Galde 43, Negua 2024 Invierno. Alberto Surio.-
La renovación generacional de candidatos abre un ciclo nuevo en la política vasca que puede desembocar dentro de cuatro años con un modelo diferente de alianzas
La política vasconavarra ha entrado en un proceso de cambio histórico que sorprende por su rapidez y que viene marcado sobre todo por la llegada de un tiempo nuevo y de un trasfondo de relevo generacional. Las próximas elecciones autonómicas vascas -que se van a adelantar previsiblemente al primer domingo después de la Semana Santa- serán un primer test revelador de ese cambio de paradigma que se ha ido operando en los últimos años, acelerado por el fin de ETA y la implicación de la izquierda abertzale histórica en el juego político democrático.
Los comicios, de entrada, van a visualizar un duelo sin precedentes por la hegemonía entre el PNV y EH Bildu. Los jeltzales, por primera vez, se presentan a las elecciones sin la seguridad que han tenido en otras ocasiones. El mito clásico de la ‘buena gestión’ ha entrado en crisis, tienen serios problemas de conexión con las nuevas generaciones y la marca sufre un problema de desgaste. En ese contexto, la dirección del PNV ha emprendido una renovación de sus referentes que ha comenzado con el cambio de cartel a lehendakari, después de doce años de mandato y tres legislaturas. Iñigo Urkullu, que simboliza la imagen de moderación y centralidad, será relevado por Imanol Pradales, diputado foral de Infraestructuras de Bizkaia. Pradales es un hombre ligado a los ‘think tank’ del PNV hace tiempo, bien conectado con el establishment económico, profesor de Deusto y doctor en Sociología y Ciencias Políticas. El PNV destaca su experiencia en la gestión, su preparación técnica y que representa a esa generación entre 40 y 50 años que ahora asume responsabilidades.
El reto que adquiere es precisamente levantar al PNV y convertirse en un revulsivo electoral después de dos reveses en las elecciones municipales y en las generales de este año, que han debilitado a este partido y han evidenciado la desafección de una parte de su electorado tradicional que en gran medida se ha ido a la abstención. El aspirante jeltzale tiene que ofrecer un discurso atractivo para frenar el empuje de EH Bildu, que, a su vez, ha buscado un cartel novedoso, como el de Pello Otxandiano, el director de Programa de la coalición y estratega de la nueva EH Bildu, convertido en su interlocutor con el mundo empresarial vasco. Doctor en Ingeniería de Telecomunicaciones, Otxandiano representa a un perfil de preparación tècnica, bagaje ideológico y cambio generacional. La izquierda independentista pretende aprovechar la ola de cambio social que cree que está en marcha para ampliar su base electoral, atraer el voto de izquierdas de nuevo cuño y cortejar a los electores de Elkarrekin Podemos, cuyo proceso de desfondamiento para que tiene difícil vuelta atrás. El divorcio entre Sumar y Podemos tendrá también consecuencias en la articulación de un posible espacio electoral en Euskadi ante las autonómicas.
Lucha por la hegemonía
Esta lucha por la hegemonía entre el PNV y EH Bildu no se va a librar en el terreno de la cuestión nacional, paradójicamente, aunque es posible que ambos partidos se envuelvan en la bandera del autogobierno y de la necesidad de fortalecer la soberanía. Los cambios sociales explican también cómo se está fraguando una cierta mutación en determinados planteamientos. El independentismo de izquierdas está cada vez más abrazado al perfil de las causas sociales con los que amplía su nicho a sectores que no vienen estrictamente de la tradición independentista.Y el PNV es consciente de que una parte de sus electores se mueven en una identidad en la que hacen compatible su sentimiento vasquista con su pertenencia a España. El apoyo a la independencia en este momento se encuentra bajo mínimos en Euskadi, aunque a la vez es compatible con un respaldo mayoritario a la posibilidad de una consulta sobre el derecho a decidir. Esa es la gran paradoja. En este momento, los socios nacionalistas de Pedro Sánchez, sin renunciar a la bandera del referéndum, anteponen como prioridad el reconocimiento de la diversidad plurinacional del Estado.
