Galde 39, negua 2023 invierno. Alberto Surio.-
Pedro Sánchez necesita sumar con la plataforma que lidere la vicepresidenta segunda para mantener la mayoría de centroizquierda pero a su vez puede ser un duro rival en el electorado progresista.
El principal escollo para Díaz estriba en la tradición cainita que impera a la izquierda de la socialdemocracia tradicional.
CC OO es el principal resorte orgánico con el que cuenta la ministra de Trabajo, un apoyo necesario pero insuficiente.
El proyecto de la vicepresidenta segunda es sustancialmente diferente a la naturaleza impugnatoria con la que nació Podemos en 2015.
Cuando el que fuera director de gabinete de Pedro Sánchez, Iván Redondo, abandonó el Palacio de la Moncloa en julio de 2021, una de las revelaciones que hizo a los que habían sido sus colaboradores más próximos era augurar un espléndido porvenir político a Yolanda Díaz, la actual vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, sabe perfectamente que la única posibilidad real de continuar en el poder y mantener el Ejecutivo central en una próxima legislatura pasa por sumar una mayoría parlamentaria suficiente con el proyecto ‘transversal’ que lidere Díaz, una plataforma que aún tiene muy imprecisos sus contornos ideológicos, pero que pretende recomponer el espacio a la izquierda del PSOE con una visión más amplia de lo meramente ideológico. No se trata solo de reflotar a la izquierda del PSOE, un espacio sociológico progresista en el que puede ubicarse el electorado histórico de Izquierda Unida y también el movimiento social que se gestó en las calles tras la indignación de 2015, que dio lugar al nacimiento de Podemos como una impugnación del sistema político representativo. Aquella fórmula fue original, reflejó una coyuntura muy determinada de ruptura y fue una expresión social de protesta. Pero se desvaneció con relativa rapidez y Podemos, sin el cuajo organizativo que proporcionan los partidos tradicionales, se ha ido erosionando como una marca política más.
Escollos poderosos
La apuesta de Díaz -bien diferente a aquella expresión ‘impugnatoria’ de 2015- está aún a la espera de culminar un proceso de ‘escucha’ social. Tropieza con escollos poderosos pero, a la vez, encierra una gran potencialidad de futuro. En primer lugar, la derecha liderada por Alberto Núñez Jeijóo ha iniciado un proceso de recomposición que, de entrada, ha fagocitado por completo al espacio de Ciudadanos, nacido teóricamente en el centro, pero que ha fracasado estrepitosamente en su vocación histórica de ejercer de bisagra liberal, al uso de los partidos europeos de su familia ideológica. El centro-derecha, atrincherado en el control conservasdor del Poder judicial -un escándalo sin precedentes en la Europa democrática- y con importantes resortes mediáticos en el universo madrileño, sigue instalada en una estrategia de acoso y derribo de la legislatura que no ha impedido que Sánchez apruebe sus terceros Presupuestos, con los apoyos de la investidura, y afronte la recta final. Todo ello para desesperación de los más agoreros, que no veían más que un horizonte de catástrofe a este primer Ejecutivo desde los tiempos de la Segunda República.
Mientras tanto, Feijóo, absorbido Ciudadanos, intenta ahora desactivar a Vox, que se resiste a perder protagonismo e influencia en el tablero. Pero su problema es que su famoso ‘efecto’ comienza a desgastarse. Aunque la mayoría de las encuestas apuntan a una victoria del PP, algunas de ellas reflejan también una incapacidad de los populares y de Vox a la hora de sumar una mayoría absoluta. La batalla por el poder se presenta correosa y difícil.
El presidente del Gobierno busca, además, desinflamar el conflicto catalán, convencido de que una de las razones de la aparición fulgurante de la ultraderecha de Vox fue la irrupción en el mapa político del nacionalismo español más beligerante como movimiento reactivo a la deriva secesionista. Un nacionalismo español agazapado durante años al cobijo del PP, pero adormecido, que quiso activar Ciudadanos con una imagen de nuevo cuño, pero que encontró en el discurso reaccionario de la formación de Santiago Abascal la mejor plataforma para echar raíces en un caldo de cultivo de descontento social con la globalización, la crisis de la clase media, el miedo, la inmigración, la inseguridad y todos los clásicos fantasmas que acompañan la aparición de opciones populistas radicales. Por si fuera poco, el franquismo sociológico y cultural, no tan residual en España, proporcionaba todo un humus ideológico para que prendiera en determinado sector de la sociedad bajo la coartada de la nostalgia de la dictadura.
