América Latina y la guerra en Ucrania: luces y sombras de los intentos de mediación

 

Galde 44, Udaberria 2024 Primavera. Francisco J. Verdes-Montenegro (UCM)[1]

Transcurridos más de dos años desde la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia, empieza a apreciarse una cierta fatiga entre algunos países que vienen apoyando la legítima defensa ucraniana. Ello se acompaña, además, de un creciente pesimismo con respecto al devenir de una guerra que lleva meses en una fase de estancamiento dado que la contraofensiva ucraniana no ha logrado los resultados esperados sobre el terreno, mientras el foco mediático y las prioridades en algunas capitales ha ido virando hacia la guerra en Gaza. Entre quienes tenían alguna expectativa al respecto, se va reduciendo la confianza en un victoria y es más bien Rusia quien sale reforzada. A la espera de lo que deparen las urnas en las próximas elecciones al Parlamento Europeo y a la presidencia de Estados Unidos, pocos confían ya que puedan producirse cambios sustanciales a corto plazo y existe el riesgo que el conflicto se congele con un status quo que favorece al país agresor.

Así, va ganando fuerza la idea de que, si se quiere acabar con esta guerra, se precisa una negociación entre Ucrania y Rusia, y no cabe duda que será más complejo llegar a un acuerdo satisfactorio en la medida en que la posición militar se debilite. De lo que no cabe duda es que alcanzar la paz requerirá una mediación que coadyuve a alterar las percepciones y preferencias de ambas partes con soluciones viables que eran inconcebibles hasta entonces. Para esta ardua labor no se empieza de cero y ya ha habido algunos intentos de mediación, entre los cuales se pueden identificar dos lanzados desde América Latina, por parte de México y Brasil. Ninguna de las dos iniciativas fueron del agrado de Ucrania ni sus aliados, poco receptivos con cualquier propuesta que se alejara de la fórmula de paz ucraniana.

Como es habitual en contextos bélicos, el maniqueísmo exacerbado que, por un lado, se alienta y, por otro lado, se genera fruto de las muertes, heridas y traumas que se producen por el uso de la fuerza, pueden ir reforzando algunas ideas que tienden a difuminar los matices y caer en simplificaciones duales en las que todo planteamiento distinto a la postura oficial es susceptible de percibirse como colaboracionista con el adversario. El grueso de los países latinoamericanos no ha quedado al margen de estas tendencias, y en distintos debates que se han abierto paso con motivo de la guerra en Ucraniahan figurado en ocasiones como meros «loros del Kremlin» o encapsulados en un “Sur global” que, supuestamente, estaría cada vez más alejado de un Occidente (sin América Latina) que apoyaría a Ucrania frente a Rusia.

En puridad, en otros trabajos se ha puesto de manifiesto cómo la posición de la veintena de países latinoamericanos no ha sido ni mucho menos homogénea, y aunque en las semanas posteriores al 24-F hubo algún titubeo y viraje, el grueso de los países de la región ha reaccionado a la invasión de Ucrania condenando sin paliativos la agresión rusa al territorio ucraniano. Si bien pueden apreciarse al menos cuatro tipos de posicionamientos a lo largo de la región, comparado con los países africanos o del sudeste asiático, América Latina es quien más abiertamente ha condenado la agresión en línea con una tradicional visión normativa de las relaciones internacionales. No en vano existe un componente existencial en este posicionamiento, ya que para Estados de menor gravitación en el orden internacional y modestas capacidades armamentísticas, un orden basado en normas no sería únicamente una cuestión superflua o un lujo. Fruto de este acervo regional, a diferencia de Estados Unidos o la UE, los países de la región no hansecundado las sanciones unilaterales a Rusia ni la entrega de material bélico a Ucrania. Ahora bien, esta renuencia, lejos de interpretarse como un alejamiento o una alineamiento incondicional con Rusia —que solo se aprecia con nitidez en el caso nicaragüense— amerita ser cuanto menos comprendida y respetada. Y no perder de vista que esta posición de condena, diferenciada del apoyo europeo o estadounidense a Ucrania, puede resultar clave para que desde esta región pueda abrirse paso algún país que juegue un rol de apoyo a la mediación para alcanzar la paz.