En este escenario, PNV y EH Bildu van a librar una pugna centrada en la solvencia en la gestión. La izquierda independentista sacará a colación los elementos que considera más vulnerables de sus rivales: la labor en Osakidetza y los conflictos en Educación, mientras los jeltzales intentarán poner en evidencia la ‘inmadurez’ de la izquierda abertzale a la hora de asumir responsabilidades de gestión. Su estrategia pasa por demostrar que los datos de empleo, crecimiento económico y pobreza en Euskadi son sensiblemente mejores a los de la media española, más cercanos a la europea y, por tanto, que la conflictividad laboral alentada desde una parte de la oposición sindical y política, responde a una táctica de desgaste y no obedece a una pulsión real de cambio.
Uno de los flancos vulnerables de EH Bildu es la presión que puede ejercer el factor GKS, enmarcado en Mugimendu Sozialista, con un discurso de dureza retórica anticapitalista, fuertemente ideologizado y que se integra en las corrientes de una nueva izquierda revolucionaria europea. Es un mundo que ha puesto en marcha la articulación de una organización comunista unificada. pero sería prematuro pensar que esta estructura se dispone ya a dar en salto para presentarse en las autonómicas. Otra consideración es hasta qué punto este espacio comunista ortodoxo, con un activismo notable en el plano juvenil, puede condicionar a EH Bildu desde su flanco más contestatario, que puede sentirse crítico con la deriva institucional y reformista de la izquierda abertzale.
Los socialistas, con Eneko Andueza de candidato, jugarán la carta de «la izquierda útil» y posibilista. Tienen a favor la inercia de Pedro Sánchez, cuyo papel al frente del Gobierno de coalición PSOE-Sumar, les permite cierto relato en este momento de polarización frontal con todo el universo de derecha PP-Vox. El ‘asedio’ a Sánchez fortalece su protagonismo y eso puede a su vez ser capitalizado por el PSE, consciente de que su verdadera fuerza radica en la marca PSOE, que moviliza a un electorado en las generales que trasciende a su nicho sociológico convencional y que responde también una sociedad cada vez más líquida y con menos compartimentos estancos, incluso en el comportamiento electoral.
Pero la verdadera fuerza de Andueza, que tiene que hacerse un espacio en ese tablero de polarización entre el PNV y EH Bildu, es que puede tener la llave del futuro sistema de alianzas. No tanto para la próxima legislatura, en la que la entente PNV-PSE tiene serias posibilidades de seguir adelante. El pacto educativo que ha unido a jeltzales y socialistas es un botón de muestra revelador de que a esta alianza le queda todavía gasolina estratégica. La verdadera razón de fondo sigue siendo que en el mapa geopolítico de Sánchez el PNV sigue siendo una pieza imprescindible y que cualquier movimiento hostil contra la formación liderada por Andoni Ortuzar podría llevarle a dejar de apoyar al presidente del Gobierno en Madrid y precipitar un abrupto final de legislatura.
La moción de Pamplona
No obstante, una cosa es lo que pase el 2024 y otra es lo que pueda llegar a ocurrir en la siguiente cita, en 2028, en donde la posibilidad de una entente de izquierdas podría estar bastante más madura. El inédito escenario del Ayuntamiento de Pamplona, en donde el Partido Socialista va a apoyar la elección de un alcalde de EH Bildu que desplace a UPN en una moción de censura, constituye un movimiento revelador de esa profunda mutación social y política que parecía impensable hace poco tiempo.
El desafío del PP, con su candidato Javier de Andrés, será recuperar ese espacio de centroderecha que históricamente fue al PNV como voto refugio o dique de contención ante el clásico rupturismo abertzale. El centroderecha vasco aprovechará el tirón que le pueda proporcionar Alberto Núñez Feijóo para ampliar su espacio en el País vasco. Tienen que combatir con una imagen de complicidad con Vox que les resulta muy perjudicial en términos de imagen en el Pais Vasco y superar la imagen de estar situados en cierto corner político. En definitiva, se trata de que en el paisaje postviolencia, las señas de identidad del centroderecha no nacionalista vuelvan a redefinirse y a conectar con un espacio social natural que ha tenido a lo largo de la historia a pesar de que la violencia llevó a ese mundo durante años a las catacumbas de la resistencia.