Galde 34, udazkena/2021/otoño. Rosabel Argote.-
Poco queda, hoy en día, de aquellos chistes “verdes” y películas “verdes” del siglo XX, que escandalizaban al público con obscenidades y humor de desnudos, tetas y culos. De aquel llamado “cine de destape” de los años setenta, apenas recordamos algunas cintas de alto contenido erótico y chabacano. Una mirada retrospectiva a muchas escenas protagonizadas por Esteso y Pajares genera hoy repelús en entornos feministas, que únicamente valoramos en ellas su otrora poder de escandalizar a los sectores reaccionarios de la población, contrarios al fin de la dictadura y de la censura franquista.
Ese mismo poder de escandalizar,¿lo tiene el cine “verde” del siglo XXI, cuyo color ha dejado de significar obscenidad sexual, para significar lucha medioambiental? En la actualidad denominamos películas “verdes” a las que se alinean con la denuncia por la inacción ante el cambio climático. Calificamos de filmes“verdes” a los que contienen reivindicaciones ambiental es que buscan presionar a los gobiernos para que impongan medidas de freno el calentamiento global.
Lo preocupante es: ¿Escandalizaba más aquel “despelote” de vedettes, que lo que nos escandalizan hoy imágenes cinematográficas de nuestro planeta, desangrándose a pasos agigantados? Lamentablemente todo apunta a que sí. Pareciera como si la ciudadanía de a pie no nos estuviéramos creyendo que nos quedamos sin tiempo para revertir los efectos de la actividad humana sobre el medioambiente. Pareciera como si no nos estuviésemos dando cuenta de que urge actuar. Ante esta inacción, los Festivales de Cine internacionales, entre ellos el Festival de Cine de Donostia, se han sumado a “la cruzada” para la concienciación y la movilización social, más necesaria que nunca.
Zinemaldia 2021: Ficciones y documentales en defensa de la causa medioambiental
La cruzada (La croisade) es precisamente el título del filme-fábula medioambiental que el Zinemaldia 2021 ha incluido este año en su primer día de festival, como estandarte visible de su adhesión a la lucha contra el cambio climático. Con su proyección, este certamen sigue la estela del Festival de Cannes, que en su última edición ya incorporó una programación específica de películas “verdes” bajo el lema “El cine por el clima”.
Dicha película, La cruzada del director Louis Garrel, cuenta la historia de un niño de una familia francesa pudiente, que a escondidas vende cosas que sus padres tienen en casa, para sacar dinero e invertirlo en un proyecto activista mundial de ingeniería ambiental contra el calentamiento global. Concretamente, él y otras niñas y niños de todos los continentes se coordinan para financiar la conversión del desierto africano del Sahara en un mar. Voilá, lo consiguen. Y este desenlace fantasioso y desconcertante del filme, si bien resta empaque argumental a una cinta que podría haber destacado por su originalidad, deja al menos el poso de un mensaje contundente: Adolescentes y jóvenes del planeta están liderando una lucha contra el cambio climático que la gente adulta no está sabiendo, no está queriendo o no está pudiendo dirigir.
En ese mismo sentido se expresa la protagonista del documental BiggerThanUs (dirigido por Flore Vasseur), llegado al Zinemaldia de mano de su productora Marion Cotillard (premio Donostia en esta edición del Festival de San Sebastián). Con la afirmación de que “los jóvenes son solo el 25% de la población del mundo, pero a la vez son el 100% del futuro”, esa protagonista avanza en esta especie de “road-movie”, en la que va entrevistando a jóvenes activistas de diferentes lugares del planeta. Entre ellos, por ejemplo, Xiuhtezcatz Martínez (20 años, de Estados Unidos) relata ante la cámara su proceso hasta presentar una denuncia contra el Gobierno norteamericano por faltar al deber de proteger el medioambiente de cara a las generaciones futuras.
