ELKARRIZKETA: Pedro Miguel Etxenike. Necesitamos ciencia con conciencia

 

Galde 40, udaberria 2023 primavera.- Felipe Gurrutxaga Entrevista a Pedro Miguel Etxenike.-

La persona a la que hoy entrevistamos no necesita presentación. No en vano, Pedro Miguel Etxenike es el científico vasco con más reconocimiento internacional y uno de los físicos más galardonados en el mundo. Actualmente es catedrático de Física de la Materia Condensada en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) y Presidente del Donostia International Physics Center (DIPC).

P. Hay una frase recurrente en muchos debates, en el sentido de que la ciencia es la obra colectiva cultural más importante de la humanidad, adjudicándole a Ud. su paternidad. ¿Puede explicarnos el porqué de su trascendencia y cuáles deben ser sus fundamentos?

R. La ciencia tiene dos aspectos. Uno es el carácter instrumental, hacer cosas. Ya Roger Bacon decía que la ciencia, lo mismo que la religión, deben servir para hacer la vida de los ciudadanos mejor. Bertrand Russell decía que la ciencia, como persecución de la verdad, no es superior ni inferior al arte, pero como capacidad de cambiar el mundo a través de la tecnología, tiene un poder al que no puede aspirar el arte. Yo comparto esa visión. La ciencia ha permitido reducir la dependencia con el mundo natural, el dolor, hacer en definitiva nuestra vida más humana. La ciencia ha ejercido una misión humanizadora de la sociedad, ha cambiado el mundo y ha permitido que vivan en él 8 mil millones de personas. Sin el ciclo de Haber, que es la fijación del amoniaco a través de hidrógeno, hoy no vivirían 4 mil millones de personas. Es tremendo, porque siempre estamos ante avances y peligros simultáneos. El mismo Haber cuyo famoso ciclo permite vivir a 4 mil millones de personas, por los fertilizantes, es el que diseñó también la fabricación de los gases tóxicos que se utilizaron en la primera guerra mundial y con los que más tarde su familia fue gaseada por los nazis.

Pero este carácter instrumental de la ciencia, que ha derivado en un triunfo tan espectacular, a veces hace olvidar el otro aspecto, el aspecto cognitivo de la ciencia, el aspecto cultural de la ciencia. Es decir, que la ciencia es parte esencial de la cultura moderna y es parte esencial del humanismo moderno. No hay ciencia y humanidades, hay ciencia y otras ramas de las humanidades, porque hoy la ciencia ha permitido contestar a preguntas esenciales que ya se hicieron los griegos: de qué están hechas las cosas, cuál es el origen, qué es el tiempo, qué es el espacio. O sea, en mi opinión, sin despreciar otras contribuciones, el edificio conceptual de la ciencia moderna, que incorpora en sí como parte esencial el pensamiento crítico, es la obra colectiva cultural más importante de la humanidad. Hemos aprendido que el tiempo y el espacio surgieron de una gran explosión hace unos 13.700 millones de años, que vivimos en un pequeño planeta, en los arrabales de una galaxia, que es una más entre cientos de miles de millones. Y en cada galaxia hay cientos de miles de millones de estrellas. Y en nuestro cerebro hay tantas neuronas como estrellas de la galaxia. Y gracias a esas neuronas, podemos entender que no somos nada, pero a la vez somos los únicos que entendemos que creemos que no somos nada.

P. La pandemia ha puesto de manifiesto la escasa previsión del mundo científico y político -pese a las advertencias planteadas desde algunos sectores- respecto de los riesgos provocados por la pérdida de biodiversidad y los peligros de zoonosis. ¿Qué opina usted al respecto?

