(Galde 25, uda/2019/verano). Susana Covas.-
Durante los últimos 30 años gracias a mi actividad profesional, tuve la posibilidad de compartir historias y experiencias de vida con más de 10.000 mujeres diversas, con realidades cotidianas también diversas con las que obviamente como mujer podía identificarme en muchos aspectos. Ha sido al profundizar en el tipo de vínculos que se establecen con los hombres del entorno cotidiano, cuando comencé a observar los diferentes criterios de valoración y preconceptos que aparecían sobre qué se puede esperar de un hombre o qué grado de equidad se puede pedir en los vínculos.
Puede resultar llamativo que no pocas mujeres con un alto nivel de empoderamiento en áreas importantes de la vida, a la hora de analizar las conductas de los hombres que no cambian o lo hacen superficialmente, persistan en justificaciones que diluyen cualquier responsabilidad individual: la educación, la impronta machista de la familia de origen, el analfabetismo emocional, el capitalismo neoliberal que nos oprime a todas y todos por igual, lo perdidos/asustados que se encuentran y hasta lleguen a afirmar que los hombres son las primeras víctimas del patriarcado! Pero al mismo tiempo ya son muchas las que sin desconocer la importancia de los cambios culturales y sociales que siguen pendientes, apelan y muy especialmente a la responsabilidad individual de los hombres como seres adultos y con capacidad de ser éticos para transformar el lugar existencial desde donde ejercen las relaciones de poder.
Lo sorprendente ha sido observar que las diferencias entre lo que piensan y sienten las mujeres a la hora de valorar los cambios masculinos, sus motivaciones y la responsabilidad que les cabe, son similares a las diferencias que transmiten entre sí los hombres a la hora de valorarse a sí mismos, de hacer el diagnóstico y pronóstico de su masculinidad y de los vínculos que establecen con las mujeres:
Las que omiten cualquier responsabilidad individual, aniñándolos y dando por imposibles los vínculos igualitarios, coinciden con aquéllos que culpabilizan a las madres que los educaron, sintiendo que ya bastante han cambiado, sin entender la queja de las mujeres cuando ya casi todo está logrado y solo quedan algunas cuestiones que el tiempo curará. Son los que ni siquiera ven necesario una mínima revisión de su masculinidad.
Por otro lado están las que aprecian e inclusive admiran ciertos cambios masculinos, por comparación con otros hombres que van más rezagados o los de generaciones anteriores y coinciden con los que valoran desde ahí sus propios procesos. Perciben las diferencias porque van expresando mejor ciertas emociones, corren menos riesgos innecesarios, disfrutan de actividades no competitivas, cuidan mejor su propia salud… En estos casos ellas, seguramente ellos también, centran la mirada en el cambio sobre sí mismos, suponiendo que esto conlleva una conexión directa y casi mágica con la capacidad de atravesar el núcleo duro de las relaciones de poder y el lugar existencial desde donde se sienten autorizados a ejercerlo. La transformación del modelo masculino no se mide así en función del vínculo con las mujeres, sino en la comparación con otros hombres. Como dice Jokin Azpiazu, esto conlleva más de condena y separación del modelo por el que no se sienten representados, que de cuestionamiento y cambio del propio, con lo que fácilmente se llega a un alto grado de autocomplacencia y sobrevaloración de logros.
Por último, están aquéllas que consideran que no habrá cambios de calado si los hombres no incluyen dentro de su concepto de ÉTICA las relaciones que establecen con las mujeres – que es lo que para ellas está en juego- y coinciden con quienes de diferentes maneras abordan sus procesos a partir de los costes que su masculinidad genera a las mujeres:
Peter Szil “Debemos tener muy claro que la violencia que los hombres ejercen/mos en nuestras relaciones, en ninguna de sus formas es un problema de comunicación, de estrés o de falta de relajación, sino un claro instrumento de dominación. Sin ese enfoque corremos el riesgo de que aunque toquemos aspectos importantes de las conductas cotidianas de los hombres, no construyamos igualdad sino autocomplacencia.”
Luis Bonino “Para lograr atravesar el núcleo duro de las relaciones de poder, los hombres debemos: visibilizar la desigualdad/ reconocer inmoralidad en la supremacía masculina/ reconocer a las mujeres como iguales/ perder privilegios/ ceder poder y aprender a compartirlo. Algunas “nuevas masculinidades” incorporan valores femeninos pero para sí mismos/ suman derechos pero no ceden privilegios/ ganan espacios pero no se retiran de ninguno/ confunden encorsetamiento con opresión”.
