El fracking, ¿cómo, por qué, y para qué?

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(Galde 14, primavera 2016). Antonio Aretxabala.

El año 2005 fue el año del pico del crudo según los estudios de la Agencia Internacional de la Energía1 y supuso entre otras cosas, un vapuleo a las economías mundiales que en 2008 provocó el colapso de unos mercados desvinculados de una economía física real. En 2010 pasamos un ecuador en nuestra evolución como seres supuestamente inteligentes que habitan la Tierra: más de la mitad de la población estamos viviendo ya en ciudades, comenzó así una nueva experiencia para la vida en el planeta.

La ciudad se convirtió entonces en la unidad estructural de una civilización que crecía y crecía consumiendo los recursos accesibles y almacenando desechos como nunca antes se vio. Es justamente en este contexto cuando el fracking (o fractura hidráulica) comienza a expandirse, se trata de un recorrido que durará unos cinco años hasta llegar al máximo de producción. El año 2015 supone que esas arriesgadas y contaminantes extracciones no convencionales ahora en decadencia, tocaron un techo: el que nuestra tecnología pudo acometer.

El petróleo, carbón, uranio o gas natural accesibles, eran recursos finitos que en algún momento iban a faltar. Las maneras de extracción han mejorado o son, como en el caso de la fractura hidráulica, algo sofisticado que hace años a nadie se le hubiese ocurrido, un producto de la desesperación. Se trata de romper formaciones rocosas profundas que contengan partículas de hidrocarburos a varios kilómetros, en vertical y en horizontal, una técnica costosísima y devoradora precisamente de lo que se busca: energía. Suministrando presión y aditivos químicos se extrae una suerte de petróleo ligero difícil de refinar y gas de baja calidad, lo cual quiere decir que hay que gastar mucha más energía que en las extracciones convencionales para hacer que esos recursos energéticos puedan ser consumidos, es decir hay que quemar más, y por lo tanto producir más desechos para obtener una energía neta menor. La eficiencia se ha perfeccionado, es verdad, pero todo tiene un límite: el propio planeta, el medio que garantiza nuestra propia existencia tenía los almacenes contados, no hay un segundo planeta.

A la geología de la Tierra no se le puede pedir más, ella tiene sus ritmos de extracción, no los que este ser tan evolucionado en arrogancia desea. Todos esos recursos energéticos estarán ahí siempre, el problema es que los más accesibles y de mejor calidad, los menos contaminantes, ya se han quemado; ahora nos queda lo peor: lo inaccesible, lo de baja calidad, lo que si se extrae contaminaría como nunca. Es fácil de entender: para la extracción de energía, que es la sangre de nuestra civilización, hay que invertir energía. Cuanto más difícil se pone la cosa, más hay que quemar.

Hemos tenido la suerte o la desgracia de vivir justamente en la época en que hemos quemado prácticamente la mitad de los combustibles fósiles fácilmente accesibles. Ello nos permitió alcanzar el actual nivel de complejidad tecnológica y social, de recolectores y cazadores pasamos en siglos al hombre industrial, en unas décadas al “homo tecnologicus”. Si somos seres inteligentes deberemos seguir demostrándolo, de tal manera que sepamos reconocer cuándo nos encontramos ante la exigencia de un cambio importante antes de sucumbir, pero quizás en la configuración de esa supuesta inteligencia que se plasma en un dominio del medio físico que ninguna otra especie alcanzó, tenga algo que ver también el hecho de habitar un planeta que fue capaz, a través de la tectónica de placas, de enterrar durante millones de años tanta energía solar que hoy puede subvencionar nuestros caprichos tecnológicos.

Hoy en plena decadencia de recursos minerales y energéticos (desde 1952 nunca se habían encontrado menos yacimientos de petróleo que en 2015, tan sólo para cuatro meses de consumo mundial actual) nos preguntamos si con las tasas de extracciones actuales podremos continuar avanzando como hasta ahora y conquistar mayores niveles de libertad y bienestar. La respuesta va a ser que no. El fracking era la última propuesta desesperada para intentar exprimir las últimas gotas del zumo de una naranja agotada.

Desde que el hombre inventó la escritura hace unos 5000 años, hasta hoy, hemos vivido un intervalo de tiempo de unos 150 años (el 3% de esa historia de 5000 años) en compañía del nunca mejor llamado oro negro, desde que la escritura supuso un intercambio de información con el consiguiente avance científico, tecnológico y social, hasta las recientes décadas en compañía de este lujo: el oro negro; éste fue capaz de suministrarnos comodidades como nunca antes en la historia, y lo hizo durante décadas. El gasto de un barril de petróleo permitía extraer cien a principios del siglo XX dicen algunos autores. Era una tasa de retorno energético (TRE) muy alta y (casi) limpia. Con el fracking, hoy en las mejores zonas apenas se extraen ocho y es probable que estemos en valores de TRE menores de la unidad en muchos casos. Para mantener un modelo de civilización tecnológica igual que el actual es necesario un mínimo de TRE; según diversos historiadores y científicos ésta puede variar entre uno a cuatro y uno a veinte, si no, es necesario cambiar el modelo económico, puesto que el que no va a cambiar es el planeta, al menos para satisfacer nuestra insaciable demanda energética.

