(Galde 05, invierno/2014. Dossier: Feminismo (s)). La economía feminista trata de abrir preguntas, al menos, en torno a tres aspectos clave: «los límites de lo que es economía, el papel del género en ella, y el compromiso de la teoría con la transformación de las situaciones de desigualdad» (Pérez Orozco, 2012: 13) 1
En primer lugar, cuestionar los límites de la «economía» supone ofrecer una visión integral del sistema socioeconómico, abriendo un espacio al conjunto de interrelaciones que garantizan la generación del bien-estar cotidiano de las personas. Es decir, tener en cuenta el engranaje de esferas y agentes que asumen las responsabilidades de establecer unas condiciones adecuadas de vida, así como de absorber las tensiones generadas en el marco de un sistema económico capitalista que «funciona alentado por una tasa de ganancia que se apoya en esquemas distributivos injustos basados en la explotación del trabajo mercantil y el ámbito doméstico, la socialización de costes, la apropiación de los recursos públicos y la desposesión de los bienes comunes de toda la sociedad […], poniendo continuamente en jaque las condiciones sociales y ambientales sobre los que las sociedades desarrollan su existencia» 2
Es decir, que pese a lo lógico de que en un mundo lleno de personas existiera una responsabilidad social en la sostenibilidad de la vida, son los mercados y su lógica los que se sitúan en el centro de la organización social. Y ello no es casual, sino que se debe a una estrategia impulsada por el capital -e implementada por el poder político-, por la que se legitima y prioriza socialmente la obtención de beneficio y la acumulación, delegando en los hogares una responsabilidad cada vez mayor respecto a la consecución del bienestar de las personas que los integran. Y aquí son las mujeres las que, en línea con ese rol de responsables últimas (o únicas) del bienestar familiar, multiplican e intensifican sus trabajos -remunerados y, fundamentalmente, los no remunerados- para que la vida salga adelante, actuando como elemento de reajuste del sistema y como factor de absorción de los shocks económicos. Obviamente, aquí es necesario tener presente que las diferencias en función de la clase social, la actividad laboral, el nivel de cualificación, la edad, el hábitat rural o urbano, el estatus migratorio, la diversidad sexual, funcional, etc. van a ser ejes de poder que se cruzan a la hora de definir la desigual posición de las personas en esta asunción de responsabilidades. Pero utilizar el género como punto de vista estratégico, permite entender cómo las desigualdades estructurales se (re)crean a través del funcionamiento del sistema económico capitalista heteropatriarcal y racista en este contexto occidental concreto.
Esto nos lleva al segundo de los rasgos característicos de la economía feminista: el interés por desvelar el papel de las relaciones de desigualdad entre géneros en la economía, mostrando, por un lado, cómo marcan el terreno sobre el que ocurren los fenómenos económicos (la división sexual del trabajo, la familia nuclear tradicional…), y por otro, cómo se reproducen y retroalimentan a raíz de éstos. Podemos decir, por tanto, que la economía feminista no pretende hablar solo de la posición específica de “las mujeres” en el sistema económico, sino entender cómo las instituciones, las políticas, los conceptos…se cruzan con unas estructuras de desigualdad de género que no vienen preestablecidas, sino que se encuentran en constante proceso de cambio y de cruce con otros ejes de opresión. Esto implica que no podemos dar por sentados los intereses de «las mujeres», -corriendo además el riesgo de hablar solo de quienes tienen voz (blancas, occidentales, heterosexuales, de renta media, etc.)- sino que tenemos que hacernos cargo de la multiplicidad del sujeto feminista 3, construyendo conocimiento conjunto, diverso, propositivo y transformador de las desigualdades que nos cruzan.
