Cultivar una nueva generación agraria o la necesidad de recampesinización del mundo rural

Ferran Domènech, Maria Llorens, Sergi Solà y Aina Roca, con el rebaño de Serradet de Barna.

 

Galde 34, udazkena/2021/otoño. Neus Monllor.-

La falta de relevo generacional, el abandono de la actividad agraria o la necesidad de mantener las empresas productoras de alimentos en el mundo rural, son constataciones que hace años que nos runrunean. La apuesta institucional estratégica por reestructurar el sector agrario nos ha dejado, en demasiados lugares, un paisaje huérfano de lo más esencial: las personas que trabajan la tierra y cuidan los animales para alimentar a la población cercana.

Sin capital humano no hay capital agrario que germine. Los datos nos muestran que el porcentaje de personas que se dedican profesionalmente al agro mantiene una tendencia decreciente en buena parte del territorio europeo, en casi todo el español y prácticamente en todo el vasco. Por ejemplo, los últimos datos de la Encuestas sobre la estructura de las explotaciones agrarias, pone de manifiesto que en España entre 2003 y 2016 el número de titulares ha disminuido un 19,2%, dato que para Euskadi se acentúa aún más, con un valor del 31,4%. En relación al porcentaje de titulares menores de 35 años, en España se ha reducido a la mitad, pasando de ser un 6,2% a un 3,1%, mientras que en Euskadi la tendencia es inversa, augmentando de un 2,6% a un 3%, dato que muestra un porcentaje más elevado de titulares jóvenes, pero con unos valores extremadamente bajos. Finalmente, también hay que tener en cuenta el augmento del porcentaje de mayores de 65 años que pasa del 33,6% al 40,3%, en España y que en Euskadi significan el 42,2% en 2003 y el 40,4% el 2016. Estos valores evidencian que existen una mezcla de factores complejos que crean un muro, muchas veces imposible de superar, para mantener o para empezar una empresa agraria en el mundo rural.

En primer lugar, la dificultad de sostener económicamente unas explotaciones agrarias que viven a la intemperie ante de múltiples factores que afectan las cuentas y la posibilidad de vivir con dignidad del trabajo agrario. Aumentan los costes de producción y se reducen los márgenes de venta, con la consecuente necesidad de buscar estrategias alternativas que generen una cierta estabilidad y remuneración. En la mayor parte de los casos, esto pasa por atar de una manera directa la comercialización de los productos propios, en otras por diversificar la producción o por elaborar parte de ella, y en otras por apostar por unos alimentos de calidad que el mercado valore con mayor margen. En todos los casos, el reto de conseguir una renta digna a final de año es una hazaña.

En segundo lugar, la dignidad con la que todavía se necesita defender y reivindicar la actividad agraria y la dedicación profesional a la producción de alimentos. La carrera para ser una persona agricultora parece que no tiene glamour y las pocas personas que desean arrancarla, y se animan a ello, se encuentran con un mundo muy hostil en el que se acaban quedando o incorporando “las más fuertes”: las que son capaces de defender el orgullo agrario, las que tienen un apoyo familiar arraigado, las que innovan con ideas extravagantes, las que generan comunidad o las que apuestan por crear espacios de oportunidad desde la plena convicción de que hacen falta más manos trabajando la tierra.

En tercer lugar, las continuas, múltiples e intensas presiones que se ejercen sobre el sostén imprescindible para la generación de alimentos. El suelo agrario y fértil recibe un trato inmerecido. Sin tierra para cultivar es imposible mantener el flujo alimentario necesario para nuestra población cercana. Sin una visión estratégica del preciado tesoro sobre el que se arraigan las producciones agrarias, no es posible apoyar una nueva generación de personas agricultoras. Para los que ya están no es fácil mantener o ampliar terrenos, para los que entran de nuevo es casi un milagro acceder a una finca digna donde producir y desarrollar una carrera agraria.

A estos tres factores esenciales, hay que añadirles toda una serie de trabas burocráticas que dificultan el día a día de una empresa agraria, las inclemencias meteorológicas que siempre acechan el transcurso de los ciclos agrarios, la insuficiente red social y de apoyo con la que se encuentran muchas de las personas emprendedoras o la orientación de unas ayudas europeas que no siempre favorecen a quien más lo necesita. En este escenario el relevo generacional es una heroicidad de quienes dan el paso y consiguen alimentarnos.

