Revista El PAIS SEMANAL 28/06/2013. Página 22.
“En España puedes ser un mafioso y disfrutar de reconocimiento oficial»
Líder del movimiento anti desahucios e impulsora de los escraches contra políticos, esta catalana se ha convertido en la activista más famosa y contundente de los últimos tiempos.
Por Mikel López Iturriaga. Fotografía de Nacho Alegre.
“Un, dos, tres, ¡fuerte!». Levantar la reja del local de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) en Barcelona, cuyo sistema eléctrico se ha estropeado, ha sido mi acto solidario de hoy. Solidario con su portavoz, Ada Colau, que quizá no habría podido sola porque pesa un quintal, pero en el fondo interesado, porque quiero ver dónde opera una de las organizaciones sociales más activas y exitosas de este país. Superada la prueba, entramos en una amplia lonja con aires de garaje en la que se reparten unas cuantas mesas con sus ordenadores y sus sillas de oficina. Todo es espartano y con pinta de segunda mano, como supongo corresponde a un movimiento de base.
Colau se sienta y, en cuanto empiezo a preguntar, sale de su boca un discurso tan torrencial que dan ganas de unirse a la lucha o, si estás en el otro lado de la barricada, de rendirse y entregarse. Esta barcelonesa de 39 años es la voz pública de muchas personas que han estado o están a punto de ser desahuciadas de sus hogares por no poder pagar su deuda con los bancos, y que se han unido para pelear. Su defensa de acciones tan polémicas como los escraches la ha convertido en favorita de unos medios y en punching ball de otros. En esperanza blanca de muchos progresistas… y en bestia negra del Partido Popular, algunos de cuyos dirigentes no dudaron en relacionarla con el terrorismo en un inútil intento de mermar su popularidad.
«HEMOS DESCUBIERTO EL PUNTO DÉBIL DE LOS BANCOS: SU IMAGEN PÚBLICA»
¿Es usted de ETA? Evidentemente, no. Tener que decirlo demuestra ya el nivel político de nuestro país y de nuestro Gobierno. Es ridículo.
Vayamos entonces con asuntos más serios. La plataforma de la que es porta-voz se enfrenta a un problema crónico, la vivienda, y a un drama, los desahucios. ¿Algún país lo está haciendo bien en este terreno? Nadie lo está haciendo perfecto, pero no hay otro país que lo haga tan mal como España. Es un ejemplo negativo ante el mundo. Vienen medios de comunicación ultraliberales y se escandalizan: lo nuestro no se entiende ni desde esa ideología. Si excluyes a millones de personas del sistema de por vida, generas economía sumergida y ningún incentivo para retomar la actividad económica.
¿Algún caso le ha tocado especialmente? Todos, porque, a diferencia de lo que quiere hacernos creer el PP no hay unos casos más graves que otros: en todos hay vulnerabilidad extrema. La pérdida de vivienda rompe familias y te desestructura emocionalmente. Aunque consigamos cambiar la ley y resolver los casos que nos están llegando, habrá una generación traumatizada.
¿Cómo responde la gente cuando logran parar su desahucio? Responden ya no con agradecimiento, sino con implicación. Independientemente de lo que consiga de las Administraciones, la plataforma ya ha ganado. La gente llega con la autoestima por los suelos, encuentran apoyo y después tienen más ganas de ayudar a otros. Es un proceso que casi todo el mundo explica como un renacer: el paso de afectado a activista. Es lo más bonito que he visto en mi vida.
¿No son responsables los individuos de haberse entrampado al firmar hipotecas enormes? Ellos no rehúyen su parte de responsabilidad.
¿Qué entendió la gente y qué le explicaron en el banco cuando firmaba? Que el banco tasaba el piso y decía que valía, por ejemplo, 300.000 euros, y que por eso a ti te dejaban 250.000, 300.000 o más. Entonces el banco te decía: «Tranquilo, si no puedes pagar, vendes la vivienda y no pasa nada» Ni el banco, ni la inmobiliaria, ni el notario, ni la Administración pública explicaron que podías perder la vivienda y quedarte con una deuda de por vida. Si lo hubieran explicado, mucha gente no se habría hipotecado. Los bancos redactaron contratos plagados de cláusulas abusivas, engañaron y estafaron. Es increíble que no estén pasando cosas más graves en este país, es de escándalo.
¿Cómo son sus negociaciones con las entidades financieras? Porque para ellas esta situación también es un problema.
Es un problema, pero saben que son rescatados sistemáticamente. Unos se jubilan con millones de euros o siguen con sueldos millonarios. En España es ministro de Economía el señor De Guindos, tras ser directivo responsable de unas de las entidades que han fracasado. El mensaje oficial es que puedes ser un mafioso, un estafador y hundir la economía de un país, que vas a recibir todo el reconocimiento institucional. Cuando empezamos a negociar con los bancos había desprecio y humillación. Pero David está pudiendo con Goliat. Hemos descubierto su punto débil: la imagen pública. Ponernos delante de sus oficinas explicando a la gente que entra que ese banco está engañando y estafando les ha obligado a negociar.
¿Apuesta usted entonces por su desaparición? No. Sería infantiloide pensar que no tiene que haber una organización económica. Claro que tiene que haber algún tipo de banca, o pública o con un control democrático real, que priorice las necesidades básicas de la población y anteponga la vida humana y la dignidad sobre cualquier interés particular.
¿Ha sido siempre tan guerrera? Sí. Siempre he tenido una inquietud social crítica; si no, no habría estudiado Filosofía, que no sirve precisamente para tener un trabajo muy bien remunerado.
