La negociación para la investidura de Pedro Sánchez hace tambalear algunos complejos de la Transición y reactiva una brecha generacional en las élites políticas
Galde 42, Udazkena 2023 Otoño. Alberto Surio.-
Las elecciones del 23 de julio han evitado la llegada del eje PP-Vox al Gobierno gracias a la clara movilización de la periferia, en especial en Euskadi, Navarra y Cataluña y a una activación del voto progresista en el conjunto del Estado.
Los números son los que son. Alberto Núñez Feijóo no tiene ningún margen de maniobra para ser elegido presidente y la verdadera clave del otoño que viene es hasta qué punto Pedro Sánchez es capaz de hilvanar una mayoría alternativa plurinacional en la que la alianza entre el PSOE y Sumar consiga el apoyo de todos los grupos nacionalistas e independentistas: ERC, Junts, EH Bildu, PNV y BNG. Los soberanistas tienen la llave maestra de la gobernabilidad pero la situación de incertidumbre deja aún numerosas incógnitas sin respuesta. Si la sociedad es líquida, la política en este caso es gaseosa.
Las condiciones fijadas por Carles Puigdemont para respaldar a Sánchez y evitar unas nuevas elecciones en enero han abierto la caja de Pandora. La exigencia de una ley de amnistía como una condición previa a la apertura de la negociación introduce una gran carga de presión en el PSOE: al margen de la contestación de algunos históricos, existen recelos a que se asuma una ley ‘adhoc’ a las necesidades del secesionismo catalán -y en concreto a la salida procesal del expresident de la Generalitat- y no tanto al ‘interés general’.
El Partido Socialista busca una propuesta que evite precisamente el término ‘amnistía’ y que propicie un pacto histórico para cerrar la herida catalana y que no se plantee como una concesión a cambio del respaldo de la investidura. El problema es que aún no ha elaborado un relato sólido sobre la conveniencia de arreglar el conflicto catalán, después de que la estrategia de Sánchez en los últimos años ha conseguido debilitar y dividir al independentismo. Es decir, sería necesária una sólida exposición de motivos que contribuya a hacer pedagogía sobre las asignaturas pendientes que tiene la plena normalización de Cataluña.
Dilema complejo
Los socialistas afrontan un dilema complejo porque Puigdemont es rehén de sus propias contradicciones y de sus palabras. El quiere su plena rehabilitación política y personal, consciente de que el establishment mediático y político español ha construido una imagen de ‘villano’ de difícil superación. Y la madre del cordero es que sigue sin renunciar a la vía unilateral para defender su estrategia en el procés soberanista. La cuestión es que si Junts no asume un compromiso con el respeto al principio de legalidad, el margen de maniobra de Sánchez se puede reducir de forma considerable. El PSOE quiere replicar a este escenario con un argumentario. Eso sí, para que los soberanistas no lo vuelvan a hacer, tienen que ser cada vez más débiles socialmente, y asumir que su ruptura con España supondría la ruptura con la Unión Europea. «Si tú te vas de España te vas de Europa», dice el presidente de la Fundación Alternativa, Nicolás Sartorius. Y, al mismo tiempo, dejar claro que una vuelta del procés unilateral activaría de nuevo la respuesta judicial del Estado. Es decir, volvería a activarse la maquinaria que supuso la aplicación del artículo 155 de la Constitución.
Este es el estado de la cuestión, con el ‘elefante’ en el centro de la habitación, y una absoluta necesidad de elaborar una narrativa para contrarrestar el discurso del sector más integrista del independentismo y la retórica tremendista de la derecha, que busca a toda costa el estrangulamiento de la investidura y una repetición de las elecciones en enero, con un riesgo claro de que los comicios los gane el PP junto a Vox y deje a la izquierda fuera del poder una larga temporada.
La otra gran manzana de la discordia es la cuestión territorial. Los nacionalistas creen que Sánchez debe hacer de la necesidad virtud y abrir un debate sobre la plurinacionalidad del Estado, que ofrezca una transformación drástica del modelo autonómico, que consideran agotado. Cualquier cambio en la estructura que suponga una mutación de la Constitución exigiría una mayoría cualificada y el concurso del PP, lo que resulta inviable a todas luces en la actual coyuntura.
