(Galde 20 – invierno/2018). Irene Moreno Bibiloni.
El silencio a veces dice más que la palabra. No entenderíamos la música sin silencio, ni la retórica. El silencio es expectante, reflexivo, a veces incómodo, y por eso mismo puede convertirse en un arma de doble filo. Hay muchos tipos de silencio. El silencio se vincula con lo negativo cuando es impuesto, cuando es la forma que el poder tiene de eludirnos (silencio administrativo), o de sancionar nuestra libertad de expresión, como en la reciente Ley Mordaza. Su mismo nombre popular hace referencia al acto de impedirnos hablar, de silenciar demandas.
El silencio impuesto también puede responder al miedo. En silencio permanecían todo el día los Frank y los van Pels “en la casa de atrás” para evitar que los trabajadores de la planta baja les oyesen y les delataran. El silencio era entonces frío y solitario.
Podemos incluso arroparnos y escondernos en el silencio. El silencio expresa entonces falta de voluntad, de valentía, connivencia con el opresor. Es un silencio medido, cobarde.
El silencio puede volvernos locos, más si se nos obliga a él. Así quedó demostrado en un reciente experimento en Minneapolis donde se reprodujo una cámara anecoica que absorbe el 99’9% del sonido, y donde los decibelios se encuentran por debajo de nuestro umbral auditivo. Nadie ha conseguido pasar más de tres cuartos de hora en ella sin empezar a sufrir mareos y enajenación.
Pero puede ser también todo lo contrario, incluso ser lo último a lo que nos aferremos. Pueden intentar arrebatarnos ese silencio. Así ha sido a lo largo de la historia en los casos de tortura, cuando el fin mismo del torturador ha sido romper el silencio por el que el reo se jugaba su propio cuello. En esta lucha, el silencio se convierte en un acto de resistencia, el silencio es acción en tanto que es el último resquicio de poder que le queda al propio condenado.
El silencio habla mucho, incluso grita. Ahí reside la magia del silencio, decir sin decir nada. El silencio como acción puede ser un acto de rebeldía, de subversión. Por ello ha sido un elemento utilizado tanto por individuos, como por movimientos sociales, para expresar su posición ante el mundo, su actitud ante un suceso.
En silencio protestaron a mediados del siglo XX las Black Sash para condenar el racismo y el apartheid en Sudáfrica. Sus vigilias frente a edificios gubernamentales fueron una imagen muy potente: mujeres blancas de clase media, amas de casas en su mayoría, saliendo a la calle a expresar su luto por la segregación racial hacia sus vecinos negros.
En fechas similares más de 100.000 colombianos marcharon hasta Bogotá para reunirse en silencio contra los crímenes de la policía política “Polpol”. Portaban crespones negros, al igual que las Black Sash (fajas negras) .En silencio protestaron también las Mujeres de Negro, primero en Israel contra la ocupación de Palestina y más tarde ampliando su protesta a otros países con conflictos latentes. Destacaron internacionalmente las Mujeres de Negro en Serbia, que con su silencio condenaron la Guerra de los Balcanes e hicieron frente a los insultos de exacerbados nacionalistas defensores de la limpieza étnica.
En Turquía “los indignados” protagonizaron en 2013 el fenómeno de los “ciudadanos en píe”, que en silencio se plantaban firmes en una plaza, durante horas, para expresar simbólicamente su rechazo al gobierno. La protesta iniciada por un artista plástico se extendió por todo el país, y miles de turcos se plantaron en silencio contra Erdogan. En ese contexto lo fácil era seguir hablando con los amigos, paseando por la plaza.
Pero no hace falta irnos tan lejos. También aquí, en el País Vasco, el silencio ha sido protagonista. Ha servido durante décadas como intrincado camino por el que se movían los terroristas, acechando todos los aspectos de la vida social vasca. Paradójicamente también el silencio se volvió en algún momento contra ellos. En silencio protestó Gesto por la Paz durante más de 20 años para mostrar el rechazo a la violencia y al terrorismo.
También hoy en día el silencio interpela a la sociedad vitoriana a través de los Círculos del Silencio. Una iniciativa que pretende poner de manifiesto las situaciones de pobreza y desigualdad de las personas inmigrantes en el territorio alavés. Es una forma de protesta que se inició en Toulouse hace una década y que hoy se ha extendido por diversas ciudades europeas. Es un silencio solidario cuyo valor no es equiparable al silencio indiferente de buena parte de la sociedad hacia la situación de los inmigrantes sin recursos.
El silencio ha formado y forma parte de la protesta activa. Es una señal de duelo, una muestra de disconformidad, de solidaridad, incluso de rabia.