Galde 27, negua/2020/invierno. Alberto Surio.-
El futuro gobierno PSOE-Unidas Podemos radicaliza a la derecha española, que recupera la retórica incendiaria de los enemigos del Frente Popular en la Segunda República
Las izquierdas se juegan su futuro en este envite, que ha sido fruto de la necesidad.
Cuando el director de gabinete de Pedro Sánchez, Iván Redondo, llamó en la mañana del 11 de noviembre a Pablo Gentili, asesor de Pablo Iglesias, era consciente de las tormentas que se avecinaban. El líder del PSOE se mostraba dispuesto a un gobierno de coalición bajo un preacuerdo que zanjara cuando antes la precariedad y la interinidad políticas en las que se sumía España en los últimos meses. La rapidez, el secretismo y hasta la nocturnidad con las que se pretendía consumar la operación pretendía evitar el juego de las presiones de todo tipo que comenzaban a vislumbrarse. Gentili, un argentino ligado al peronismo de izquierdas fichado por Iglesias, sabe perfectamente cómo en Latinoamérica los gobiernos progresistas han sufrido a veces descarnados marcajes externos que los han terminado por desestabilizar. La rapidez es fundamental para atajar a tiempo algunos problemas. Siempre ha pensado que la llegada de Unidas Podemos plantea un desafío de una envergadura histórica, «salvando las distancias, similar al papel que desempeñó el Partido de los Trabajadores de Lula da Silva en Brasil», ha admitido recientemente el propio Gentili.
El juego en el tablero diseñado desde julio en Moncloa se había desbaratado por completo en un error estratégico de libro. En buena medida por la propia e inesperada injerencia de la sentencia del procés catalán, que, tras sus abultadas condenas, provocó serios incidentes en Cataluña y una nueva inflamación del nacionalismo ultranacionalista español que representa Vox. Los estrategas de Sánchez había preparado en julio un escenario sensiblemente diferente. Su convicción, a tenor de las encuestas que ya manejaban, era que la línea derechista de Ciudadanos iba a provocar un verdadero terremoto y que parte de ese electorado centrista y liberal, desencantado con Albert Rivera y su empecinamiento en no colaborar con Sánchez, podría acabar viniendo a las aguas del Partido Socialista.
La teoría de estos analistas se completaba con cierta intuición de que la formación liderada por Iñigo Errejon podría pegar un bocado considerable a las expectativas de voto de Unidas Podemos, de manera que debilitara a Pablo Iglesias y le forzara a negociar a la baja un acuerdo era la investidura de Sánchez.
Pero, aunque Unidas Podemos ha retrocedido posiciones, el fiasco electoral de Errejón ha sido considerable y la formación de Iglesias sigue siendo necesaria para gestionar la legislatura frente a una suma del centro-derecha que sigue sin tener la mayoría absoluta aunque haya recuperado posiciones. Este bloque puede aspirar a querer marcar la agenda política y deslizarse por un tono de deslegitimación democrática del adversario, en este caso, del nuevo Gobierno de izquierdas. Cuando Cayetana Álvarez de Toledo, la polémica y flamante portavoz parlamentaria del PP, califica al futuro gabinete de Sánchez -que todavía ni siquiera ha nacido- como el ‘Gobierno de la sedición’ parece claro que ha adoptado ya una línea de actuación que no tiene marcha atrás y que augura una legislatura de altísimo voltaje y algunas resonancias bien inquietantes en la historia contemporánea de España. Un discurso de frontalidad radical que se complementa con el de Pablo Casado, que ha desoído todos los consejos que desde sectores políticos y económicos le animan a que lleve a cabo una ‘abstención patriótica’ para evitar la dependencia del Gobierno de Sánchez del independentismo catalán y ha optado por las ‘esencias’ de FAES con el convencimiento de que un giro al centro le deja la bandera de la derecha sociológica dura a Vox. En esta batalla de la derecha, el centro ha muerto.
Taponar los desmarques
Pero la rapidez de Sánchez tenía que ver también con un premeditado intento de abortar cualquier movimiento crítico contra su liderazgo después de unos resultados decepcionantes: tres escaños menos que en abril (120 frente a 123) y un margen de maniobra que sigue condicionado por ERC, que era precisamente el objetivo que se había planteado evitar con la repetición de los comicios. El fiasco estaba servido en bandeja y las primeras críticas en la Ejecutiva Federal -planteadas en un tono muy comedido- a la línea discursiva de la campaña, sin nervio ideológico derecha-izquierda, afloraban a la superficie y presagiaban un debate intenso. Antes de que el asunto fuera a mayores en el Comité Federal, Sánchez da un desconcertante golpe de timón a la izquierda que sorprende, incluso, a algunos de sus más estrechos colaboradores, que aún se preguntan por qué no quiso someterse a un nuevo proceso de investidura en septiembre si ya le llegaban algunas encuestas en las que se advertía de la ruleta rusa que suponía repetir los comicios.