R. Me parece sorprendente que la pandemia nos haya cogido de sorpresa. Es un asunto contradictorio. En realidad, no nos ha cogido del todo por sorpresa, pues algunos científicos, bastantes, habían advertido de los posibles riesgos. Y aquí cito dos casos como, por ejemplo. Uno, en el año 1994, Claudia Grams, en el libro The coming plague, dice “mientras la especie humana lucha contra sí misma, disputándose un territorio cada vez más atestado y unos recursos más escasos, la ventaja se traslada al campo de los microbios. Estos son nuestros depredadores y se harán con la victoria, si nosotros, el homo sapiens, no aprendemos a vivir en un pueblo global racional que a los microbios les ofrezca pocas posibilidades”. No es que no se hubiese avisado. Hay también un libro de López Goñi, que es un gran científico y divulgador navarro, en el que, citando al Clinical Microbiology Review, del 2007, alertaba de la presencia de una gran cantidad de virus similares al SARS, señalándose que el SARS, en reservorios como los murciélagos de herradura y los mamíferos exóticos que se consumen en el sur de China, es una bomba de relojería.

O sea que algunos sí estaban avisados. Yo creo que el virus nos ha disipado la sensación de omnipotencia que teníamos. Harari, por ejemplo, escribió Homo Sapiens, pero también Homo Deus en donde decía que ya los cuatro jinetes del Apocalipsis habían sido derrotados. La guerra, el hambre y la peste, otro es la muerte, sólo nos quedaba la inmortalidad. Sí que había problemas, pero que los íbamos a resolver fácilmente, que el gran problema iba a ser limitarnos en nuestro propio poder. Sin embargo, un pequeño bicho ha puesto en jaque a la humanidad y esto es, en mi opinión, consecuencia de lo que decía al principio sobre los constituyentes últimos de la materia, que son pocos, pero el mundo de las cosas es infinito.

Cuando hay muchos átomos en interacción, las posibilidades son infinitas. Y emergen, en la interacción, propiedades nuevas que no están contenidas en los constituyentes, entre ellos el coronavirus o el ADN, o nosotros. Esa infinitud de las posibilidades es lo que hace el mundo atractivo y a la vez peligroso. Por ese motivo, cuidar un equilibrio adecuado con el entorno natural no es ya una opción posible, es la única opción razonable. Incluso, también, esto pasa también con los avances tecnológicos. No tengamos mucha prisa en dejar de ser humanos.

Yo creo que la pandemia ha puesto a la ciencia en el escaparate. Y ha sido la gran esperanza de la humanidad. El año pasado fue el 70 aniversario del suicidio de Stefan Zweig y de su esposa. Si hoy Stefan Zweig escribiese “Momentos estelares de la humanidad”, estoy seguro que incluiría el desarrollo de nlas vacunas contra la pandemia. El virus para mí ha puesto a la especie humana en el centro y a la vez ha disipado nuestra ilusión de omnipotencia. Somos muy vulnerables. Fenómenos como la pandemia nos recuerdan lo dependientes que somos de nuestro ecosistema. Y debemos tomarlo como un aviso, una alerta, una invitación a pensar

P. ¿Cómo debemos entender las relaciones entre Ciencia y Tecnología?

R. A mi modo de ver, ciencia y tecnología van de la mano. Yo hablaría de tecnociencia. Está claro que no puede haber investigación aplicada de calidad sin un conocimiento y contacto con la investigación básica. Pero esto no minimiza la importancia de la investigación aplicada o de la tecnología. Al contrario, la refuerza. Muchos de los grandes avances científicos no hubiesen sido posibles sin la utilización de los nuevos avances tecnológicos. La máquina de vapor va antes que la termodinámica. Las mejoras de los sistemas de vacío permitieron el descubrimiento del electrón en el “Cavendish Laboratory” de la Universidad de Cambridge. Avances tecnológicos en sistemas de alto vacío posibilitaron a Davisson y Germer en los Laboratorios Bell ratificar la hipótesis de Broglie sobre la naturaleza ondulatoria del electrón. El descubrimiento del transistor en los laboratorios Bell sólo fue posible gracias a tecnologías de producción de germanio puro. La tecnología de rayos X permitió a Watson y Crick dilucidar en el Cavendish la estructura de doble hélice del ADN. Son muchos los ejemplos que se pueden poner.