Y esto nos acerca al tercer rasgo que mencionábamos: el hecho de que la economía feminista no es no solo una rama de pensamiento económico, sino que en ella hay, además, una apuesta política explícita en torno a la transformación de una realidad que se considera injusta. No obstante, la forma de llevar a cabo dicha apuesta no es única ni unívoca, existiendo una pluralidad de perspectivas y debates que difieren tanto en el propio marco epistemológico y metodológico, como claramente en sus propuestas políticas. Por ello los espacios de interacción entre teoría y acción son imprescindibles. Ello nos ayuda a abrir nuevas preguntas y buscar las respuestas de forma común en todos y cada uno de los espacios en los que estamos pensando y construyendo: la universidad, los movimientos sociales, las instituciones, el tercer sector… el objetivo es crear pensamiento crítico sin esperar a que las respuestas vengan de forma preestablecida de uno u otro ámbito, sino empezar a dialogar y a construir juntas, reconociendo las múltiples plataformas de expresión y de estrategias.
Como decíamos en el IV Congreso de Economía Feminista 4, se trata de realizar una práctica de “vasos comunicantes”, más que de “compartimentos estancos”. A mí, personalmente, me resulta clave esta retroalimentación de los devaneos teóricos con la experiencia en un colectivo feminista autónomo, compartiendo dudas e inquietudes, bajándolas a la asamblea, a las calles…cuestionando y sacando a la luz los conflictos que producen «el patriarcado y el capitalismo que habita en nosotras», reconociendo y afrontando nuestros límites materiales y subjetivos, y poniendo en común las diferentes estrategias de resistencia y lucha. Y en este contexto de precarización de nuestras vidas, de incertidumbre no elegida, este espacio de encuentro y cruce es más importante si cabe. Porque es necesario llevar a cabo un profundo cuestionamiento del sistema socioeconómico capitalista, y del propio proyecto modernizador en su conjunto, denunciando que la lógica de la acumulación que rige la organización social se está dando a costa de la vida misma, de la devastación ecológica y la intensificación de la explotación y las desigualdades. Y frente a ello, la apuesta es transitar hacia «esa otra economía» centrada, no solo en la posibilidad real de que la vida continúe –en términos humanos, sociales y ecológicos–, sino también a que dicho proceso signifique desarrollar condiciones de vida, estándares de vida o calidad de vida aceptables para la población (Bosch et. al., 2005) 5. Esto es, una vida vivible que, teniendo como condición indispensable la compatibilidad con los sistemas biológicos y naturales – que la dota de los recursos y energías que necesita- cumpla dos criterios fundamentales: la universalidad (que todas las personas puedan vivir esa vida en condiciones dignas) y la singularidad (respetando la diversidad de experiencias y condiciones vitales) (DFG, 2012) 6. La clave es cómo nos organizamos socialmente para establecer sus condiciones de posibilidad, y ése es uno de los grandes retos de nuestro presente.
Notes:
- Pérez Orozco, Amaia (2012): Prólogo, en Esquivel (ed.) (2012) La economía feminista desde América Latina. Una hoja de ruta sobre los debates actuales en la región, ONU Mujeres, Santo Domingo, pp. 13-23. ↩
- Martínez González-Tablas, Ángel. y Álvarez Cantalapiedra, Santiago (2013), “Aportaciones para una representación compleja y abierta del sistema económico capitalista”, Revista de Economía Crítica, vol. 15 (1), 2013, pp. 141… ↩
- VV.AA (2013): Transfeminismos Epistemes, fricciones y flujos, Txalaparta, Tafalla. ↩
- Dossier disponible en: http://riemann.upo.es/personal-wp/congreso-economia-feminista/files/2014/02/Dossier-congreso.pdf ↩
- Bosch, A., Carrasco, C.; Grau, E. (2005): «Verde que te quiero violeta, Encuentros y desencuentros entre feminismo y ecologismo», en Tello (2005) La historia cuenta, El Viejo Topo, Barcelona, 2005. ↩
- Diputación Foral de Gipuzkoa (2012): II Plan para la Igualdad de Mujeres y Hombres 2012-2020, Dirección General de Igualdad ↩