(Galde 17, invierno/2017). Antonio Duplá. Los ejercicios de comparación histórica son siempre interesantes, pues nos permiten precisamente el poder viajar entre el pasado y el presente y así conocer, comprender y comparar uno y otro.
El pasado mes de enero se publicaba en la revista The Village Voice de Nueva York un artículo con un título sugerente: “The Romans tried to save the Republic from Men like Trump. They failed.” (Los romanos trataron de preservar la República de hombres como Trump. Fracasaron). La autora, Joy Connolly, es profesora en la City University of New York (CUNY) y especialista en la historia del republicanismo como teoría política, desde la antigua Roma hasta la modernidad.
La autora se remite a la época final de la República romana, aproximadamente desde el último tercio del siglo II a.C. hasta el colapso del sistema republicano un siglo después. A lo largo del siglo anterior, Roma había conquistado el Mediterráneo y se había convertido en una superpotencia mundial, apoyada en una formidable maquinaria militar y en una notable cohesión social y política, basada fundamentalmente en un consenso imperialista derivado de los beneficios del imperio, que todos disfrutaban de una manera u otra. Sin embargo, desde finales del siglo II, la situación cambió drásticamente, se acentuaron la desigualdad económica y las tensiones sociales y la violencia comenzó a distorsionar profundamente las relaciones políticas. Surgen precisamente entonces una serie de líderes políticos que buscan una nueva distribución el poder y plantean una serie de reformas. Esos políticos pertenecían a la elite tradicional, pero se autopresentaban como ajenos y totalmente distintos a ella, identificados con los intereses de los sectores populares e incluso presentándose como la personalización efectiva de ese pueblo. Algunos de esos líderes son quienes le recuerdan a la profesora Connolly a Donald Trump. Se puede estar de acuerdo o no con algunas de las afirmaciones de la autora, pero es cierto que la comparación permite establecer algunos paralelismos inquietantes. Además de aludir a algunos políticos romanos menos famosos (Memio, Mario, Clodio, Catilina), Connolly se fija en la figura bien conocida de Julio César.
Y César es posiblemente el ejemplo paradigmático de la progresiva instauración de una nueva relación entre el líder y el pueblo, por encima de las instituciones políticas tradicionales que, mal que bien, suponían un cierto ejercicio de participación y representación política. Aunque no es el primero en hacerlo, César es quien mejor establece una relación directa con la plebe y sus veteranos, al mismo tiempo que se difuminan competencias populares tradicionales, como elegir a los magistrados o aprobar las leyes. El pueblo acepta sin problemas esa situación, entusiasmado con su nuevo líder, que satisface sus necesidades materiales. ¿Quién protesta? Los miembros de la elite aristocrática tradicional, irritada ante la amenaza a su poder que representa este nuevo perfil de dirigente, a cuyo ascenso asisten impotentes.
Las nuevas relaciones políticas entre el presidente norteamericano y sus votantes y la sociedad a golpe de twit, así como el desconcierto de las elites tradicionales ante este cuestionamiento directo de su monopolio tradicional de las relaciones de poder, es uno de los terrenos de posible comparación.
Es posible que César no fuera tan zafio, ignorante, racista y misógino como Trump. Al fin y al cabo era un destacado intelectual e, incluso, escritor (sus obras, independientemente de su indiscutible calidad literaria, son una manifiesta justificación de sus iniciativas políticas irregulares), pero, por ejemplo, en los desfiles sus soldados cantaban muy orgullosos las hazañas bisexuales de su general. Y visto en perspectiva histórica, abrió la puerta a la transformación de un sistema con cierto grado de participación política popular en una autocracia, el sistema imperial romano, que perdurará todavía durante varios siglos.
En Estados Unidos han elegido presidente a Trump y la moderación, la reflexión y el pensamiento complejo se rechazan visceralmente por sus votantes, que las identifican con las viejas elites, corruptas y soberbias. Parece improbable que su influencia pueda compararse a la de César, pero el modelo político que instaura puede producir daños muy profundos. En Europa hemos conocido algún caso similar, de infausta memoria, como Berlusconi. Aunque finalmente cayó, el problema es que duró bastante tiempo y que, por otra parte, Trump tiene bastante más poder…