No podemos, sin embargo, concentrarnos en los medios técnicos, pues gran parte de ellos han surgido de descubrimientos y experimentos anteriores. En el caso de la pandemia, habría sido un error concentrarnos solo en lo biomédico, porque gran parte de todos los instrumentos que se han utilizado en la vacuna han surgido de medicina anterior, que proviene de preguntas básicas de la física y de la química, que no fueron dirigidas. Esto es también una enseñanza para el futuro. No sabemos lo que va a venir, y por ello tenemos que seguir investigando en todos los frentes para cuando lleguen los problemas, tener los instrumentos. Y ese concepto es importante para atacar el coronavirus, ya que ellos surgen de un conocimiento anterior de la estructura molecular, que es el ADN, de cómo se transmite la vida, del ARN mensajero y de cambiar en su estructura una de las “letras”.

Heidegger, al comienzo de los años 50 escribió en la primera página de su ensayo sobre “La cuestión de la técnica” una frase que está más vigente que nunca: La esencia de la técnica no tiene nada de técnica. Así, la ciencia es la gran proeza de los seres humanos y ha redimido a la humanidad de buena parte de sus miserias, pero ha de tener un horizonte de fines, una idea clara y precisa de sus metas. No puede ser un reino autónomo al que todo le está permitido en consideración a sus logros. “Necesitamos ciencia con conciencia”.

P. En relación con lo anterior, ¿qué opina usted de la fe ciega en la tecnología que parece haberse instalado en algunos sectores? Ante el llamado “solucionismo tecnológico”, ¿no cree usted que buena parte de los graves problemas que atraviesa la humanidad tienen en realidad una raíz social y/o política?

R. Sí, pero esto no invalida que la ciencia y tecnología han hecho la vida más humana. Hemos disfrutado de la cultura gracias a la tecnología, y la cultura nos ha hecho la vida más agradable, más humana durante el confinamiento. El COVID nos ha enseñado que tenemos en gran parte el conocimiento científico para solucionar esta crisis, pero no la suficiente sabiduría política, social y humana para hacerlo.

Si bien los cambios tecnológicos, producidos por nuevos avances científicos y provocando grandes cambios sociales, han existido siempre, la situación actual es cualitativamente distinta. Por primera vez el ser humano dispone de la posibilidad de práctica autodestrucción del entorno que le sirve de base; los efectos de algunas de sus actividades pueden afectar a la humanidad durante cientos, o miles de años, e incluso cambios en el mensaje genético pueden ser ya forzados permanentemente en generaciones posteriores.

Hay claros ejemplos de grandes problemas que un mal uso de la tecnología ha creado. Uno de ellos son las bombas nucleares. La única manera de que no se use una bomba nuclear es que no haya una bomba nuclear. También podríamos hablar de una relación a veces destructiva con el entorno natural, y quizás añadir, potenciales tecnologías disruptivas, como, por ejemplo, bio-nano, neuro tecnologías o inteligencia artificial. El conjunto de éstos y otros efectos ha provocado, muchas veces como noble y legítima reacción, y otras veces como populismo ignorante, un profundo rechazo no solamente de una irracional utilización de la capacidad tecnológica que la ciencia ha puesto en nuestras manos, sino de la misma tecnología.

Sin embargo, creo que la solución no está ni en la huida ni en el abandono de la tecnología, sino en todo lo contrario; radica en un profundo avance de la ciencia y de la tecnología, junto con una sabia utilización de la misma. En primer lugar, la actividad científica y sus consecuencias tecnológicas no es algo antinatural al ser humano, sino precisamente lo contrario. Las personas están haciendo lo que les es más natural: utilizar y amplificar sus contadas dotes para sobrevivir a través de las cualidades, mente, lenguaje, comunicación, etc., con que la naturaleza les ha dotado. Es la ley de la evolución. En segundo lugar, y contrariamente a muchas creencias románticas hoy en boga, la naturaleza por sí sola no puede mantener los casi 8.000 millones de personas que hoy la habitan, y mucho menos los que vendrán. En la lucha por la supervivencia el ser humano perecería si sólo dependiese de un balance ecológico estricto, si confiase en la ilusión de que podría “ajustarse” a la naturaleza y el disfrute de ella como un amigo, o amiga, y no como un enemigo destructor.

