Los partidos han exprimido la legislación en vigor para acelerar los plazos de constitución del Parlamento, de elección del lehendakari y de formación del nuevo Gobierno Vasco. Y a pesar de todo, el tiempo transcurrido para echar a andar la legislatura parece demasiado, máxime en este contexto de crisis pandémica y, especialmente, después de que el Parlamento haya estado disuelto durante más de medio año.
En todo caso, y transcurridos más de tres meses de la celebración de las elecciones y de la inapelable victoria del tándem PNV/Urkullu, no hemos recibido una valoración seria por parte de ninguno de los grandes partidos en torno a la auténtica ganadora de las elecciones: la abstención.
Prácticamente, una de cada dos personas con derecho a voto dejó de ir a la cita con las urnas del pasado 12 de julio. Y no, el coronavirus no sirve para justificar todo. Según el estudio postelectoral llevado a cabo por el propio gobierno, el 80% de quienes no votaron, actuaron así por desengaño, porque ninguna opción les convencía, porque votar no sirve para nada o por otras razones. A esto hay que sumarle que el 21% de quienes sí participaron, optaron por la candidatura menos mala y que el 36% no votaron convencidos. Para completar la radiografía de esta última fiesta de la democracia en Euskadi, a pesar de esta escuálida participación, el voto blanco y el voto nulo crecieron un 50%. ¿Qué más necesitamos para reaccionar?
Evidentemente, con las normas en la mano, el Parlamento Vasco y el Gobierno Vasco son completamente legítimos. Pero, ¿a ningún responsable político-institucional le preocupa esta realidad? Y si de verdad preocupa, ¿por qué no se ha escuchado públicamente ninguna autocrítica en este sentido? Más aún, ¿qué tipo de análisis habrán ocasionado estos datos en las cúpulas de los partidos?
Son muchos los expertos (y los políticos, ya fuera de circulación) que vienen advirtiendo, desde hace demasiados años, en torno a los riesgos de la creciente desafección política y la falta de innovación y adaptación a los tiempos de nuestros partidos.
De cualquier manera, independientemente de lo sucedido, aquí y ahora, merece la pena abrir un debate sobre el funcionamiento de nuestra democracia, poniendo la vista en el futuro. Porque aquí y ahora, cabe reclamar a nuestros partidos que se pongan a trabajar ya en propuestas para tratar de dar la vuelta a una realidad dominada por la desafección creciente y participación decreciente. Sí, aquí y ahora. Por dos razones fundamentales: por nuestra juventud y por la crisis que atravesamos.
No sabemos a quién podrá votar Ibai
Si queremos que nuestros jóvenes no se descuelguen del sistema más de lo que ya lo están, debemos hacer ese debate. Porque estar, están descolgados…
Si el lector tiene hijos adolescentes y les pregunta por él, es seguro que la inmensa mayoría de ellos conozca a Ibai Llanos (1995). Este chico se dedica a crear y retransmitir contenidos a través de canales en streaming, como dice él, “la nueva televisión”, una forma diferente de comunicar en absoluto minoritaria.
Rubén Doblas, “El Rubius” (1990), acumula, entre los cuatro canales a través de los que emite, más suscriptores que habitantes tiene Francia. En una entrevista realizada antes de las elecciones locales de 2015, dijo lo que pensaba de la relación entre la política y las nuevas generaciones: “creo que no lo entienden, deberían usar otras maneras de comunicación”.
La emergencia y crecimiento de los nuevos partidos que se produjo en las elecciones locales de hace cinco años se debió, en gran medida, a que supieron conectar con los jóvenes a través de estas nuevas maneras de comunicación, al margen de la edad de sus candidatos y candidatas. El votante joven apostó mayoritariamente por esas nuevas formaciones políticas que, en teoría, venían a regenerar la política y a cambiar la agenda. En Euskadi, los votantes menores de 24 años eran los más movilizados antes de las últimas elecciones autonómicas en 2016 y, lógicamente, también apostaron mayoritariamente por formaciones nuevas a la hora de ir a las urnas.
Pero hoy, cuando los nuevos partidos se han convertido (aceleradamente) en partidos viejos, nuestros jóvenes lo tienen más difícil. Según el estudio postelectoral citado anteriormente, la franja de población joven (18-29 años) es porcentualmente la que más decidió no ir a votar porque ningún partido le convencía y porque votar no sirve para nada.
