El refuerzo de los BRICS ¿Hacia un nuevo orden mundial alternativo?

 

Galde 43, Negua 2024 Invierno. Ruth Ferrero-Turrión.-

Cuando el pasado mes de agosto tuvo lugar la cumbre anual del Foro BRICS se confirmó una tendencia que ya se venía apuntando desde la crisis financiera de 2008. Esto es, la ruptura del orden liberal multilateral que surgió tras la Segunda Guerra Mundial y cuyos promotores y principales beneficiarios han sido EEUU y la Unión Europea.

Desde hace décadas ya que se viene hablando de cómo el crecimiento económico sostenido de muchos países no occidentales estaba redistribuyendo el poder en términos globales. Según las proyecciones realizadas por economistas de prestigio el centro de gravedad de la economía mundial se habría desplazado desde el Atlántico hacia Turquía entre 1980 y 2008, y se estaría reubicando todavía más hacia oriente, entre China e India, en torno al año 2050.

Los cambios geopolíticos a los que asistimos no son ajenos a estas dinámicas geoeconómicas, cuando no son resultado de ellas. Así, el ascenso económico de China que, de manera progresiva, se ha ido transformando en una potencia líder en tecnología y comercio junto con el deterioro de la situación en EEUU consecuencia de una política exterior fallida en Afganistán y en Iraq, pero también producto de sus dinámicas internas, han hecho ver la debilidad del gran hegemón salido de la Guerra Fría, algo que Washington intenta evitar. El mundo se encuentra envuelto en una verdadera trampa de Tucídides, donde una potencia hegemónica en declive, EEUU, intenta evitar que una potencia en ascenso, China, ocupe su posición de líder, en este caso, global. Y es en ese contexto en el que algunas de las maniobras realizadas por la OTAN liderada por esa potencia en declive, EEUU, azuzaron, un revisionismo extremadamente agresivo por parte de Rusia. La forma en la que Rusia percibió durante la primera parte de los años 2000 el trato ofrecido por EEUU y por la UE, sin duda ayudó a construir un relato victimizador que Moscú siempre ha utilizado para convencer a su propia opinión pública de la necesidad del uso de la fuerza para volver a ser una potencia global similar a la del imperio zarista o el soviético. Se trata, ni más ni menos, que, de una reivindicación de la grandeza imperial rusa, una grandeza imperial que, tal y como describe de manera muy gráfica Putin en sus discursos, ha sido ninguneada por occidente y que es imprescindible recuperar.

Y es en el momento en el que coinciden estas tres tendencias, cuando el modelo vigente del mundo basado en normas comienza a desplomarse. El ascenso económico de China, el declive norteamericano y la asertividad rusa componen un verdadero coctel que ha hecho que el cambio de paradigma se comenzará a gestar. El año 2008 es quizás el punto de inflexión. Un año en el que acontecieron demasiados y poco digeribles acontecimientos casi al mismo tiempo. Es el año en el que tuvo lugar la independencia de Kosovo, la caída de Lehman Brothers y el inicio de la recisión económica, la oferta de adhesión a la OTAN a Ucrania y Georgia, la subsecuente invasión rusa de esta última son quizás los acontecimientos que sucedieron entonces, pero que, vistos en perspectiva, son esenciales para determinar la situación en la que nos encontramos en la actualidad.

Y mientras estas luchas imperiales acontecían en el norte global, en el sur la percepción era otra bien distinta. Los actores regionales más fuertes comenzaron a aprovechar el espacio que dejaba EEUU, al tiempo que lidiaban con el expansionismo comercial chino y renegaban de las condicionalidades regulatorias europeas. Así, potencias como Turquía, Arabia Saudita, India o Irán comenzaron a buscar su lugar y a articular coaliciones que incrementaran su influencia política, económica y militar. Y esas coaliciones, en ocasiones, se encontraban enfrentadas regionalmente, i.e. Irán y Arabia Saudita, y necesariamente buscaban aliados más poderosos, EEUU y Rusia fundamentalmente, que reproducían sin pudor episodios que podríamos haber observado durante la Guerra Fría, aunque esta vez con la atenta mirada de la silenciosa China que ha sabido sacar provecho y una buena posición global durante estos años.

Y en este punto, con el contexto de la invasión rusa de Ucrania, todos estos movimientos tectónicos se han acelerado, siendo su representación más gráfica la cumbre de los BRICS en Johannesburgo. En ella las cinco principales economías emergentes del planeta (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) anunciaron la ampliación del grupo e invitaron a participar en el mismo a seis nuevos miembros. A partir de enero de 2024 a ellos se unirán Argentina, Egipto, Irán, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. Estas adhesiones transformarán a este grupo de asociados en una potencia económica de primer nivel, tendrán mayor poder adquisitivo del PIB global basado en su capacidad de compra que los países del G7. Pero todo ello sin olvidar que se trata de países con sistemas políticos, ideologías, enfoques e intereses en relación con Occidente diferentes, en ocasiones de carácter competitivo, en ocasiones cooperativo.

