Simonides, (Galde 09, invierno 2015).
“Para nosotros (los yemenís) esas caricaturas son como si le escupieran a nuestra madre en la boca”. La frase se refiere a las caricaturas de Mahoma publicadas en el Charlie Hebdo. La he leído esta noche pasada en boca de una mujer yemení en un estupendo cómic de Pedro Riera y Nacho Casanova, El coche de Intisar, y me ha recordado un artículo de un cura de Iparralde que leí en el Diario de Noticias uno de los días posteriores al atentado contra el Charlie Hebdo. Decía que nunca jamás había comprado la revista, y añadía: “¿Cómo comprar una revista que se te caga en la boca?”
Hay un momento en el que el cómic sobre Intisar, una mujer alegre, rebelde ante los tabúes y la postración femenina dentro del mundo árabe, me descoloca. Intisar exculpa al islam de que a una amiga suya la quieran casar con un hombre que no conoce y sin tan siquiera consultarle. Por lo visto, Mahoma dijo que hay que consultar a la mujer antes de casarla… “Pero no hacen caso”.
¡Ah! Y ante eso, los inflexibles guardianes del Corán y, según ellos mismos, de la moralidad pública, ¿se hacen los suecos? Para mi está claro que, dijera Mahoma lo que dijera, buena parte de la culpa la tiene la religión. Hay gente docta que sabe, pero yo, un profano en el tema, no se separar muy bien la religión del caldo sociocultural en el que está inserta.
Si creer en dios ayuda a alguien a vivir en paz con los demás y consigo mismo, hablamos de un dios bueno, ya se trate de Dios Padre, Alá o del Dios de los judíos; lo que no puede ser es que se excluyan entre ellos. El monoteísmo no puede ser cosa de Dios. Denota avaricia, envidia, y desprecio a los demás, pecados muy humanos ¿Por qué, si no, decirle a nadie que su dios es falso y el tuyo, sin embargo, es auténtico? Equivale a decirle que él es un mierda y yo no, porque tengo nada menos que al UNICO DIOS AUTÉNTICO detrás mío.
A mis ojos de profano, el islam es una religión asfixiante; se inmiscuye demasiado en la vida diaria de las personas, les exige buena parte de su tiempo y está llena de prohibiciones absurdas. Aunque pueda haber mucha gente que solo siga los preceptos por cubrir las convenciones sociales y pequen en secreto, tiene que ser pesado de llevar. Me parecería normal que en la cultura islámica hubiera, siendo la presión rigorista tan fuerte como parece, algo de chacota y rechifla respecto a tantas prohibiciones; nada maligno, solo por reírse un poco y no asfixiarse… Coger aire es una de las muchas utilidades que tiene el humor.
El artículo del cura de Iparralde era oportuno y valiente. Con los cadáveres de los dibujantes aun calientes y “los medios” vomitando indignación y proclamas a favor de la Libertad de expresión y contra el terrorismo (algunas de ellas muy huecas y otras pronunciadas por asesinos empedernidos), él se atrevió, santamente indignado, a escribir una diatriba contra los blasfemos que tanto disfrutan ofendiendo sus más intimas creencias. Parecía sincero, cosa no muy habitual, y tenía razón en mucho de lo que decía. Desde su punto de vista, claro, porque mi punto de vista, como es natural, no es el mismo. Y el punto de vista es importante dentro del conflicto entre libertad de expresión y censura.
Me acuerdo de otro cura, no tuve el gusto de conocerlo, pero tuve algo que ver con él, o mas bien él conmigo…
Nos vamos a Navarra, estamos en los tiempos del primer gobierno socialista. Un sacerdote lee un cómic y casi le da un soponcio. ¡Blasfemia! Horripilado, escribe una “carta al director” al Diario de Navarra quejándose de que han puesto, en la biblioteca pública del pueblo donde es párroco, dos tiras de cómic con sendas blasfemias bien gordas, compradas por el gobierno socialista.
Una de las blasfemias ilustra esta antigua jota: “ENTRE PUTAS MARICONES Y GENTE DE POCO PELO LE CORTARON LOS COJONES A JESÚS EL NAZARENO”
La otra ilustra una canción de Siniestro Total que había estado de moda uno o dos años antes: “SI YO FUERA PAPA, ROMA SERÍA JUERGA CONTINUA Y PORNOGRAFÍA”.