Y es que, las nuevas maneras de comunicación que reclamaba “El Rubius” no han aparecido, ni antes, ni durante la campaña electoral. Hemos vivido los tradicionales mítines, aunque sean sin público. Los sobres de publicidad electoral han vuelto a llenar los buzones. Las caravanas de los partidos han hecho sus recorridos por nuestros pueblos y ciudades. En apariencia, nada cambió, salvo la imagen pública de los candidatos y candidatas que, faltaría más, aparecieron siempre protegidos con mascarilla. Así es difícil llegar al público, en general, y al joven, en particular, que es el grupo de edad que más decide su voto en función de la campaña electoral y el que menos sigue la campaña a través de los medios tradicionales (televisión y radio).
Pero, más allá de la importante cuestión de la comunicación, están las cosas del comer. Por ejemplo, según la PRA, Euskadi cerró el año pasado con una tasa de paro que no llegaba al 10%, sin embargo, el paro juvenil estaba por encima del 22%. Una situación difícilmente comprensible para quienes han hecho, en principio, todo lo que el sistema les dijo que tenían que hacer para acceder a un empleo. Y la mayoría de quienes lo consiguen, trabajan en precario. Esa precariedad que viven los empleados de la generación mejor formada de la historia (según nuestros líderes), estaría detrás del descenso de las vocaciones científicas en Euskadi, donde solo tres de cada diez estudiantes optan por las duras carreras STEAM. El esfuerzo no compensa, todos tenemos a nuestro alrededor casos de ingenieros o científicos mileuristas. Pero es que difícilmente revertiremos esta realidad, cuando llevamos una década sin sobrepasar el 2% de inversión en I+D sobre el Producto Interior Bruto.
Entre la vetusta concepción de la comunicación y la realidad de las cosas del comer, estamos dejando a miles de votantes del futuro sin opción. Al menos, sin opción razonable.
Correr mientras nos atamos los zapatos.
La segunda razón que justificaba el debate sobre el funcionamiento de la democracia vasca aquí y ahora, era la actual situación de crisis, inestabilidad y riesgo, que ha venido para quedarse. Y, a pesar de las dificultades y de toda la gente que se está quedando por el camino (literalmente o en términos económicos), todas las crisis constituyen una oportunidad. Una oportunidad para reinventarse.
Y si la política se lo propone, busca de inmediato fórmulas para adaptarse. En este sentido, si de verdad preocupa la participación de la ciudadanía en la conformación de la representación institucional y, por tanto, en la toma de decisiones, la política debe arriesgar y proponer alternativas.
Por ejemplo, solamente el actual estado de emergencia (sanitaria, económica, laboral, social,…), justificaría que sus señorías hincaran el diente a las leyes que regulan el proceso electoral y de formación de gobierno, buscando que no deba transcurrir tanto tiempo desde que un gobierno entra en funciones, hasta que vuelve a estar en plenitud de facultades. O por ejemplo, para que busquemos y adaptemos fórmulas que se emplean en otros países para que la votación se produzca en más de un día. O, por ejemplo, para dar un gran impulso al voto electrónico, que funciona de manera muy eficaz en democracias bien consolidadas en Europa y fuera de Europa. O por ejemplo, para empezar a ver propuestas de desprivatización de los partidos, preparándolos para que sean verdaderamente democráticos, permeables a la sociedad y abiertos a la emergencia de nuevos modelos de liderazgo, ágiles, disruptivos, transparentes, adaptados a la nueva realidad y muy abiertos al cambio en clave de alternativa, de modo que muchos de quienes votamos, podamos dejar de hacerlo por la opción menos mala.
Es verdad que abordar estos debates, al tiempo que prestamos atención a las ineludibles necesidades impuestas por la pandemia, es tan difícil como correr mientras nos atamos los zapatos. Pero, a mi juicio, toda crisis supone una oportunidad para marcar un punto de inflexión y, en este caso, para construir el Parlamento Vasco del Futuro.
Óscar Rodríguez Vaz
Doctor en Ciencia Política, directivo de TACTIO y socio de GOVERNANCE AND PLAY