mercado autorregulado/gobernanza democrática, crecimiento económico/progreso multidimensional y consumo de masas/consumo de proximidad. Cada una de estas disputas va generando sus propias agendas, y es sobre ellas sobre las que hay que tomar partido y observar los desplazamientos de poder.
El OSD 17 llama a una alianza global para el desarrollo, pero ¿qué implicaciones tiene esta cuestión para el cumplimiento de la Agenda 2030?
¿Qué tipo de alianzas demanda el cumplimiento de la Agenda 2030? La apelación a la alianza de múltiples actores para el desarrollo sostenible es una de las cuestiones más relevantes en la A2030. Al fin y al cabo es la única propuesta que roza el carácter político de las transformaciones. Digo roza, porque en la mera apelación a generar alianzas de múltiples actores se presenta de manera despolitizada, es decir, sin tener en cuenta las diferentes responsabilidades que tienen los diferentes actores en función de sus capacidades, impactos, naturaleza, etc. Para que la A2030 vaya constituyéndose como una agenda transformadora es inevitable abordar el carácter político de las relaciones y dinámicas que dan lugar a los procesos de desarrollo. Y eso exige mucho más que una apelación a la corresponsabilidad voluntaria. En mi opinión, las alianzas por construir deben ser transversales desde el punto de vista geográfico y político, pero deben constituirse a partir de una visión común de la profundidad y el alcance de las transformaciones, que incluye una revalorización de lo común como principal objeto de la política pública.
Publicado por Galde
Edita: Ezker Kulturgintza Elkartea Depósito Legal: SS-551-2013 ISSN: 2255-5633