Santi Burutxaga. (Galde 06, primavera/2014). La sucesión de dimisiones y ceses en el grupo rector de la Capitalidad Cultural Europea ha causado estupor a falta de un año y medio para la fecha oficial de su comienzo. La última y peor crisis del pasado abril, ha transmitido una imagen de descalabro del proyecto, a pesar de los llamamientos a la tranquilidad y serenidad de los responsables políticos, que han llegado a reconocer que se habían quedado aturdidos ante la dimisión de la última Directora General, Itziar Nogeras. Los intentos de hilvanar un consenso y cierre de filas para aparentar que el proyecto mantiene su rumbo, no han impedido las críticas de imagen lamentable, fiasco monumental, desorganización, ausencia de liderazgo, falta de profesionalidad y de lealtad institucional, sectarismo, retrasos considerables en la planificación y enfoques excesivamente localistas impropios de un proyecto europeo, entre otras lindezas.
La gestión de lo que comenzó siendo una meta ilusionante, ha ido quemando, apartando y dejando en la cuneta a una buena parte de las personas responsables de ponerlo en marcha. Donostia 2016 se está convirtiendo en una metáfora de País, un pim-pam-pum del juego político que muestra nuestra peor cara: la de la incapacidad para ponerse de acuerdo en un proyecto de interés general y llevarlo adelante con generosidad y competencia.
El proyecto: los mares soñados. Donostia 2016 nació bajo los mejores auspicios. La declaración de tregua indefinida por parte de ETA y luego el cese definitivo de la violencia, creaban las condiciones idóneas para poner en pie una operación cultural de envergadura que contaba con el impulso entusiasta del entonces alcalde Odón Elorza y el acuerdo, o al menos la neutralidad, del resto de los grupos. Un equipo de buenos profesionales, aunque inexpertos en la organización de eventos similares, fue recabando adhesiones en los sectores culturales y diseñando las líneas maestras de un proyecto singular. Tal vez su bisoñez en organizar “capitales culturales” les permitió plasmar sin complejos un proyecto ambicioso que no cifraba su éxito en acumular eventos artísticos, ya suficientes en la ciudad, sino en generar procesos participativos que hiciesen emerger y fortalecieran las tramas creativas de Donostia y un amplio entorno, porque la propuesta se expandía en el espacio y también en el ámbito temporal, prolongándose hasta el 2020.
La gestación del proyecto D-SS2016EU puede decirse que fue una fiesta. Como el éxito era improbable -había otras capitales con más bazas previas- se dejó volar libremente a la imaginación y a los deseos: olas de energía ciudadana, faros de la paz, la vida, las voces, del mar y de la tierra, laboratorios de arte y creatividad, de las lenguas, el circo de la vida, las embajadas itinerantes, etc, etc.
Tras la piel de esta narrativa poética, latían dos ideas muy poderosas: la cultura como herramienta que puede generar espacios de convivencia en paz, yen segundo lugar, la cultura como expresión simbólica colectiva, motor de cambios sociales. Las olas de energía ciudadana pretendían ser una propuesta alternativa al modelo cultural, ya en crisis, de consumo de “productos” masificados para el turismo cultural y las grandes infraestructuras convertidas en iconos, a modo de modernas catedrales consagradas al culto de la Cultura con mayúsculas. Como los redactores eran gente experimentada, pensaron que si era forzoso pactar la inclusión de algo de todo esto, que su peso fuese lo más ligero posible.
La gestión: de las olas de energía ciudadana a la borrasca perfecta. Oyendo a distintas personas que han pasado por la oficina de la Capitalidad, se saca la conclusión de que no hay una única razón que explique porqué las cosas han ido tan mal, sino más bien una sucesión de desaciertos.
Existe unanimidad en que la gestión administrativa y política ha sido desastrosa. En primer lugar, para cuando el proyecto resulta ganador, las condiciones políticas en las que se gestó ya habían cambiado completamente. Bildu, al frente de la Alcaldía y la Diputación, se encuentra con un proyecto que le es ajeno. Viene de una trayectoria opositora de confrontación sistemática y de una concepción acotada del ámbito cultural que, por mucha voluntad que ponga, dificulta su asunción de las pautas en las que el proyecto de Capitalidad está basado. Muchas de las acciones en torno a la cultura de paz, uno de los ejes del proyecto, le emplazan a actuaciones que le generan, necesariamente, incomodidad.
La llegada del PNV al Gobierno Vasco introduce nuevos protagonistas en los órganos de gobierno y en los cargos designados para la gestión del proyecto. Si bien existe acuerdo en que no se ha ejercido presión sobre los técnicos para influir en los contenidos culturales y artísticos, sí ha existido una injerencia permanente de los representantes políticos en cuestiones técnicas y organizativas que deberían pertenecer al ámbito de decisión de las personas contratadas al efecto. El resultado final ha sido un equipo profesional voluntarioso pero inseguro, carente de autoridad, que no se atreve a tomar decisiones en la duda de si éstas serán respaldadas. Por ejemplo: publicar una información requiere del acuerdo y aprobación de todas las instituciones representadas en el Patronato de la Fundación creada para la Capitalidad. La gestión de los contenidos y los tiempos es tan compleja que se opta por el mutismo.