En ese sentido, el primer atisbo de mediación procedente desde América Latina se plasmó con la propuesta mexicana de poner en marcha un comité para el diálogo y la paz en Ucrania, cuya finalidad sería lograr un cese de hostilidades en dicho país, acompañado del inicio de conversaciones directas entre Volodímir Zelenski y Vladímir Putin. La pretensión era que el liderazgo en esta labor lo asumiera el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, en colaboración con otros jefes de Estado y de Gobierno. Además, se pretendía habilitar un canal diplomático para comprometer a las dos partes con medidas de confianza mutua que ayudaran a desescalar el conflicto y lograr un alto al fuego. Esta iniciativa no fue recibida ni mucho menos con agrado por parte de Ucrania y la interpretación que se extendió de la misma fue que, al proponer un alto al fuego que congelara el conflicto, se pretendía favorecer a Rusia al facilitarle su recomposición en un momento de repliegue y pérdida de territorio en aquel momento.

Esta primera iniciativa quedó rápidamente diluida y eclipsada por otra propuesta que fue abriéndose paso al calor de la victoria de Luiz Inácio «Lula» da Silva en Brasil. Con ciertos paralelismos con la propuesta mexicana, se sugería también una mediación multiparte, enmarcándose en un primer momento como “un G-20 para la guerra de Ucrania” o “club de paz”. Una propuesta, por otro lado, que el propio Lula ya había dejado entrever durante la campaña electoral, y en la que se apuntaba algunos países que podrían nutrirla, como China, la India o Indonesia. Cabe no perder de vista que esta iniciativa responde a la firme voluntad de proyectar el regreso de Brasil a la escena internacional — tras el paréntesis que supuso el mandato de Bolsonaro— en calidad de mediador de conflictos y rule maker de un mundo que se interpreta desde Brasilia como crecientemente multipolar.

Sin lugar a dudas, estos esfuerzos de mediación, tachados de “ingenuos” (naïfs) o «prorrusos», no fueron las idóneos puesto que no se plantearon con el timing ni la coordinación requerida con el conjunto de actores implicados. Se echó en falta una división de tareas efectiva entre quienes van a mediar, y con un hoja de ruta clara de quién hace qué, cuándo, cómo y cuándo. Una muestra sintomática, en ese sentido, fue que se barajara presentar el plan de paz en el G-7 de Hiroshima (Japón) al mismo tiempo que el propio secretario general de la ONU, Antonio Guterres, era tajante al afirmar que en ese momento no era posible la paz en Ucrania, ya que ambas partes estaban convencidas de su victoria. Algo que había corroborado, asimismo, Li Hui, el enviado especial de China, y otra de las partes que Lula pretendía involucrar en su plan de paz.

Si bien la propuesta mexicana tuvo menor recorrido, quienes han abanderando la propuesta brasileña, el presidente Lula y su asesor de confianza en asuntos internacionales, Celso Amorim, cuentan con una dilatada experiencia negociadora a sus espaldas en problemáticas sensibles y complejas. Sin eximirles de algunos exabruptos que ocupado portadas en distintos medios internacionales, puede ponerse en valor la pedagogía que han llevado a cabo para que tanto Ucrania,como el grupo de países que la sustenta militarmente y económicamente, traten de comprender también las preocupaciones del agresor, al mismo tiempo que se ensanchan escenarios hipotéticos que acompañen la propuesta ucraniana. Un aspecto controvertido en ese sentido fue barajar la renuncia por parte de Ucrania a recuperar Crimea. Entre las labores de mediación, precisamente, está también esta función: plantear ideas, no siempre bien recibidas, que amplíen las opciones para la búsqueda de compromisos tolerables. Es decir, no escatimar esfuerzos enérgicos para iniciar negociaciones y buscar una solución de compromiso que, reconociendo la agresión desde un punto de vista ético y jurídico, en línea con lo que ha apuntado Jürgen Habermas, “no otorgue a la parte rusa ninguna ganancia territorial posterior al inicio de la guerra, y que al mismo tiempo le permita salvar las apariencias”.

A la postre, lo que está en juego va más allá de Ucrania ya que lograr garantías de seguridad para las partes implicadas supone la reconstrucción de la arquitectura de seguridad europea. Lejos de un juego de suma cero y posiciones maximalistas, una paz justa y duradera como la que se pretende alcanzar, pasará por un ejercicio de negociación en el que, como se ha tratado de impulsar desde América Latina con sus luces y sombras, abra perspectivas de entendimiento común y se articulen medidas de confianza mutua que, poco a poco, coadyuven a desescalar el conflicto.

  1. Francisco J. Verdes-Montenegro es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid e investigador asociado del Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI-UCM).

Categorized | Dossier, Internacional, Política

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