(Galde 12, otoño 2015). Antonio Luis Hidalgo-Capitán. La forma de organización económica vigente en la actualidad en la mayoría de los países islámicos es el capitalismo, lo cual nos induce a pensar que no existe incompatibilidad entre el Islam, como religión, y el capitalismo, como sistema económico. Pero ello no es algo que acepten todos los musulmanes; de hecho hay una creciente minoría de musulmanes que consideran que el Islam no es sólo una religión, sino que es también una forma de organización económica, social y política del Estado derivada del Corán. Los musulmanes que así piensan no conciben que se pueda ser musulmán sin rechazar la separación entre la religión y el Estado, por lo que consideran que aquellos musulmanes que no lo hacen no son auténticos musulmanes y no merecen ser denominados como tales, reservando por tanto la expresión musulmanes para ellos mismos. Sin embargo, estos autodenominados auténticos musulmanes son considerados desde fuera como islamistas.
El islamismo, como ideología que niega la separación entre la religión y el Estado, surgió en los siglos XVIII y XIX de la mano de los llamados reformadores islámicos suníes, tanto en Oriente Medio como en el Asia Meridional (Al Wahab, Al Shawkani, Al Afgani, Abduh, Rida, Nanautavi, Gangohi…). A mediados del siglo XX dicha ideología fue revitalizada por el salafismo suní de los Hermanos Musulmanes de Egipto (Al Banna, Qutb…), el deobandismo suní del Partido Islámico de Pakistán (Maududi…) y el imanismo chií de Irán e Irak (Al Jomeini, Motahari…). En el último cuarto del siglo XX la misma incursionó en el ámbito académico de los países islámicos y de algunos países occidentales, tanto en su versión suní (Siddiqi, Ahmad, Chapra, Mannan, Kahf, Khan, El Ghazali…) como chií (Al Sadr…). Y a comienzos del siglo XXI terminó permeando en el conjunto de las sociedades musulmanas, especialmente, en los contextos urbanos más desfavorecidos de los países islámicos y occidentales, donde ha tenido un excelente caldo de cultivo el islamismo yihadista, tanto suní (Bin Laden, Al Zawahiri, Omar, Al Zarqaui, Al Baghdadi…) como chií (Jamenei, Fadlallah, Nasrallah, Al Sader…).
Los islamistas consideran que el subdesarrollo que padecen los países islámicos, y la marginación que sufren los musulmanes en todo el mundo, se deben a la decadencia de la sociedad islámica. Dicha decadencia sería fruto directo de la colonización europea, primero, y de la neocolonización estadounidense y europea, después, las cuales a su vez derivan del alejamiento del Corán por parte de los gobernantes musulmanes, y de gran parte de la sociedad, que han implantado sistemas económicos creados por el hombre, como el capitalismo.
Para salir de dicha situación de subdesarrollo y marginación, los islamistas proponen el renacimiento de la sociedad islámica o comunidad de creyentes (umma), es decir, la recuperación del esplendor que tuvo dicha comunidad durante la época califal, en la que religión y Estado estuvieron unidos. Así, este renacimiento permitiría a los países islámicos alcanzar el desarrollo, entendido éste como una justa distribución de los recursos disponibles para cubrir las necesidades de todos los musulmanes, erradicando así la pobreza y permitiendo que éstos tengan las oportunidades adecuadas para el desarrollo de su personalidad y de la más alta perfección posible.
Y para que ello es indispensable que el Islam se convierta en la forma de organización económica, social y política de los países islámicos y se implante el sistema económico islámico, creado por Alá y revelado en el Corán. Sin embargo, ello no es posible porque lo impiden las élites políticas de estos los países, subordinadas a los intereses de las potencias extranjeras y consideradas por los islamistas como autoritarias, corruptas e impías.
La estrategia política de los islamistas es, por tanto, el control del poder político del Estado por medio de la participación de partidos islamistas en las elecciones, cuando ello es posible. Pero cuando no lo es, éstos proponen la revolución islámica o de la guerra santa (yihad) contra las citadas élites, que son el enemigo interno o cercano, y sus aliados, los cruzados, que son el enemigo externo o lejano, globalizando así la guerra santa.