Jokin Azpiazu “Dejemos de echar culpas a nuestra educación…¿qué estamos diciendo cuando afirmamos que somos víctimas también del patriarcado: que el patriarcado nos fuerza a ser privilegiados?
Olmo Morales “A mí como hombre me viene muy bien hablar de los mandatos y las imposiciones (de los costes de la masculinidad), en vez de hablar de cómo sigo ejerciendo el poder sobre las mujeres, cómo, sin responder a un modelo de masculinidad tradicional, sigo perpetuando la dominación en el cotidiano” .
La diversidad de criterios entre las mujeres centró mi interés y comencé a preguntarme:
¿Qué esperamos hoy de un vínculo de equidad? ¿Sobre qué base negociamos necesidades, deseos, intereses y responsabilidades en el día a día? ¿Con qué criterios valoramos los cambios de los que lo están intentando? ¿Son cambios que impactan cualitativamente en nuestra vida cotidiana, cuánto, cómo? ¿Cuál es nuestro umbral de percepción de los efectos precisos que nos genera la masculinidad de Aitor/Pablo/Jordi, los hombres con nombres y apellidos de nuestro entorno? ¿Qué es lo que hoy enamora a las mujeres heterosexuales? ¿Qué tipo de masculinidad consideramos ética?
Numerosos testimonios dan cuenta de los distintos imaginarios. Por un lado, algunas hacen este tipo de valoraciones:
“Es complicado contar con él porque nunca puede ni tiene tiempo, pero es un tío muy sensible, llora y se emociona como cualquiera de nosotras” / “Es un santo, si vieras cómo me ayuda con la casa y los críos”/ “ Es muy buen compañero: me deja hacer…”/ “Mi jefe sí que es feminista, siempre prefiere tener empleadas mujeres porque somos más respetuosas y más fieles ”/“Él no tiene un mundo propio, mi mundo es su mundo…. a veces me siento un tanto agobiada y eso me hace sentir culpable” /“Es un tío increíble. Lejos de enfadarse disfruta viendo que no caigo en sus manipulaciones y me defiendo todo el tiempo como una leona.”/“En casa el feminista es él… yo no dejo de admirarlo cada día más y mis amigas de envidiarme. Es tan diferente al resto…!
Otras que van ampliando el umbral de lo evidente, lo naturalizado se hace visible y por lo tanto cuestionable, aunque no dejan de reconocer cambios, algunos muy útiles que aportan determinado alivio en la gestión cotidiana, utilizan criterios de valoración más exigentes:
Hoy soy jefa de quien era mi jefe, lo interesante es que él facilitó en lo que pudo mi carrera./ Siempre admiró mi coherencia feminista en todo lo que hago y le exijo y cosa rara, aún así le atraigo como mujer./ “Qué bien!!! Cuando a la hora de criar hay equipo de verdad esto es muy diferente. Si hasta tengo tiempo de seguir siendo yo!” / “Por primera vez me preguntó si yo sentía que nuestro vínculo era recíproco. Le dije que no, que yo era mucho más generosa y que estaba esperando de él algo más que ocuparse de lo que nos corresponde y no interferir en mis cosas”
Y luego están las que se plantean si los cambios que hoy se dan en algunos hombres atraviesan profundamente las relaciones de poder, transforman el lugar existencial desde el que se relacionan con ellas y si producen efectos cualitativamente positivos en su calidad de vida cotidiana. Atentas a otras cuestiones, analizan las formas de incidir en los espacios mixtos; la mayor o menor necesidad de protagonismo y visibilización de cada cosa que hacen; la capacidad de estar ausentes, a no optar por los espacios de poder; el nivel de reciprocidad existencial (!); el grado de compromiso real y cotidiano que asumen y sostienen en los cuidados que les corresponden.
“Son todos muy feministas hasta que les toca bajarse de un acto” /“Vaya con esa obsesión por el protagonismo público: acaban de leer Feminismo para principiantes y ya publican libros. Cada nuevo que aparece va de Colón y ningunea a los anteriores: ¡vamos chicos que así no avanzáis más!” /“Que no me agradezca tanto la calidad de lo que le doy y me devuelva algo en el mismo sentido: la reciprocidad no es solo ocuparse de las tareas que le corresponden”/ “Cuando publico algo en las redes, no aparece el coro de admiradoras que me amen y me mimen tanto como cuando alguno de los chicos guay publican lo que sea: ¿qué nos pasa hermaaanas?”/ “Mi hermano el hipotético: siempre dijo que llegado el caso de que hubiera que cuidar de nuestros padres, por supuesto que lo compartiríamos. A la hora de la verdad…where is my brother?”/ “Nuevas masculinidades….¿cuál de ellas propone algo más que lo que debería ser un acuerdo de mínimos entre iguales?”/ “Mucho reconocer privilegios a la hora del bla bla blá….¿y luego qué?”