Durante estos años en que quemamos ingentes cantidades de combustible fósil almacenado en las rocas, que no es sino energía solar cocinada y solidificada gracias a la dinámica planetaria durante millones de años, apareció un nuevo problema: el cambio climático debido la combustión desenfrenada. Y no vino sólo, además de quedarse, vino a empeorar las cosas. Digan lo que digan para favorecer según qué negocios, las advertencias dadas por nuestras máximas instituciones internacionales como la ONU u observatorios científicos de la práctica totalidad de los países del mundo, con un consenso del 99%, nos advierten de manera clara y concisa lo que ya lo tenemos encima.

Cuando Dennis L. Meadows y sus compañeros del Club de Roma advirtieron en 1972 del final del crecimiento, del calentamiento y de la fractura social y medioambiental, les trataron como a locos, eran los aguafiestas de la euforia del crecimiento infinito del PIB mundial, pero era un crecimiento que fue posible a costa de sociedades dóciles y subdesarrolladas que fueron saqueadas. Hoy llaman a nuestras puertas desesperadas. El sobredesarrollo pareció normalidad y es que el «homo tecnologicus» parece que nunca tiene suficiente, además de ser poco sensible a los peligros. En este tiempo, el concepto de riesgo pasó de ser algo sencillo y concreto a difuso, manipulable y complejo, con él, el atrevimiento se lanzó al infinito, de tal manera que avanzar en tecnologías suicidas que no sólo destruyen el medio que nos sustenta, sino que dejan un regalo envenenado a las generaciones futuras, se instaló como algo normal, era justificable, había ciertos beneficios a corto plazo. Así, el fracking es un intento desesperado por seguir escribiendo una historia que traza con exactitud las líneas rojas de nuestra evolución, y que ya hemos sobrepasado con creces, no se trata de estar a favor o en contra de una determinada técnica. La factura de la época industrial ya ha vencido.

El fracking pasará a la historia como una técnica ligada a una concepción salvajemente depredadora y violenta de la obtención de recursos, aún sin querer mirar las respuestas, paradójicamente la ciudadanía ya lo advierte y los dirigentes hacen oídos sordos.

La energía no es una mercancía más que se compra y se vende sometida a leyes de oferta y demanda, la energía es un precursor de la actividad económica y tanto los inputs como los outputs deben ser tenidos en cuenta. Ahí es donde radica la inutilidad de fuentes de energía que se comportan como sumideros, tal es el caso del fracking, y nos guste o no ya puede ser considerado una iatrogenia más.

El hecho de haber conquistado altas cotas de poder sobre la materia y sobre la dinámica del planeta nos ha hecho creernos una suerte de dioses capaces de poder con todo (o casi todo). Cuando se habla de este tema de manera abierta y sin edulcorar, salen a relucir los retos que tenemos sobre nuestras cabezas, los partidarios de estas novedosas tecnologías pregonan una fe absolutamente infundada en que las innovaciones tecnológicas siempre son positivas, pero muchas de ellas, como el fracking, no son otra cosa que sumideros energéticos, no suman, sino restan, son iaterogenias.

Se trata de beneficios a corto plazo pero que traen graves impactos a medio y largo plazo, y que se obvian o permanecen ocultos o minusvalorados. La energía nuclear es el ejemplo típico. Aportes minúsculos o inexistentes de energía neta a la sociedad, se reparten de forma desigual a lo largo del tiempo y del espacio. Las generaciones futuras que asumirán los costes no pueden intervenir en las decisiones que les afectarán y perjudicarán de manera trascendental.

El lenguaje económico neoliberal hoy sobrevalorado, lo resuelve mediante el algoritmo de la capitalización. Se escoge un tipo de descuento que va minimizando el valor presente de los costes y en algún momento se amortiza. El truco se utiliza incluso para minimizar los efectos del cambio climático, pero desde el punto de vista científico carece de sentido real, ya que afecta a bienes y sistemas insustituibles, básicos para garantizar la vida humana. Los tipos de descuento que debieran aplicarse tendrían que ser negativos, y eso no existe dentro del marco conceptual de la economía neoclásica. El tecno-optimismo nos ha dejado mensajes en los medios tales como la posibilidad de construir un túnel de España a Nueva Zelanda pasando por el manto y el núcleo, o extraer la energía para mantener nuestro estatus en el planeta triturando montañas y cordilleras si hace falta, sin caer en la obviedad del gasto energético que ello conlleva: muchísimo más del que obtengo. El decrecimiento energético ya está aquí, el fracking es la prueba de su presencia y tras él está el declive económico y social, nos guste o no. Podemos hacer la transición a un mundo renovable, limpio y saludable por las buenas o por las malas, pero la haremos; es deseable que sea de la primera manera.

NOTAS:

1La AIE (Agencia Internacional de la Energía) es una organización internacional autónoma creada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) 1973, que busca coordinar las políticas energéticas de sus estados asociados. La teoría del pico de Hubbert, también conocida como cenit del petróleo, petróleo pico o agotamiento del petróleo, es una influyente teoría acerca de la tasa de agotamiento a largo plazo del petróleo, así como de otros combustibles fósiles.

Categorized | Dossier, Economía, Política

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