Una vez controlado el poder, los islamistas proponen implantar un Estado islámico, basado en el seguimiento del Corán, de la tradición (sunna) y de la ley islámica (sharía), como principios de la organización política, social y económica. La conformación de dicho Estado debe conducir a la reunificación de toda la comunidad de creyentes bajo un nuevo califato, dirigido por un califa designado por la misma, en la versión suní, o bajo la regencia de un clérigo (ayatolá) hasta el regreso del califa oculto (El Madhi), en la versión chií.
Así, la implantación del sistema económico islámico surgiría de la aplicación de aquellos mandamientos y normas de la ley islámica que previenen la injusticia en la adquisición y la disposición de los recursos materiales necesarios para proveer satisfacción a los seres humanos y permitirles cumplir sus obligaciones con Alá y la sociedad. Dicho sistema tendría tres pilares: la coexistencia de la propiedad privada y la propiedad pública; la libertad económica dentro de los márgenes de la ley islámica; y la justicia social basada en la solidaridad y la equidad.
En este sistema la ley islámica actuaría como el filtro moral del mercado, cambiándolas preferencias de los musulmanes y permitiendo armonizar los intereses individuales con los intereses sociales. Además, dicho filtro permitiría minimizar el uso de recursos para propósitos que no contribuyan a alcanzar los dos principales fines morales vinculados con el desarrollo, la justicia socio-económica y el bienestar social.
El Estado islámico también habría de jugar un papel activo en la conformación del sistema económico islámico y, junto con las tradicionales funciones de proveer seguridad interna y externa y corregir las imperfecciones y fallos del mercado, también debería determinar las prioridades sociales y reformar los gustos, las preferencias y las conductas de los individuos. Así mismo sería función del Estado islámico la provisión de un seguro social, ante la negligencia de muchos musulmanes en el cumplimiento de su deber de asistencia a los necesitados; o cuando su adecuado cumplimento sea insuficiente para cubrir las necesidades de los más desfavorecidos; e incluso más allá de la cobertura de dichas necesidades, en función del derecho de la comunidad islámica al disfrute de las fuentes de la riqueza.
Estas reformas habrían de ejecutarse, preferiblemente sin coerción, generando una dimensión moral en el mercado, de forma que el consumidor musulmán restringiera voluntariamente su soberanía para acomodar sus intereses individuales a los sociales; y en ello jugaría un papel destacado la educación. Una educación que, entre otras cosas, debería inculcar la preferencia por una vida simple y por la eliminación del consumo suntuario, liberando así recursos que podrían destinarse a la inversión, la creación de empleo y el crecimiento económico. Así, el consumo de los musulmanes debería estructurarse en tres niveles, según su prioridad: las cosas sin las cuales la vida no podría continuar; las cosas sin las cuales la vida sería muy dura; y las cosas accesorias para vivir bien, sin excesos ni extravagancias.
No obstante, en la conformación del sistema económico islámico deberían tener un gran protagonismo tanto la limosna (zakat), como base del sistema fiscal, como la prohibición de la usura (riba), como base del sistema financiero.
Por un lado, el sistema impositivo islámico debería estar sustentado, aunque no necesariamente en exclusiva, en cuatro importantes impuestos: la limosna, que pagarían los musulmanes sobre los beneficios obtenidos del capital y de las actividades agrícolas y ganaderas y por la acumulación de riqueza; la capitación (yizia), que pagarían per cápita los no musulmanes a cambio de los servicios del Estado islámico; el quinto (jums), que se aplicaría como la quinta parte del resultado de la explotación de los recursos naturales y de los beneficios agrícolas, industriales, inmobiliarios, etc.; y el impuesto territorial (jaray), que se aplicaría a las tierras liberadas por los musulmanes. A ellos habría que sumar la expiación (sadaga), que, pese a ser una limosna voluntaria que pagarían los musulmanes para expiar sus culpas, también debería ser recaudada por el Estado islámico al estar vinculada a la limosna.