Donostia 2016 es un evento extraordinario, complejo, cuya gestión requiere de flexibilidad, agilidad y canales extraordinarios para su desenvolvimiento. En cambio, se ha querido ejecutar con los mecanismos y los tiempos ordinarios de la Administración. El resultado es una frustrante lentitud, ideas que se pierden, proyectos que no arrancan sin que nadie sepa explicar por qué, presupuestos que se tarda meses en aprobar, gente que se marcha quemada, nuevos que llegan a los que hay que explicar qué es eso de las olas y de los faros, y vuelta a empezar. La responsabilidad de no haber sabido delegar en un equipo profesional se la reparten las instituciones vascas presentes en el Patronato.
Tampoco han faltado las torpezas directivas. El miedo a equivocarse y el exceso de respeto a los procedimientos, han lastrado la frescura necesaria para poner en marcha un proyecto que hacía gala de ella, unido a concepciones contrapuestas sobre la necesidad de empoderar a los colectivos culturales y ciudadanos para que ejecuten partes del programa, y por otro lado, la desconfianza que lleva a centralizar los programas y querer realizarlos con los pocos recursos humanos propios.
Donostia 2016 se ha ido aislando y cociendo en su propia salsa. Sin confianza en sus fortalezas, no ha intentado con energía implicar a la iniciativa privada en la financiación de sus actividades, aspecto éste vital en un momento de escasez de recursos públicos, además de lo que implica para la socialización del proyecto. También es verdad que convertido en combustible para la lucha partidista, nadie está dispuesto a ayudar a nadie.
A la búsqueda de algún puerto de llegada. Existirá un Donostia 2016, pero no será lo mismo. El galeón se ha ido dejando jirones de velamen en cada tormenta, y ya no hay tiempo para investigar nuevas formas de navegación. Hay la vela que hay, y con ella habrá que llegar a algún destino. Existe un programa, dicen que muy desarrollado, y se trata de ponerlo en marcha sin dilaciones, confiándolo a la gente que sea capaz de hacerlo, y con una dirección que tenga capacidad de interlocución con las instituciones vascas, estatales y europeas, y con las empresas y que administre bien los recursos disponibles, no tan escasos. En definitiva, dirigir un proyecto, que es lo que se tendría que haber hecho desde el principio.
Probablemente el equilibrio inicial del programa se quedará escorado hacia lo espectacular, que es lo más sencillo, lo que cualquier institución entiende y lo que se puede comprar con dinero. Si se logra, se habrán salvado los muebles del naufragio, y si no, habrá sido un esperpento del que deberíamos sacar algunas conclusiones.
En cualquier caso se habrá perdido una oportunidad para investigar otras formas de relación entre la ciudadanía y la cultura, otras maneras de mediación entre las personas, las instituciones y los creadores, un Arteleku mucho más grande, con el que tal vez soñó Santi Eraso, alma máter de las olas de energía ciudadana.
La tripulación y el pasaje, en tierra y protestando. Hay desapego en los sectores culturales, que esperaban otra cosa, y la ciudadanía, que tiene otras preocupaciones, espera que escampe y salga el sol. No se siente informada ni implicada, y es natural, porque la comunicación ha sido una de las carencias más notables a lo largo de todo el proceso. Sin embargo, es, o era, una de las piezas claves del éxito: sin despertar las emociones no se puede lograr una participación que rompa la inercia social de ser, en el mejor de los casos, espectadores que consumen cultura.
Algunos sectores de la ciudad han comenzado a expresar su disidencia. Retoman una inicial contestación a la idea de la Capitalidad y acusan al Ayuntamiento de Bildu de haberse plegado a un proyecto europeo que secunda una concepción empresarial de la cultura y la creatividad. Desde su punto de vista, la Capitalidad se orienta a la captación de un turismo opulento, realiza una apología de las grandes infraestructuras y la ven como un despilfarro que no beneficia al común de la población donostiarra.
Incluso para sus creadores, la propuesta para Donostia 2016 es una flor extraña. No pensaron un proyecto celebratorio para proyectar al mundo la riqueza de nuestra creación cultural, sino una oportunidad para reforzar lo que existe e intentar implicar a una ciudadanía que vive en una ciudad turística, con una programación cultural institucional de la que disfruta, como en otros sitios, un público conservador.
Hacer crecer y multiplicar esa florrequería de un trabajo de jardinería muy cuidadoso. Ojalá se esté todavía a tiempo de evitar que se marchite y no haya que correr a última hora a la floristería más próxima a comprar un ramo más o menos apañado para salir del paso.