Aunque llevamos décadas escuchando que el envejecimiento del campo es un problema de órdago a mayor, también es cierto que en los últimos años la realidad supera las estadísticas. Cada vez menos personas y máquinas más grandes en los horizontes agrarios llevan, tanto al sector como a las instituciones, a plantearse nuevas maneras de apoyar a las personas que quieren producir alimentos y vivir dignamente del campo. En este escenario, una de las constataciones más recientes es que no pueden ser iguales las herramientas para el relevo familiar agrario que para las personas que se incorporan de nuevo al sector sin vinculo previo.

Tradicionalmente los oficios se traspasaban en el seno de la familia, el capital social, cultural y económico acumulado favorecía que las nuevas generaciones continuaran el legado familiar. En el caso agrario, los motivos todavía son más evidentes, ya que se diferencia con el resto de sectores por un tema fundamental que es el acceso a la tierra. Aun así, está realidad coincide con unas aspiraciones de la juventud que no tienen por qué estar alineadas con el sector primario. Las personas jóvenes que nacen en una familia agraria quieren dedicar su tiempo a otras profesiones, rompiéndose así el flujo de personas que se dedican al campo. Este hecho se constata en las cada vez menos incorporaciones de relevo agrario familiar.

Por otra parte, existe una nueva generación de personas jóvenes, y no tan jóvenes, sin orígenes agrarios, que está deseando acceder al sector, aunque su origen familiar no tenga raíces en el campo. Muchas de ellas por la vocación de trabajar al aire libre y estar al mando de una empresa en el mundo rural, muchas otras por una convicción de que producir alimentos de proximidad y ecológicos es un acto de compromiso social imprescindible, y otras por un arraigo ancestral que les empuja a arrancar con una carrera agraria. Estos nuevos agentes agrarios tienen unas necesidades y, por ende, unas barreras muy diferentes al relevo tradicional, ya que su punto de partida es totalmente dispar al de quien ha bebido de la familia la inspiración y los recursos agrarios. Aun así, es un perfil que aumenta y que cada vez tiene más presencia en el sector agrario local.

Independientemente del origen agrario, las personas que se incorporar requieren toda una serie de herramientas para que su camino de incorporación sea lo más llevadero posible. Actualmente existen líneas de apoyo en el marco de los Programas de Desarrollo Rural, ayuda que tradicionalmente han acompañado los procesos de incorporación, pero que se constata que es insuficiente para fomentar un relevo agrario efectivo que mantenga el tejido agroalimentario que suministre los sistemas alimentarios locales. Es por este motivo que, en los últimos años, surgen nuevas herramientas de apoyo y dinamización, con el objetivo de complementar los instrumentos que ya existen.

Buena parte de los mecanismos de apoyo innovadores que se están planteando, sobre todo desde las entidades más locales como ayuntamientos, grupos de acción local o agencias de desarrollo, están dirigidos a los emergentes modelos agrosociales donde la escala local, el medio ambiente, la diversidad, la innovación o la cooperación, son elementos esenciales. En estas empresas agrarias la venta directa, la producción ecológica o la elaboración de producto final son los rasgos que caracterizan la propuesta de valor de las nuevas generaciones agrarias. Tanto si las personas emprendedoras son de perfil agrario tradicional, como si son nuevas en el sector, lo que caracteriza al nuevo flujo de relevo generacional es una mirada cada vez más agrosocial. Está es la esencia de los emergentes procesos de recampesinización que se están dando en toda Europa. Propuesta de futuro basadas en el sentido común, en el capital social local y en toda una serie de valores que, con un horizonte de soberanía alimentaria, van floreciendo en diferentes y múltiples espacios.

Son necesarias más manos trabajando la tierra y son necesarias más cestas de la compra con compromiso social. Comer es una acción directa de política agraria y cada vez que manifestamos nuestro gesto de bolsillo, estamos apostando por un determinado sistema alimentario. Si queremos que el relevo generacional agrario sea una realidad en nuestro territorio, es imprescindible comer lo que el agro produce de manera sostenible, vende en circuitos de proximidad y pone en valor gracias a la apuesta agrosocial que lo caracteriza. Si queremos un mundo rural vivo, nos lo tenemos que comer.

Neus Monllor, consultora agrosocial y doctora en geografía y medio ambiente.

Categorized | Dossier, Política

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