Aun así, como he dicho antes, necesitamos una ciencia con conciencia. Lo mismo que sucede con todas las demás creaciones del espíritu humano, los efectos de la ciencia y de la tecnología son imprevisibles. Casi ningún problema se resuelve solo con la tecnología. Se resuelve con un sabio uso de la tecnología producida por la ciencia. Y por lo tanto, todas las demás ramas de las humanidades son necesarias e imprescindibles. Cada descubrimiento científico, o en palabras de Leibniz, cada nuevo contacto con lo desconocido, abre un amplio abanico de nuevas posibilidades.

P. Ante el riesgo actual de crisis global -algunos hablan de colapso- ¿cree usted que los gestores políticos tienen suficientemente en cuenta la opinión del mundo científico? ¿Cree usted que desde la comunidad científica se levanta suficientemente la voz ante tanto desatino?

R. Yo creo que los científicos deben participar en el debate, pero son los representantes democráticamente elegidos por los ciudadanos los que tienen que tomar, con información científica relevante, las decisiones. No corresponde a los científicos convertirse en los prescriptores de acciones siempre. Ahora, si alguien dice que la lejía es buena, que hay que beber lejía porque limpiará el organismo, el científico debe advertirle de su estupidez..

El científico es rebelde. Yo creo que hay que defender la racionalidad de la ciencia y saber que el avance va a ser a seguir y que lo importante es contribuir a que esa dirección sea la adecuada. Pero no hay que dejar las acciones a los tecnócratas. La sociedad debe de elegir, decidir democráticamente, si se limitan o no ciertos tipos de tecnología en aras a posibles problemas que puedan generarse. Pasa con algunas de las tecnologías actuales, lo he dicho antes, y estamos a tiempo de iniciar ese debate responsable. Ya se ha hecho en el campo de la biotecnología, aunque no siempre se esté obedeciendo.

P. En otro orden de cosas, ¿Cree usted que las mujeres tienen suficiente protagonismo, visibilidad y representación en el mundo de la investigación científica?

Está claro que las mujeres no tienen el suficiente protagonismo, visibilidad y representación en el entorno científico, igual que tampoco lo tienen en muchos otros ámbitos de nuestra sociedad. Afortunadamente, tal y como pasa en esos otros ámbitos, estamos mucho más concienciados que antes de esta realidad y estamos empezando a poner medios para cambiarlo.

De todas formas, no es igual la situación en todas las disciplinas científicas. En el campo biomédico las mujeres son a menudo mayoría. Aquí el problema puede estar en la desigualdad en el acceso a los puestos directivos, aunque esto también está cambiando. En ciencias experimentales e ingenierías, el problema es la infrarrepresentación de las mujeres en todos los niveles.

Cada vez más visibilidad. La visibilidad de las mujeres es esencial en todos los contextos, porque te permite tener voz, algo que desde luego cualquier investigador/investigadora con una trayectoria independiente y consolidada debería tener.  Quiero pensar que el cambio está en marcha. La visibilidad que las científicas están empezando a tener está cambiando ya la percepción que las nuevas generaciones tienen sobre las profesiones científico técnicas. Pero no nos engañemos. No es suficiente con decir que hay un sitio para las que vienen, se tiene que garantizar que puedan desarrollar sus carreras profesionales en igualdad de condiciones. El techo de cristal está ahí. Todavía hay mucho por hacer.

P. ¿Qué opina usted de la inteligencia artificial? ¿No cree usted que desde una perspectiva ética y humanista habría que regular la investigación en este terreno?

