Galde 39, negua 2023 invierno. Koldo Unceta.-
Una de las cuestiones más señaladas a la hora de interpretar las dificultades para elaborar un pensamiento crítico capaz de hacer frente a la crisis en la que vivimos es la referida a la simplificación o parcelación de los discursos, lo que José Manuel Naredo ha denominado pensamiento parcelario, y que Daniel Innerarity enmarca en los procesos de diferenciación social.
En el campo de la economía, el proceso de simplificación paulatina del discurso, el proceso de diferenciación o de parcelación, viene de atrás, y tiene dos importantes hitos que han marcado su evolución a lo largo de la historia. El primero de ellos tiene que ver con la emancipación del pensamiento económico respecto de consideraciones morales. El segundo se refiere a su separación respecto de las cuestiones ambientales y los límites físicos en los que objetivamente se desenvuelve la actividad económica. Ambas cuestiones están en la base de lo que Albert Hirschman denominó “la incapacidad de la ciencia social contemporánea para arrojar luz sobre las consecuencias políticas del crecimiento económico y en los a menudo calamitosos correlatos del mismo”.
Comencemos por la emancipación del pensamiento económico respecto a cuestiones morales. Es de sobra conocido que el pensamiento cristiano medieval sobre los asuntos económicos, representado habitualmente en la herencia de San Agustín, venía a considerar el ansia de dinero y las posesiones como una de las tres principales fuentes de pecado. Ello a pesar de que, paradójicamente, coincidía en buena medida con la práctica generalizada de los poderosos de la época, que basaban su dominio precisamente en la expropiación de los sectores más pobres de la sociedad, pese al principio de igualdad entre los seres humanos defendido por el cristianismo.
En línea con esa moral dominante, puede encontrarse también el pensamiento posterior de Santo Tomás de Aquino y sus disquisiciones sobre el precio justo de las cosas, considerado como una referencia inexcusable para no incurrir en el fraude que supondría la venta de algo por un precio superior a dicho precio justo. Y también en ese mismo contexto debe situarse la proscripción del cobro de intereses, considerada por aquel entonces una práctica a todas luces inmoral.
Todas estas prescripciones -y restricciones-, unidas a la existencia de un poder absolutista que controlaba gran parte de la actividad económica, actuaron durante un largo período de la historia como un freno para el incremento de las actividades mercantiles y para el crecimiento de la producción. En ese contexto, durante varios siglos el pensamiento económico -si así pudiera denominarse- estuvo claramente mediatizado por consideraciones de tipo moral.
Durante el largo período de ocaso del predominio escolástico, distintos pensadores se ocuparon de los efectos sociales del comportamiento motivado por el interés o por las pasiones, y ello hasta que La Riqueza de las Naciones viniera a poner fin a tales especulaciones. En efecto, como señalaría el propio Hirschman, el principal impacto de la obra de Adam Smith fue precisamente el establecimiento de una justificación económica para la libre persecución del interés propio individual.Pero, como apunta Naredo, la separación de lo económico respecto de las reglas de la moral tradicional solo pudo acometerse elevando a una categoría moral el afán de acrecentar riquezas.
La segunda gran barrera que el pensamiento económico rompió en su proceso de diferenciación y de especialización fue la relativa a las cuestiones medioambientales. En efecto, durante siglos la actividad económica había estado en buena medida constreñida por las limitaciones derivadas del medio físico en el que se desarrollaba. Sin embargo, bastó el fuerte impulso dado a la innovación tecnológica en los inicios de la industrialización para cambiar las cosas y generar la ilusión de que el desarrollo tecnológico podía dominar la naturaleza y la economía podía funcionar como un sistema al margen de la misma.
Con anterioridad a este paso en falso, las doctrinas defendidas por los fisiócratas planteaban la necesidad de una noción de equilibrio en el sistema económico, concebido como sistema abierto, según el cual la reproducción de la riqueza debía estar en relación con los resultados físicos producidos. Ahora bien, citando de nuevo a Naredo, con el advenimiento del pensamiento clásico y las obras de sus más conspicuos representantes, como Smith, Ricardo, Say o Malthus, se rompió el cordón umbilical que unía inicialmente la noción de producción al mundo físico, ruptura a la que también contribuiría Marx a pesar de su declarado materialismo.
De esta manera, la emancipación del pensamiento económico dominante respecto de las cuestiones morales, primero, y respecto de las cuestiones medioambientales, después, permitió la emergencia de un cuerpo de ideas que se creyó capaz de avanzar por sí mismo y evolucionar al margen de otras ciencias. Libres de restricciones morales o ecológicas, el crecimiento económico y la acumulación de riquezas materiales se constituyeron en piedra angular del edificio económico.