En el primer caso, el dibujante (un joven yo mismo) no ve contenido blasfemo, no se insulta a Jesucristo sino a los que lo mataron. Se trata, eso sí, de insultos clasistas, sexistas y homófobos. En su momento, el joven dibujante tuvo un detalle: A la “gente de poco pelo” la dibujó calva.
En el segundo caso, el dibujante solo ve una proclama jocosa, una pequeña revancha por los muchos años de mal rollo religioso que le han hecho vivir, a él y a muchos otros. No parece grave, el autor, más que con la iglesia, parece bromear con su propia insignificancia. ¡Si yo fuera papa! Venga, hombre…
Cuando aparece la “carta al director” en el periódico, alguien recoge el eco y denuncia al dibujante ante el fiscal. El periódico le da un poco de bola al tema, a lo mejor había elecciones a la vista…
El partido de la derecha de Navarra (no recuerdo si se trataba de AP, UPN o del PP) presenta… ¡una interpelación parlamentaria! En balde, el gobierno les da la razón, pide disculpas y anuncia que los tebeos blasfemos ya han sido retirados de todas las bibliotecas públicas. Hay ciudadanos católicos que votan socialista y con los votos no se hacen bromas. Afortunadamente para el dibujante, el fiscal no acepta la denuncia. Fin de la comedia. Todos han salido ganando un poco.
Los partidos y el periódico removieron el cotarro, que es lo suyo, utilizando una tontería. El cura cumplió eficazmente su función de guardián de la moral, consiguió que retiraran el cómic de la biblioteca de “su” pueblo y supongo que se iría a dormir “más ancho que largo”. (Así es como se siente uno cuando censura algo, lo digo por experiencia propia).
A mi tampoco me fue mal, las ventas del libro, pequeñas hasta que surgió el escándalo, se dispararon. Por lo visto había un sector del público deseando aliviar presión con un poco de cachondeo.
Aunque este resultado no es infrecuente, porque conviene a todos, puede ocurrir que para el autor la comedia se convierta en drama.
Los contendientes más habituales en la batalla por la libertad de expresión son: El poder, bien sea religioso, civil o militar; la audiencia, las personas y “los medios”
El poder está en contra de la libertad de expresión por su misma naturaleza, el tinglado sobre el que se asienta suele ser tan absurdo y mezquino que no resiste el contraste con la realidad ni aguanta la menor crítica.
La audiencia, o al menos buena parte de ella, está harta; desde siempre, no es cosa nueva. Todo lo que rompa tabúes y cuente las cosas como son es bien recibido.
Las personas, asesinables y encarcelables, son el flanco débil del conflicto. Músicos, actores, escritores, periodistas, fotógrafos, editores, impresores y dibujantes (perdón si me olvido de alguien) son “ajusticiados” a diario (Por cierto, si yo fuera Dios, para compensarle, mandaría al pobre Wolinski al paraíso, a pasar la eternidad con las huríes; la pena de muerte por dibujar tetas es excesiva).
La prensa (“los medios”), es el factor más confuso del problema. ¿Libertad de expresión es lo mismo que libertad de prensa? Parece de cajón que sí, porque no puede haber expresión sin un medio donde ejercerla, pero es que no. Hay una diferencia fundamental: la libertad de expresión afecta a las personas, asesinables y encarcelables, y la libertad de prensa afecta generalmente a sospechosos conglomerados. Son propiedad del gran capital y pueden tener y tienen, según casos, complicidades con el clero, la monarquía, los partidos políticos, la policía, la judicatura, las cámaras de comercio y lo que haga falta; desde la prostitución al chantaje pasando por el narcotráfico. Es habitual que difundan falsedades, silencien cosas ciertas, difamen y emprendan campañas idiotizantes de todo tipo.
Me parece que me estoy pasando… ¿Tendría que censurarme?
No quiero que se me malinterprete, estoy a favor de la libertad de prensa, la considero necesaria. Compro prensa a diario, me entretiene, me informa y me escandaliza. Me escandalizan sus manipulaciones, quiero decir, no los escándalos que cuentan. Vaya, me gusta escandalizarme, debo tener algo de cura.
Simonides (dibujante)