En todo caso, el precacuerdo progresista -que está prácticamente ultimado- está a la espera de la luz verde, mediante la abstención de Esquerra Republicana de Catalunya. Una decisión que probablemente madurará en enero si al final se llega a un acuerdo para ‘encauzar’ el «conflicto político de Cataluña» mediante una mesa de diálogo y que permitirá el primer gobierno de coalición de la democracia española después de la Constitución de 1978 y la primera alianza moderna en la izquierda después del Gobierno del Frente Popular en 1936 y de las sucesivas coaliciones entre socialistas, comunistas, anarquistas y republicanos durante la Guerra Civil.
El experimento de izquierdas es fruto de la necesidad, claro está. El ‘PSOE profundo’ mantiene un recelo atávico a cualquier colaboración con una fuerza política a su izquierda y en Unidas Podemos la apuesta por fiar toda apuesta a una alianza de gobierno también suscita algunas dudas internas. A Sánchez e Iglesias no les queda más remedio que llevar a a cabo este ensayo si no quieren que esta oportunidad histórica se frustre. Cualquier otra alternativa aparejaría riesgos mayores. Por ejemplo, un Gobierno de Sánchez en minoría -posibilitado por la abstención de Ciudadanos o por la del PP- apenas podría tener recorrido a lo largo de la legislatura. Y una repetición por tercera vez de las elecciones supondrá semejante catástrofe que sería sobre todo capitalizada por la extrema derecha antisistema. Un aroma alarmante a Weimar que aconseja al PSOE en este momento a atarse los machos y aguantar el temporal.
Es por eso que a estas alturas Sánchez e Iglesias parecen dispuestos a ensayar un proyecto estratégico un tanto inédito en Europa. No sería similar a la via portuguesa, donde los socialistas han gobernado hasta ahora en solitario, a pesar de su minoría parlamentaria, con el apoyo externo del ortodoxo Partido Comunista Portugués y del Bloco de Esquerda, aunque tras las últimas elecciones de octubre esta colaboración no ha cristalizado aún en un acuerdo escrito.
Socialdemocracia de izquierdas
El giro a la izquierda de Sánchez recupera el espíritu que esgrimió durante las primarias que ganó en su partido y en las que se disputó el poder frente al establishment de la vieja guardia del PSOE. Algunos de los teóricos del sanchismo -como Manuel Escudero, actual embajador ante la OCDE y miembro de la Ejecutiva Federal o José Félix Tezanos, director del CIS- siempre han defendido la recuperación de un proyecto socialdemócrata netamente ubicado a la izquierda alejado de las veleidades liberales de la tercera vía de Blair, a la que atribuyen el origen de la crisis existencial del centro-izquierda europeo, en un momento de fuerte descomposición de las clases medias. Su diagnóstico es que el desdibujamiento de las señas de identidad de la socialdemocracia europea es una de las razones, no la única, de la perdida de ese espacio electoral. En este contexto en el PSOE se sigue con sumo interés el proceso abierto entre los socialdemócratas alemanes, que han elegido una nueva dirección más cercana al ala izquierda del partido.Un fenómeno similar ocurre en Finlandia tras el relevo del primer ministro por una de las representantes del ala más progresista de la formación de centro-izquierda que gobierna el país nórdico.
El PSOE, no obstante, la apuesta por la coalición no suscita entusiasmo aunque se mantiene cierta expectación por el aterrizaje de Unidas Podemos en la cultura del poder institucional. En primer lugar porque se parte de la convicción de que las diferencias entre un partido socialdemócrata de raíz profundamente institucional como el PSOE y una formación nacida hace pocos años de los movimientos sociales son profundas y van a provocar evidente fricciones a la hora de poner en marcha un programa de gobierno. Sobre todo si el nuevo Ejecutivo quiere jugar la carta de enviar señales de tranquilidad y moderación tanto a las instituciones europeas como a los estamentos económicos. Uno de los mensajes más directos acordados entre Sánchez e Iglesias es desactivar con una apuesta por la moderación el discurso extremista y sobreactuado que ya prepara la derecha para calentar el ambiente. Un lenguaje que recupera las esencias de la ‘Antiespaña’ que utilizaba la derecha republicana en vísperas de la Guerra Civil en contra del Frente Popular. Una dialéctica que recupera los trazos machadianos de las dos Españas. La peor tradición cainita que muestra, a las claras, la alargada sombra de Vox.