División indepe
La bajada de la presión política en Cataluña es una consecuencia también de la división del movimiento independentista, con una fractura entre ERC y el resto de partidos soberanistas, con Junts, en una situación cada vez más incómoda y más dividida internamente. El Gobierno ve con interés la reducción del diapasón secesionista porque siempre ha creído que era una factoría de polarización y choque que retroalimenta a los sectores más radicales.
No obstante, el mayor problema para las izquierdas radica en la tormentosa relación que se vislumbra entre la propia Yolanda Díaz y la actual dirección de Podemos, con Pablo Iglesias fuera de la estructura oficial de mando pero con manejo en la sombra de la estrategia. Podemos busca una coalición con la plataforma de Díaz -Sumar- que le conserve poder de decisión en un futuro. Pero la ministra de Trabajo se mueve en otra onda distinta porque no quiere ‘más de lo mismo’. El problema es que, sin el respaldo expreso de la estructura de los morados, la vicepresidenta segunda tiene aliados demasiado frágiles. Es la paradoja: una dirigente política con un espectacular potencial como candidata, con una imagen muy bien valorada, con apenas voto de rechazo, con un perfil muy transversal entre progresistas y conservadores, con cierto brillo en la periferia, que, sin embargo, choca con la ausencia de sectores orgánicos a la hora de empujar el carro. Yolanda tiene letra pero no tiene música.
A estas alturas, con el conflicto entre Díaz y Podemos abierto en canal, la única expresión organizada que se ha comprometido abiertamente con la causa de Díaz y que sintoniza con su discurso es Comisiones Obreras. ¿El sindicato clave en la defensa de la democracia al comienzo de la Transición es una suficiente palanca para impulsar a Díaz? En el ámbito progresista flota esta pregunta hace semanas. Parece realmente difícil. Porque una cuestión es que una candidata tenga un potente tirón electoral y un carisma claro. Y otra es que para tejer un proyecto serio de medio y largo plazo haya que contar con una mayor estructura territorial que en este momento brilla por su ausencia.
En todo caso, salga como salga la apuesta, lo cierto es que Yolanda Díaz puede arrebatar al PSOE un sector de su propio electorado, en especial en ciertos segmentos urbanos y de las nuevas generaciones. Pedro Sánchez se mueve en esa encrucijada existencial. Que el boquete que le suponga ‘Sumar’ –sobre todo si supera los 50 escaños– se vea compensado por conservar el poder gracias a ese espacio como aliado. La división de la izquierda es un arma letal a la hora de fabricar derrotas progresistas.
Otro de los flancos más vulnerables del Gobierno de coalición es la falta de ‘cocción’ suficiente de determinadas iniciativas. La Ley Trans y la Ley de Vivienda reflejan una división ideológica. que en el primer caso afecta al feminismo histórico, y pone en el escaparate público los desencuentros entre la socialdemocracia tradicional y las opciones surgidas a su izquierda.
Tándem de éxito
Una de las tesis del exdirector de gabinete de Sánchez, Iván Redondo, pasa por verle un gran recorrido a Yolanda Díaz. Algunos van incluso más lejos y creen que si logra afianzarse como número dos del Ejecutivo, apuntalaría sus opciones a ser primero su futura vicepresidenta y, más adelante, incluso ser Presidenta en otra legislatura. Sánchez y Díaz van a formar un tándem en la práctica que visualice una síntesis ideológica en el ámbito de la sensibilidad socialdemócrata de izquierdas, en apariencia más fácil que la negociación entre Unidas Podemos y los socialistas cada vez que hay que enviar una ley al Consejo de Ministros.
Que Yolanda Díaz sea presidenta un día es una hipótesis, para algunos descabellada y para otros entusiasta. La volatilidad de las conductas electorales hace que muchas cosas que parecían imposibles dejen de serlo. Díaz puede ser algún día presidenta, no es ningún delirio, y ello precipitaría un terremoto sin precedentes en el PSOE. La oposición de Más Madrid como alternativa al modelo de Isabel Díaz Ayuso no es anecdótica y puede ser todo un aviso para navegantes.