R. A mí no me gusta el nombre de “inteligencia artificial” para describir la realidad actual. No dudo de que, vía redes neuronales u otras vías, existirá en el futuro. El tiempo, como en la evolución, es una variable decisiva. Todavía no entendemos la emergencia de nuestra consciencia, conciencia o inteligencia. Pero esto puede sonar a una disquisición irrelevante. En lo que ya existe estamos ante un tema importante, que será preciso regular. Hay que tener en cuenta que, como decía Minsky, el cerebro humano en el fondo no es más que una máquina. Una máquina compleja, producto de larga evolución. Y eso nos advierte sobre algunas de las implicaciones de la inteligencia artificial. De hecho, para algunos, la inteligencia artificial es mucho más peligrosa que las armas nucleares. Sería algo así como nuestra mayor amenaza existencial.

Podemos instruir a las máquinas que hemos creado para ayudarnos a comprender cómo funciona la naturaleza. Podemos entrenar a la IA para que sea indistinguible del ser humano y lo haremos mediante seres neuronales artificiales. Ya señaló Rousseau en 1762 que para descubrir las leyes de la sociedad que más convienen a las naciones, se necesitaría la existencia de una inteligencia superior, capaz de vivir todas las pasiones de los hombres sin sentir ninguna de ellas, y que no tuviera ninguna afinidad con nuestra naturaleza pero que la conociera a fondo. Todo un desafío.

Debemos extraer una lección ética de todo esto: los seres humanos creamos instrumentos que superan el objetivo para el que han sido construidos. Y en ese marco, los humanos hemos aprendido a convivir con máquinas inmensamente más fuertes que nosotros mismos… pero nos cuesta y nos va a costar convivir con máquinas más y más inteligentes.

El genio está fuera de la lámpara y la inteligencia artificial deberá avanzar con cautela. No tenemos prisa por dejar de ser humanos. Como señala Stephen Hawking, necesitamos avanzar en el desarrollo de la inteligencia artificial, pero también debemos ser conscientes de sus muy verdaderos peligros. Es necesario un debate ético sobre el asunto.

P. Desde que hace 50 años el Club de Roma planteó la polémica sobre los límites del crecimiento, el reto de una transición hacia otro modelo energético y ecológico se hace cada vez más acuciante. ¿Cuáles cree usted que deben ser los ejes de esa transición desde el punto de vista energético?

El Club de Roma pone el acento en algo que yo creo que es positivo, que el crecimiento no puede ser infinito. Este planteamiento tiene una cosa buena, que predice que el problema es global en el sentido de que nos afecta a todos, y también en cuanto que interpela a todas las ramas del conocimiento. Tiene que ver con la ética, con la biología, con la política, …

Ahora bien, ¿cómo alimentar a una población en constante crecimiento, proporcionar agua limpia, generar energía renovable, prevenir y curar enfermedades y frenar el deterioro del medio ambiente? En todos los países hay, lógicamente, una expectativa de mejora en el nivel de bienestar. Pero extender el bienestar actual al conjunto de la población mundial exige un incremento inmenso de energía. Y en mi opinión, ahí harán falta todas las energías, la nuclear también.

Dicho esto, el futuro desarrollo no puede venir de la explotación directa ilimitada de la naturaleza. La salud del planeta radica en una relación simbiótica entre humanos y el entorno animado e inanimado. Tiene que ser el resultado de un avance creciente del conocimiento de la estructura y funcionamiento de la materia en todas sus formas, de aprender a hacer más usando menos.

La llave radica en el sabio desarrollo y la sabia aplicación de la ciencia y tecnología. Los progresos científico y técnico constituyen un requisito indispensable para lograr, de forma colectiva, una vida humanamente digna, pero por sí solos no garantizan dicha dignidad. Y este reconocimiento tiene que influir en objetivos de la investigación y en la aplicación de la tecnología.

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