En ese contexto se encuadra la propuesta del lehendakari Iñigo Urkullu para abrir un debate sobre la realidad plurinacional del Estado que permita una reinterpretación de la Constitución, sin modificarla, en clave confederal y, a su vez, blinde el autogobierno de las nacionalidades históricas a partir de la percha que supone la Disposición Adicional Primera de la Carta Magna, que reconoce y actualiza los derechos históricos de los territorios forales. El plan no tiene visos de prosperar, por la ausencia de una correlación de fuerzas favorable, pero abre el espinoso debate del melón territorial y le permite a Sánchez una pista de aterrizaje para abordar el asunto.
Incluso, la propia EH Bildu asume en privado la necesidad de buscar empatías y alejarse del lenguaje de los órdagos y los desafíos. Un principio que, paradójicamente, contrasta con el radicalismo retórico que aún mediatiza el discurso público de ERC, con quienes tiene un acuerdo estratégico de coalición. Si una lección ha extraído la izquierda independentista vasca es que determinado código de sobreactuación da bazas a los adversarios de Sánchez y que es bastante más útil y eficaz la labor de cocina política discreta, alejada de los focos y de la trituradora de las redes sociales y que puede ser compatible con un marco de exigencia pública para que las piezas se muevan en el tablero. Un dirigente abertzale se muestra irónico a este respecto. «Si Twiter hubiera existido en 1918, no hubiera sido posible la Revolución Rusa porque los mismos revolucionarios se hubieran devorado entre ellos»
El pacto territorial
No obstante, el PSOE no va a entrar en una discusión de fondo del modelo territorial más allá de su relato conocido por el federalismo y la actualización del sistema autonómico sobre la base de la lealtad y la cooperación. Podrá ir, como muy lejos, al terreno de los gestos de sesgo plurinacional y plurilingüístico, como el reconocimiento de la cooficialidad del euskera, del gallego y del catalán en el Congreso y en las instituciones europeas. Los pasos en este sentido adquieren una gran importancia simbólica y cultural. La contestación de algunos gobiernos conservadores europeos -Suecia, por ejemplo- revela la alargada mano de la derecha española, que ha encontrado el apoyo de exministros de la Transición de todos los colores. La ‘vieja guardia’ se revuelve incómoda.
El bloque que defiende la continuidad de Pedro Sánchez al frente de un Gobierno de coalición progresista tiene poderosos adversarios
En este mismo escenario, la movilización del PP contra la amnistía y la autodeterminación responde de nuevo a una estrategia de dureza frontal para deslegitimar a un eventual Gobierno de Sánchez. Los populares se siguen moviendo en el terreno de la hipérbole y ese tremendismo dialéctico refleja dos almas en el PP: los partidarios de apretar el acelerador y endurecer el tono, en línea con la posición de José María Aznar, que advierte del riesgo de disolución de la nación española y de la Constitución, y los que se muestran más prudentes. En medio de este juego, Feiijóo, dando volantazos después de apostar por hablar con Junts y de asumir la conveniencia de un pacto de Estado que permita el ‘encaje’ de Cataluña en España. Una posición que su partido le enmendó de plano.
En este aspecto, la movilización social convocada por el PP pretende dar cobertura a Feijóo ante su escenario de previsible derrota pero, a la vez, refleja el regreso del nacionalismo español a la palestra. Un nacionalismo que durante tiempo estuvo aletargado pero que la irrupción de Vox ha despertado con estrépito a rebufo del procés independentista. La extrema derecha recurre el ultranacionalismo de forma sistemática y el debate sobre la cuestión nacional española mediatiza por completo la dinámica de bloques que atraviesa la política española desde hace tiempo. Aznar, de hecho, ha marcado el paso con su tono catastrofista sobre la ‘disolución’ de la nación y la Constitución, y marca un baremo que constriñe el margen de maniobra de Feijóo a la hora de dirigir el rumbo de la derecha.
Y es que el nacionalismo español es el otro gran fantasma presente que amenaza la articulación de un Gobierno de coalición PSOE-Sumar. Porque también revela la existencia de una fractura generacional en el seno de un sector de la izquierda española, y a la vez un proceso de renovación del electorado socialista. El voto tradicional de Felipe González empieza a no parecerse al que se ha movilizado en los últimos comicios de julio a favor de Sánchez. Determinados prejuicios sociológicos y culturales que la salida no rupturista de la dictadura dejó casi intactos empiezan a verse desbordados por el principio de realidad y el factor tiempo. Algunos de esos mitos empiezan a tambalearse, sobre todo en las élites políticas.