I. Verano. Hace ya un tiempo que las llamas consumieron a Mari Jaia, ese tótem maternal de la Aste Nagusia bilbaína. Con ella se quema el verano festivo, que se va con su música a otra parte. Adios a los festivales de jazz, al rock, a los malabaristas callejeros y a las comedias que prometen risas aseguradas.
Los cuadernillos de prensa especializados en la cultura veraniega se hacen eco de las programaciones al tiempo que hacen balance de la ocupación hotelera durante las fiestas, del coste de la renovación de los jardines públicos y especulan sobre las toneladas de lomo con pimiento que han podido ser injeridas en bocadillo, entre otros asuntos notables. Pasión por la contabilidad.
Este año, al parecer, las cuentas en lo artístico han sido satisfactorias a juzgar por los titulares que se han ido publicando. Con sus competidores en horas bajas –decían los papeles-, el festival se posiciona en la cumbrecomo una renovada forma de ocio con un potente impacto económico. Hablaban de un festival, para el caso, cualquier festival. Ni los críticos de plantilla ni los becarios encargados de llenar páginas han sido parcos en adjetivos. Ha habido públicos entregados, actuaciones vibrantes, conciertos soberbios, inolvidables noches, broches de oro, cierres mágicos, records de asistencia, grandes sabores de boca e incluso algún artista que se metió al público en el bolsillo dándole a este lo que quería: pura vitalidad y hedonismo. Todo esto a pesar de la reducción de presupuestos y caída de patrocinadores. Vamos, el milagro de los panes y los peces, pero en peña musical. Como decía uno de ellos: la demanda y las sinergias del festival (otro festival) deberían hacer reflexionar a las instituciones sobre el riesgo de seguir afectando con los recortes la notable relación entre subvenciones, imagen, turismo y rentabilidad social. Visto así, parece inapelable. Solo que es una lógica cuantitativa que no es la mejor vara de medir el interés artístico. No expresa cuánto hay de revival de viejas glorias, de acudir a lo que echen, de rutinaen las crónicas y en los programas.
No está claro si se habla de cultura, de espectáculo, de turismo, de ocio o de negocio, de todo o de nada. Quizás no sea sino una diversión necesaria, una catarsis nutriente, un vivir el cálido verano entre paréntesis, pero sin querer aguar la fiesta, hay quien está interesado en que la temporada se extienda a todo el año. Es lo que Vargas Llosa, ese buen escritor conservador, llama la Civilización del Espectáculo y con mayor enjundia y menos elitismo, Castoriadis denominaba el Ascenso de la Insignificancia.
II. Otoño. Se va el verano y el otoño acecha como un Pedro Navaja -matón de esquina- cualquiera y todo está donde lo dejamos. Hay nudos gordianos que no se desenredan solos. Ya lo dice la canción: si naciste pa´martillo del cielo te caen los clavos.
El Ministerio de Cultura, que ya no es ni ministerio, se asemeja cada vez más a una comisaría de barrio con su tópico reparto de roles. El jefe Wert atiza garrotazos mientras su segundo, Lasalle, dice que hará lo posible por parar las hemorragias. Si no hay, como se rumorea, cambios en la jefatura, alguna vez tendrán que acometer la prometida Ley de Mecenazgo. Hay quienes, por agarrarse a alguna tabla salvadora, confían mucho en que los incentivos fiscales muevan a las empresas a la filantropía cultural. De momento, a simple vista, no se ve la voluntad, sin olvidar que nada es gratis. Si la cultura deja de ser, aún menos, asunto público, las relaciones entre cultura y empresa pueden llegar a ser insólitas. Recuerdo el catálogo de una exposición de arte patrocinada por una empresa de taxis en la que la misma se manifestaba “al servicio de esa movilidad que conjuga la circulación de ideas, el movimiento de las creaciones y el desplazamiento de los hombres”. En suma, “el taxi, como la obra de arte, participando en la transformación de sí y del entorno”.
Otra ley que espera es la de Propiedad Intelectual cuyo anteproyecto elimina definitivamente el canon digital. La SGAE ya la ha calificado de estafa, demagógica e intervencionista. Quizás el cabreo también tenga que ver con que se propone un mayor control de las actividades de las entidades de gestión de derechos. Mentar la soga en casa del ahorcado.
Por aquí, el gobierno tras un arranque que dejó a la intemperie de subvenciones a un buen puñado de asociaciones presuntamente poco adictas, ni va ni viene, ni fu ni fa. Al que le llueven los clavos es al alcalde de San Sebastián. La Comisión de Control y Asesoramiento de Capitales Europeas de la Cultura le acaba de atizar un varapalo de cuidado. Critican la falta de liderazgo, injerencia política, errores en la gestión, en la estructura de personal y en la financiación. Se duda de la capacidad práctica para transformar buenas intenciones en acciones concretas. No parece que sea lo mismo predicar que dar trigo. Es difícil si solo se mira y oye a los cercanos. Mal asunto, porque esta partida la jugamos todos y el tiempo va pasando. As time goes by, suena en Casablanca, pero en la capitalidad cultural más vale acertar a la primera porque no hay un tócala otra vez, Sam. Pasado el 2016, ojalá que podamos decir: ¡Siempre nos quedará Donostia!