Por otro lado, el sistema financiero islámico debería estar basado en la prohibición de la usura, lo cual supone la prohibición de todo tipo de préstamos a interés, salvo que el mismo conlleve la asunción de un riesgo más allá de la morosidad o el impago; es decir, que una ganancia sólo sería legítima si ha existido un riesgo real de pérdida. Así, dicha prohibición modificaría el papel de los bancos islámicos, ya que, en lugar ser garantes de los depósitos recibidos, se convertirían en fideicomisarios de los mismos, en un proceso de inversión islámica. Esta inversión que se caracterizaría porque el propietario del capital invierte conjuntamente con el empresario en un proyecto y comparte con éste tanto las ganancias como las pérdidas en función de un contrato.
Junto a la prohibición de la usura, también deberían estar prohibidas otras prácticas inmorales, tales como la ambigüedad (gharar) en los contratos (incluyendo las apuestas y la especulación), el fraude en pesos y medidas, el monopolio, el acaparamiento de bienes de primera necesidad, el atesoramiento, el despilfarro, la tacañería, la ociosidad y toda forma ilegal de la riqueza.
También, las relaciones económicas exteriores del sistema económico islámico deberían regirse por la ley islámica y responder a tres objetivos: preservar y promover el interés económico de la sociedad musulmana, priorizando la satisfacción de las necesidades; observar la ley islámica en las transacciones económicas para asegurar la justicia y la equidad; y extender la comunidad de creyentes para que el Islam se convierta en un ejemplo para otras naciones.
Por último, conviene señalar que la mayoría de los islamistas consideran que el sistema económico islámico es una construcción teórica, que algún día debería implantarse en los países islámicos, y no refleja el funcionamiento de la economía de estos países; salvo, tal vez, y sobre ello no hay consenso, en algunos casos excepcionales tales como: elsuní y wahabí Reino de Arabia Saudí (bajo la dinastía de la Casa de Saud); la chií e imanista República Islámica de Irán (bajo el gobierno de los ayatolás); los territorios del Líbano chií e imanista controlados por el Partido de Dios o Hezbolá; el suní y deobandí Emirato Islámico de Afganistán (bajo el gobierno de los talibán);la suní y salafista Autoridad Nacional Palestina de Gaza (bajo el control del Movimiento de Resistencia Islámico o Hamás);el suní y salafista Estado Independiente de Azawad (bajo el gobierno de los tuaregs);o el califato suní y salafista del Estado Islámico (establecido en el oeste de Siria y el este Irak, pero también con territorios controlados en Nigeria, Argelia, Libia, Egipto, Yemen, Afganistán, Pakistán y Uzbekistán).
Antonio Luis Hidalgo-Capitán. Profesor Titular de Economia Aplicada en la Universidad de Huelva y experto en temas de Economía Política Internacional y del Desarrollo.
Referencias
Al-Sadr, Mohammad Baqir (1961): Our Economics, Bookextra, Londres, 2001.
Chapra, Muhammad Umer (1970): The Economic System of Islam, Islamic Centre, Londres.
El-Ghazali, Abdel Hamid (1988): Man is the Basis of the Islamic Strategy for Economic Development, Islamic Research and Training Institute of Islamic Development Bank, Yidda, 1994.
Hidalgo-Capitán, Antonio Luis (2011): “La Escuela Islamista de la Economía Política del Desarrollo”, UNISCI Discussion Papers, 26: 121-150.
Kahf, Monzer (1978): The Islamic Economy: Analytical Study of the Functioning of the Islamic Economic System, The Muslim Students’ Association of the United States and Canada, Plainfield (Indiana).
Khan, Muhammad Akram (1992): Economic System of Islam: Bibliography of studies in English published during 1940-1990; Islamic Economics Research Centre, Yidda.
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Maududi, Abdul Ala (1941): Economic Problem of Man and its Islamic Solution, Islamic Publications Limited, Lahore, 1992.
Siddiqi, Mohammed Nejatullah (1996): Role of the State in the Economy, The Islamic Foundation, Leicester.