En el caso de la economía, los procesos de diferenciación (el logro de su autonomía respecto a otras disciplinas y frente a condicionantes sociales o físicos) ha podido facilitar el incremento exponencial de la capacidad productiva, pero no debe olvidarse que ello se ha logrado precisamente contra la esencia de lo que originalmente significó la economía concebida en términos aristotélicos como el “buen gobierno de la casa” y no tanto como el logro de una mayor producción por sí misma. En nuestro campo, sólo si alteramos los fines de la economía podemos aceptar la tesis de la diferenciación o la parcelación como algo positivo. Sólo si aceptamos la primacía del crecimiento económico en sí mismo, podemos dar como buena la emancipación del pensamiento económico respecto a las leyes de la física o respecto de las necesidades sociales. Pero, como bien hemos podido observar, esa entronización del crecimiento económico por sí mismo no ha hecho sino generar la emergencia de un cada vez mayor número de problemas sociales y ecológicos que, a día de hoy, han desembocado en una situación de crisis e incertidumbre como nunca antes se había conocido.
Por otra parte, ese proceso de diferenciación ha venido de la mano de una acelerada mercantilización de las relaciones sociales y de las relaciones entre las personas y la naturaleza. Mientras hubo esferas preservadas del mercado existieron espacios protegidos frente a su avance depredador. En la medida en que aquellas han ido desapareciendo, la mercantilización de todos los órdenes de la vida se ha desarrollado sin impedimentos generando inestabilidad e incertidumbre a su paso, con graves consecuencias en términos sociales y medioambientales.El tránsito de una economía con mercados a una economía de mercado ha facilitado que lo que constituye una de las formas de interrelación social se haya convertido en la norma central de funcionamiento, alterando el necesario equilibrio en ambos planos, el social y el ecológico.
Por otra parte, esta forma de ver las cosas ha forjado una visión de la economía como sistema cerrado, que en nada se corresponde con la realidad. Frente a esa idea de lo económico como un sistema cerrado y autocontenido, diversas corrientes de la economía critica entienden la economía como un sistema abierto, que opera en estrecha relación con los ecosistemas y con el resto de sistemas con los que evoluciona. Sin embargo, dicha percepción de la economía como sistema cerrado es la que se encuentra instalada en el pensamiento económico dominante y la que sustenta el fetiche del crecimiento, la idea de que la producción puede y debe crecer de forma ilimitada, al margen de otras consideraciones, sean éstas de índole moral o ecológica. Todo lo más que se aceptan son pequeñas correcciones en forma de compensaciones sociales o de valoración de externalidades medioambientales a través, eso sí, del sistema de precios, es decir, dentro de los límites de la economía como sistema cerrado.
En este contexto, la actual crisis civilizatoria en la que nos encontramos tiene en el campo de la economía uno de sus principales motores, como consecuencia de una práctica que genera constantes desequilibrios y disfunciones. El problema es que las posibles vías de solución a tales desequilibrios pasarían por una profunda reconsideración de las bases sobre las que descansa el pensamiento económico dominante. Una reconsideración que obliga a revisar los fundamentos de una disciplina, como la económica, que necesita imperiosamente su interrelación con otras disciplinas para aportar un pensamiento crítico alternativo. Mientras eso no suceda, la actual hegemonía del pensamiento económico que domina seguirá constituyendo una fuente permanente de reduccionismo y simplificación de la realidad que no sólo no ayudará, sino que continuará perjudicando la emergencia de alternativas.
La crisis en la que vivimos es el último eslabón de una secuencia iniciada hace varios siglos y que responde a procesos históricos multifacéticos, en línea con lo que ya apuntara Polanyi hace varias décadas. Nos encontramos frente a una crisis global, que es a la vez económica, social, ecológica y política, frente a la que hace falta un esfuerzo interdisciplinar tanto en su diagnóstico como en el plano de las alternativas. Sin él, cualquier intento de comprender la realidad en la que nos movemos está condenado al fracaso.
____________________________________
Hirschman, Albert O.: “Las pasiones y los intereses”. Ed. Península. Barcelona, 1999
Naredo, J. Manuel: “La economía en evolución”. Ed Siglo XXI. Madrid, 1987
Polanyi, Karl: “La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo”. Fondo de Cultura Económica. México, 1992.
Unceta, Koldo: “Problemas y desafíos de la economía mundial. La amenaza de una mercantilización descontrolada”, en P.J. Gomez: “La economía Mundial. Enfoques críticos”. FuhemEcosocial-La Catarata. Madrid, 2017.