Como veremos, también coinciden con los pocos que en sus discursos se manifiestan de esta manera:
Víctor Parkas “Dividirse tareas, cuidados y crianza, tener únicamente relaciones consensuadas, dejar de invisibilizar el talento femenino y acabar con la brecha salarial creada para asfixiarlo….”Todo esto debería ser un simple preacuerdo”.”Matilda encontró en mí al único agente masculino que le ofreció algo distinto al resto: y en realidad es un montón de nada”. El mal menor reina, lo hace por imperativo legal: Yo soy el mal menor de Matilda”. “El hombre nuevo solo puede serlo si en principio acepta adoptar gestos que no den réditos de cara a la galería, si controla su apetito por acumular marcadores feministas, si detiene la propaganda de sí mismo”
Andrés Montero “… los hombres que se declaran feministas deberían ser conscientes y mantener siempre una cierta prudencia autocrítica vigilante.” “…le costará adscribirse al liderazgo de mujeres y mantener un perfil subordinado o secundario; se le hará cuesta arriba no pensar que el conocimiento no es suyo sino de ellas; tendrá que esforzarse mucho para dejar a las mujeres expresar sus opiniones, escuchándolas y no intentando sentar cátedra sobre ellas; le asaltarán constantemente impulsos egocéntricos de protagonismo; pensará muy rápidamente que ya sabe lo suficiente de feminismo; y, en definitiva, acabará pretendiendo ser ejemplo y prototipo de algo.”
Jokin Azpiazu “Hoy en nuestra sociedad, el nuevo modelo hegemónico es mucho más discreto y aparentemente menos machista, lo cual no significa que sea más igualitario: no reivindica una supremacía masculina, pero la practica de manera más sutil y cotidiana. Probablemente nos encontremos en estos momentos con una masculinidad hegemónica más cercana al patrón de “hombre bueno y sensible”, que “respeta a las mujeres”, sin por ello perder el control de la situación
Fabián Luján «… no hay taller, charla o escrito realizado por algún hombre donde no aparezca la palabra “privilegios”. Los hombres hemos ido incorporando en nuestros discursos las producciones teóricas que el feminismo ha ido desarrollando (¿sentimos que estamos así más protegidos de su mirada crítica?). Y sí, algunos hombres somos capaces de renunciar a algún privilegio y recolocarnos en posiciones más igualitarias en determinadas situaciones. Pero, ¿qué será que lo hacemos con algunas mujeres y no con otras, en determinados contextos y no en otros. Cuando nos va bien volvemos a usar el privilegio y cuando nos va bien lo soltamos?
Delineando nuevos modelos: en los grupos de reflexión de largo recorrido, ya algunas mujeres van delineando pautas muy básicas de su propio modelo de masculinidad: en el que un trato existencialmente igualitario dejara de ser una lucha cotidiana y en el mejor de los casos una conquista tutelada permanente. En el que no se cuente con que las mujeres sigan sosteniendo tantas injusticias mientras se ensayan nuevas masculinidades. Que no pretenda que los cambios sean forzados por mujeres peleonas y resistentes. Que no las lleve a naturalizar tantos esfuerzos destinados a vencer obstáculos cotidianos, mientras ellos utilizan las energías liberadas para ocuparse de otras cuestiones. Que deje de ser un modelo autocentrado y se preocupe y ocupe por los efectos que produce en la vida de las mujeres. Que no sufra por todo ello, que deje de justificarse y no culpabilice a las que lo exijan. Una masculinidad que por fin, comience a dejar de ser protagonista negativa de la vida de las mujeres. Y la pregunta que comienzan a hacerse es ¿de ahí en menos, a qué llamamos nosotras nuevas masculinidades?
¡Obviamente ningún diseño femenino sería vinculante, ningún hombre cambiaría por ello! Tampoco es responsabilidad de las mujeres cambiar a los hombres adultos, como dijo alguna: cada una de nosotras no puede ser un centro de rehabilitación para hombres adultos que quieran cambiar. Pero seguramente podría resultarnos muy útil para valorar con mayor rigurosidad con quiénes nos vinculamos, cómo y para qué; qué cambios valoramos, admiramos, relativizamos o rechazamos; en qué medida esos cambios se traducen en verdaderas transformaciones que habiliten espacios vitales diferentes.