Galde 28, udaberria/2020/primavera. EDITORIAL.-
Este número 28 de Galde -que marca 7 años de existencia de nuestra revista-, sale a la calle en unas circunstancias extrañas, dolorosas y desconcertantes, que nadie hubiera podido imaginar hace tan solo 3 meses, cuando cerrábamos Galde 27. La pandemia del coronavirus ha cambiado radicalmente nuestras vidas y no sabemos aún cómo afectará a nuestro futuro, debiendo asumir una profunda crisis multifactorial de alcance y dimensiones aún impredecibles.
Sin embargo, lo cierto es que, tarde o temprano, un fenómeno de este tipo, una crisis que pusiera patas arriba el funcionamiento del sistema, tenía que llegar. Llevamos ya demasiado tiempo viviendo al borde del precipicio, sumidos en una crisis sistémica de múltiples caras y con muchos elementos de vulnerabilidad: el cambio climático, la inestabilidad financiera, la precariedad laboral, las deslocalizaciones de empresas, las crisis migratorias, el aumento de la violencia en todas sus expresiones, el incremento de la pobreza…. son tan solo algunas de las manifestaciones de esa crisis sistémica y esa vulnerabilidad. La globalización neoliberal no solo no ha traído prosperidad, sino que ha generado mayor desigualdad, así como inquietud y desesperanza en grandes sectores de la sociedad.
Hace 25 años, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publicó un informe poniendo de manifiesto el peligro de una creciente inseguridad humana en el mundo. Una inseguridad, producto en buena medida de la desregulación, capaz de propiciar la quiebra de todo tipo de proyectos personales y colectivos, y de provocar una incertidumbre incompatible con el bienestar de las personas. El PNUD hablaba por aquel entonces de diversos tipos de inseguridad humana: inseguridad económica (laboral, financiera…), inseguridad ambiental, inseguridad cultural, inseguridad personal, inseguridad alimentaria…., y también inseguridad de la salud. Hoy, las evidencias nos permiten afirmar que todo ello puede inscribirse en una misma amenaza para la vida, ligada al modelo civilizatorio que se ha venido construyendo en los últimos tiempos y, muy especialmente, en las últimas décadas. Son muchas las voces que nos vienen recordando que más de mil especies de seres vivos desaparecen cada año, dando paso a algo peor que el antropoceno.
La pandemia a la que ahora asistimos, y otras que hemos visto anteriormente y que diezmaron países enteros de África, como la producida por el VIH, representan la cara más oscura de un sistema incapaz de proteger a las personas, mientras la mayor parte de los gobernantes no pierden oportunidad de proteger los intereses de las grandes corporaciones empresariales.
Por todo ello, éste puede ser un buen momento para reflexionar sobre la necesidad de una convivencia social basada en otros principios.
La infección comenzó en un medio urbano y se ha expandido rápidamente por un mundo globalizado y con un continuo tránsito de mercancías y personas, amén de otros flujos como los de la energía, finanzas/capital, conocimiento, datos… Esta conectividad está evidenciando la vulnerabilidad del sistema, volviéndonos a recordar que “lo pequeño es hermoso” (Schumacher), pero que a la vez, “todo está conectado con todo” y que formamos parte de complejas y anfractuosas redes multidireccionales, poliédricas y de todo tipo.
Una situación como la actual nos recuerda la vulnerabilidad de nuestros cuerpos, que somos seres muy dependientes y la necesidad de cuidarnos unos a otras o viceversa. La necesidad de instituciones públicas que nos protejan frente al dominio del mercado, y la necesidad también de recuperar el sentido de comunidad, el sentido de ser partes de una misma sociedad, el sentido de la fraternidad y de la responsabilidad, el sentido común. Frente al fracaso colectivo que suponen las imágenes de los primeros días, con personas a la greña disputándose los productos en los supermercados, estamos viendo y viviendo múltiples iniciativas solidarias de apoyo vecinal a las personas dependientes y aisladas en sus casas, o a las que no tienen techo. Y sería bueno que éstas se pudieran extender también a otras personas, especialmente mujeres, que atraviesan situaciones muy difíciles, como las que están siendo maltratadas en sus propias casas.
A la fuerza estamos aprendiendo a vivir en confinamiento. Un reinventarnos diario en el que la comunicación telemática y las redes sociales están jugando un papel importante en la transmisión de energías sociales, facilitando, en ocasiones, un feeling (emocional y sentimental) solidario y mordaz y una creatividad crítica que han propulsado iniciativas colectivas políticas en balcones y ventanas y también creaciones plásticas o escritas. Son emociones culturales en un proceso de homeóstasis social y psíquica que nos ofrece una oportunidad para revalorizar la solidaridad, el procomún y unas economías al servicio de la salud y de la vida.
El momento histórico que nos está tocando vivir va a ser duro, estamos viviéndolo ya, con miles de personas muertas, con un impacto económico y emocional gigantesco y muy severas consecuencias sociales. Lo decíamos antes, tendremos que reinventarnos desde valores básicos de la humanidad: la solidaridad, la fraternidad, la equidad y la justicia social, con buenas dosis de humildad en la gestión política de la incertidumbre, colocando las economías al servicio de las comunidades y aprendiendo de la naturaleza, sus ciclos y tiempos para construir nuestros hábitats.
Igualmente esta crisis ha puesto, está poniendo, de relieve la importancia de los servicios sociales públicos, en este caso en particular para garantizar la igualdad de todas las personas en el acceso a la atención sanitaria. Al mismo tiempo, queda patente la irresponsabilidad de quienes en estos últimos años han propiciado una política de recortes sociales que en estos momentos de extrema necesidad muestra sus consecuencias más nefastas.
Habrá que volver también sobre el asunto de las fronteras y el sentido de exclusividad, que tanto ha crecido en los últimos años. No sólo por lo ineficaces que han demostrado ser las fronteras políticas y/o nacionales para contener una epidemia como ésta. También por lo que para muchos ha significado que otros países nos hayan cerrado sus fronteras a nosotros, como habitualmente hacemos con quienes llegan del otro lado del Estrecho. Y, cómo no, por lo que tiene de lacerante ver a personas desarraigadas y marginadas con escasas ayudas públicas para sobrevivir en una situación como ésta.
Tiempos de pandemia que son también tiempos de reflexión (¡qué bien viene librarse estos días de la contaminación sonora de nuestras localidades!, además de ganar en calidad del aire y disminución de emisiones). Y en esta situación, hemos querido que Galde no falte a la cita con sus lectores y sirva para estimular el pensamiento crítico y el debate en torno a diversas cuestiones como las que tratamos en este número, además de las que la pandemia nos plantea.