De este modo, no parece que el bloque de los BRICS se pueda configurar como un polo geopolítico y geoeconómico tan homogéneo como lo puede ser el bloque occidental en términos de integración política. Pero lo que sí que puede es intentar revertir los equilibrios de poder de un orden liberal que ellos con contribuyeron a crear. Esta es una de las razones que se aduce cuando se intenta explicar que no estamos ante una Guerra Fría de nuevo cuño. Los contrapoderes existentes en la esfera global no buscan en ningún caso formar un bloque de tipo soviético. En primer lugar, porque China, de momento, no tiene unas capacidades militares que le permitan ofrecer garantías de seguridad a sus socios estratégicos, que no aliados. La Organización de Cooperación de Shanghái no tiene una capacidad de cooperación en materia de seguridad similar a la de la OTAN. Para empezar, no tiene nada similar al famoso art. 5.

A lo que sí parece que está apostando la potencia china es a la mejora de la su representatividad en el ámbito global. La incorporación de países, todos ellos, importantes exportadores de materias primas, lo que sí puede conseguir es una mayor integración de sus economías. Y, sin embargo, esto sólo sería el síntoma de un malestar que viene de lejos. Varias son las causas, entre otras, la implementación de sanciones unilaterales, el abuso de los mecanismos de pago internacionales o ignorar las necesidades de seguridad alimentaria y sanitaria del denominado Sur Global durante el periodo pandémico. Causas que se han visto todavía más acentuadas con las posiciones adoptadas por Occidente (EEUU+UE) en relación con los conflictos como el de Ucrania o el de Palestina. Distintas respuestas y aplicación del derecho internacional y del derecho internacional humanitario en función del conflicto, o mejor dicho, en función de los intereses perseguidos.

La evolución desde los BRICS hacia los BRICS+, sin duda, da un golpe sobre el tablero del orden internacional. La cumbre de Johannesburgo se ha convertido ya en un punto de inflexión donde los países del Sur Global han acusado de manera directa a Occidente de arrogancia, de no prestar oídos a sus necesidades y la necesidad imperiosa de tener una mayor voz y peso específico en el mundo. Y eso significa profundizar las dinámicas multilaterales. La apelación a un sistema internacional basado en reglas por parte de Occidente ha perdido credibilidad de manera constante, pero especialmente como consecuencia de la situación en Gaza, confirmando las sospechas de muchos de que es este un sistema hegemónico de desigualdad ciudadana donde existen unas reglas para unos y otras para el resto.

Partiendo de esta base el orden internacional parece evidente que saldrá tocado de todos estos hechos. Y también parece evidente que desde occidente se tendrá que trabajar de manera intensa y desprovista de aires de superioridad neocoloniales, puesto que corre el riesgo de que el cuestionamiento del actual sistema no tiene marcha atrás. De hecho, una de las prioridades debería ser abordar con seriedad los procesos de desacople que ya se están poniendo en marcha en la forma de creación de nuevas instituciones internacionales alternativas a las occidentales, Organización de Cooperación de Shanghai, la Unión Económica Euroasiática, la Organización del Tratado de Seguridad Colectica, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura y el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, así como la propuesta de ir avanzando en la utilización de yuanes por parte de todas estas economías emergentes con la intención de dejar de utilizar el dólar. Le conviene a occidente trabajar para tender puentes con estos países que cuentan con cada vez más adeptos, recientemente Argentina ha solicitado también su incorporación, y cuentan con un peso demográfico muy superior a los países del norte.

A pesar de todas estas dinámicas de desacople económico y político entre Occidente y China y el resto del mundo, parece del todo improbable que este pueda realizarse de mantera total. Durante el agresivo proceso de globalización por el que ha atravesado el mundo desde los años 80 ha favorecido a creación de una densa red de vínculos y múltiples interdependencias entre Estados. El coste de la desconexión total sería poco asumible para la mayoría de las economías que han crecido y se han desarrollado al albur de la interconectividad. Por tanto, no parece muy probable que el horizonte sitúe el marco internacional en un contexto de anarquía. Mas bien, a lo que todo apunta es a una nueva organización global sostenida sobre distintos nodos de poder operando al mismo tiempo. Por un lado, la unión de un occidente no geográfico, por otro el polo Rusia-China y finalmente un tercer grupo de países, de potencias medias, que se podrían articular en función de sus propias agendas políticas y económicas, y siempre tentados por los bloques de poder establecidos.

Con estas pautas en mente quizás sea el momento de comenzar a reflexionar sobre varias cuestiones a las que se ha prestado poca atención pero que son extremadamente relevantes para el mundo que hemos conocido hasta ahora. Desde posiciones occidentales que no miren al Sur Global ni con un flagelante desprecio conservador ni con una enervante condesdencia progresista. Parece evidente que los potenciales bloques que pueden salir de esta crisis de régimen en la que nos situamos apuestan por un mundo sostenido en reglas, no se contempla, por tanto, un mundo anárquico. Pero lo que sí que se cuestiona es que ese mundo sostenido en reglas deba ser necesariamente un orden liberal y esta es una de las claves a las que habría que prestar una mayor atención, puesto que, si esto es así, significaría que en último término la concepción democrática sobre la que se han construido las identidades occidentales y que ahora atraviesa una profunda crisis, ya no aspiraría a ser la opción dominante en términos de organización política.

Ruth Ferrero-Turrión. Profesora de la UCM (Universidad Complutense de Madrid), e investigadora del ICEI (Instituto Complutense de Estudios Internacionales).

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