A esas dos cintas, se les han unido en el programa del Zinemaldia de este año otros filmes también defensores directa o indirectamente de la causa medioambiental, como la producción española, chilena y americana Distancia de rescate de Claudia Llosa, y la colombiana francesa, La Roya de Juan Sebastián Mesa. Siendo todas ellas candidatas al Premio Lurra que anualmente concede Greenpeace a la película del Festival que mejor refleja los valores medioambientales, la galardonada ha sido La crosaide, por su mensaje esperanzador, reivindicativo y optimista. Los aplausos también han sido para el propio Zinemaldia, por adherirse explícitamente a la causa, con la incorporación del cine “verde” en su programación.
¿Greenwashing o compromiso?
Es verdad que la adhesión a causas medioambientales por parte de instituciones, entidades, empresas, o incluso festivales, a veces genera recelos entre quienes trabajan por salvaguardar la esencia de la lucha contra el cambio climático. Existe el miedo al que ha dado en llamarse “greenwashing” (práctica nada ética consistente en pergeñar un lavado de imagen “verde”, para blanquear o maquillar como sostenibles las repercusiones medioambientales de un producto o una actividad). Al hilo de esta definición, ¿es greenwashing la programación del Zinemaldia?
Que el Zinemaldia, como actividad, tiene repercusiones medioambientales es innegable. Algunos datos, a modo de ejemplos, son los siguientes. La huella de carbono consecuencia de este evento de nueve días ha sido contabilizada y alcanza las 568’3 toneladas CO2 por día. El 75% de las emisiones son derivadas de los viajes internacionales realizados por muchas de las 4.300 personas acreditadas de todo el mundo, sin contar la movilidad y presencia de 178.000 espectadoras y espectadores que pasan por el Festival. En cuanto a los residuos, durante los nueve días del Festival se generan 4.852 kilos (sobre todo papel y cartón).
¿Incluir películas “verdes” en la programación compensa este impacto? Definitivamente, no. Por ello, el Festival de Cine de Donostia (o, al menos, así lo ha comunicado públicamente) no se ha limitado a programar, sino que ha incorporado la variable medioambiental en su gestión y organización del Festival: ocho coches eléctricos para traslados de celebridades invitadas, fabricación de las alfombras rojas con moqueta reciclada, acreditaciones biodegradables, sistema de votos impresos sustituidos por votos digitales, plan de ahorro energético en los espacios exteriores, moda local y sostenible a través de 22 firmas vascas que han vestido a quienes han presentado, bailado y dirigido las Galas…
Quedan asignaturas pendientes, en materia ecológica, para próximas ediciones del Zinemaldia (relativas, por ejemplo, al merchandising o a la decoración de un solo uso, o la priorización de alternativas sostenibles de movilidad…). Pero algunos primeros pasos han comenzado a darse, y se han dado bien.
Luces, cámaras, ACCIÓN
En cualquier caso, la cadena con la que sacar al planeta del hoyo ambiental en el que se está hundiendo no tira, si todos los eslabones no están unidos. En el ámbito cinematográfico que nos ocupa, esa cadena compuesta por quienes guionizan, producen, distribuyen y exhiben cine no está completa, sin el eslabón del público espectador. Por tanto, no importa cuánto se impliquen los festivales de cine en reducir su huella de carbono, o cuántas películas “verdes” se estrenen, si, al salir del cine, las personas no nos comprometemos individual y colectivamente en la lucha contra el cambio climático.
Y es que ser solo público espectador es fácil. Tenemos un inventario grande de películas que nos ayudan a reflexionar: Blade Runner, Avatar, Una verdad incómoda, Bestias del sur salvaje, …Sin embargo, necesitamos que estas películas también logren escandalizarnos, para que la indignación nos lleve a la indignACCIÓN. Es decir, necesitamos unas “luces, cámaras y acción” que nos levanten de la butaca del cine y nos movilicen, y que nos hagan pasar de solo ver películas “verdes” a vivir vidas cotidianas de ese mismo color.