«Junto a la frontera con Tailandia, en las cercanías de Vientiane: anverso y reverso»
Guillermo Marín, (Galde 08, otoño 2014). Este verano estuve viajando por la República Democrática Popular de Laos, país que me despertaba, antes de visitarlo, una gran curiosidad. Había leído sobre su historia reciente, y sobre su configuración política presente. El país fue colonia francesa entre 1893 y 1954. De aquella época, el viajero se encuentra con una arquitectura hermosa y poco pretenciosa, y con vestigios en forma de hábitos gastronómicos todavía muy presentes, como las ricas baguettes que se pueden degustar en los muchos puestos callejeros que uno puede encontrarse aquí y allá, o el gusto popular por el café, que se produce en la meseta de Bolaven y es de gran calidad. Tras la independencia, su historia fue similar a la mayoría de aquellos países nacidos de la gran ola descolonizadora que pasó por África y Asia entre mediados de los 50 y mediados de los 70: la del contexto bipolar de la guerra fría, con EEUU por un lado, y la URSS por otro, pugnando por extender presencias e influencias.
En el caso de Laos, y con el desenvolvimiento y el desenlace de la guerra de Vietnam como condicionantes decisivos, tras un período monárquico la balanza se declinó hacia la alternativa socialista. Tras pasar por una guerra civil entre 1964 y 1973, el Pathet Lao llegó al poder e instituyó, con la tutela vietnamita, la República Democrática Popular de Laos de Laos… hasta hoy. La etnia hmong, vinculada a la administración colonial y principal soporte de la monarquía, tuvo que salir al exilio.
La vida transcurre tranquila en Laos. Alegre y tranquila. Es, en mi opinión, una de las primeras percepciones que calan en el viajero, en la interacción con su gente. Una quietud que contrasta poderosamente con el gran despliegue simbólico que puede observarse por todas partes. El elemento decorativo “estrella” -en las casas, en los grandes murales propagandísticos que uno puede encontrarse en las carreteras, e incluso en las características motocicletas de tres ruedas o tuktuks– son las banderas. La nacional, y con gran frecuencia, junto a ella, la de la antigua URSS. A esta dupla hay que añadir, en los establecimientos públicos, la manidísima imagen del fundador de la República, Kaysone Phomvihane, fallecido en 1992. Su omnipresente rostro sonriente aparece en los kips laosianos (la moneda nacional), en los comercios –a menudo acompañado también de imágenes de Karl Marx-, en las zonas fronterizas antes de salir del país…. Sin embargo, es curioso acercarse al modo de interpretar esta simbología por parte de la población local. En un contexto en el que, constatada y paradójicamente, la desconexión entre la vida política y la vida a pie de calle es descomunal, se diría que hoces, martillos y efigies, han perdido su componente ideológico, y constituyen un componente decorativo tan extendido como normalizado. Y la gente sonríe, como sonríe siempre, cuando se les pregunta por el porqué de esa hoz y ese martillo en su ventana, o en su fachada. “¿No te gusta?”, respondieron muchos sin que bucear en sus significaciones político/ideológicas aportara más claves.
Es el distendido socialismo de Laos. Invisible al ojo extraño a efectos prácticos, salvo contados detalles. Un extraño, exótico y sugerente decorado que uno, al llegar, no sabe demasiado bien cómo entender ni explicar. Hasta que llega un momento en que, en línea de los usos y costumbres locales, esta preocupación remite ante la dificultad de comprensión. Y como otras, pasa a un segundo plano. Y se vive, y se sonríe.