¿Cuándo se da cuenta de que quiere convertirse en esa especie de superhéroe social? Superhéroe, no. El mensaje más importante de la PAH es que la gente sencilla, si se organiza y se apoyan unos a otros, puede mover montañas, conseguir lo que parecía imposible. Si se presenta como una cuestión de superhéroes, lanzamos el mensaje de que es muy complicado, y es falso. Es lo que el poder quiere que creamos. ¿Me preguntaba por mi implicación personal?
Sí, cuándo empieza. Inquietud la tenía desde el instituto. Me acuerdo de participar en manifestaciones por la primera guerra del Golfo. En la universidad participé en el proceso asambleario con muchos otros. El activismo más fuerte surgió en 2001 con la antiglobalización. Muchísima gente de muchos colores diferentes salió a la calle para visibilizar que aquí están mandando unos que no hemos votado nunca: el FMI, entidades financieras… Poderes nada transparentes que mueven como marionetas a los Gobiernos a escala planetaria. La mayoría de los que participamos en esas experiencias dijimos: «Bueno, ¿y ahora qué? ¿Qué hacemos con nuestra vida?» Porque ahora, cada día hay que luchar contra la precariedad. Y en el Estado español, uno de los principales factores de precariedad era la vivienda.
Usted vivió en casas ocupadas. ¿Cuál es su visión de la ocupación? ¿La ve legítima? Por supuesto. Más que nunca. España es el país de Europa que más vivienda vacía acumula y, al mismo tiempo, el que más desahucia. El desalojo por la fuerza por motivos económicos es la peor vulneración del derecho a la vivienda. Debe ser el último recurso, pero en España es el primero. Quizá será legal, pero es absolutamente inmoral.
Entonces, ¿discute usted la propiedad privada inmobiliaria? Hay que discutir la forma de tenencia. La gente tiene derecho a acceder a una vivienda segura, estable e incluso de por vida. Eso se puede hacer de varias maneras: aquí se ha impulsado solo a través de la propiedad privada, y nos dijeron que era la manera más estable. Ahora eso es falso: miles de personas no eran propietarias, sino sobreendeudadas. Y el alquiler no es una alternativa real porque era ya precario y el PP lo acaba de precarizar más: ha reducido de cinco a tres años el contrato, y eso no es una vivienda estable. Hay que exigir otras formas. Primero, alquiler de calidad y accesible; luego, una propiedad privada que no sea especulativa.
¿Cómo se ha ganado la vida en todo este tiempo de activista? He trabajado en una consultora de comunicación, en producción de televisión, de traductora… y todos los trabajos eran precarios.
Salió hasta en una serie de televisión, ‘Dos + una’. Sí.
¿Lo quiere olvidar? Sí, porque es una de las peores cosas que he hecho.
¿Y ahora qué hace aparte de ser activista? Tengo la suerte de llevar cinco años en el Observatorio de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Pero no creo que dure mucho porque depende de la financiación pública.
¿Lleva usted una vida austera? Necesito poco para vivir. Tampoco lo veo como una renuncia: no tengo coche, ni propiedades, ni grandes caprichos.
¿Qué cosas le llenan entonces? He comprobado que con menos tienes más. Compartir con otros en experiencias
como la plataforma, eso es lo que más me llena. Creo que es mucho mejor, incluso en términos egoístas. Es mil veces más satisfactorio vivir con menos que no esa sociedad del consumo que promete felicidad y al final solo hace que te sientas solo, pobre y desgraciado.
«SOYAUSTERA: NO TENGO COCHE, NI PROPIEDADES, NI GRANDES CAPRICHOS»
No tiene casa en propiedad, algo que se le ha criticado siendo portavoz de una plataforma de afectados por las hipotecas. Si hay que ser esclavo para luchar contra la esclavitud, mal iríamos. No me veo afectada por la hipoteca, pero sí por la vivienda, y la plataforma, desde el primer día, defendió el derecho a una vivienda digna, en propiedad o alquiler.
¿En el altruismo hay una parte de egoísmo? Seguro. El activismo de miles de personas no se explicaría si no fuera porque es altamente gratificante. Si fuera solo sacrificio, no habría miles de personas entregadas a esta causa. El proceso de empoderamiento, de ver que nuestra capacidad de transformación es mayor de lo que nos habían dicho, produce satisfacción. La plataforma te da más de lo que tú le das a ella. Eso explica que el movimiento crezca cada día.
Dada su popularidad, ¿no ha sentido la tentación de cambiar las cosas desde un partido? No. Como ciudadana, creo que todos tenemos que ocupamos de renovar nuestras instituciones democráticas. Claramente ahora son fallidas. Hay unos partidos plagados de corrupción, cada día más lejos de la ciudadanía, endogámicos, preocupados de perpetuarse, con falta de transparencia absoluta… Me han propuesto ser diputada y he dicho que no, porque la plataforma está haciendo más que cualquier partido. Hemos impulsado una Iniciativa Legislativa Popular, parado más de 700 desahucios, negociado centenares de daciones en pago y alquileres sociales. A ver qué estructuras con un montón de dinero y muchísimos cargos están consiguiendo eso: diría que ninguna.
¿Tienen futuro los partidos? Como están ahora, no. Hay que resetearlos. Es posible que haga falta algún tipo de organización, de representación; no puede ser todo el mundo opinando todo el rato. Pero se pueden pensar cosas más actuales: Internet permitiría, por ejemplo, cotas de participación brutales.
¿Le gusta que le definan como izquierdista? Yo no me definiría así, sino como demócrata radical y defensora de los derechos humanos. Es necesaria una democracia, pero una real, no una democracia secuestrada como la de ahora. Izquierda y derecha han servido durante mucho tiempo, pero yo creo que ahora hay una mayoría social que no se identifica con esas etiquetas. Los partidos han machacado su propia imagen: el PSOE se ha cargado la idea de izquierda en este país. En temas de derechos civiles, de libertades, me reconozco más con una tradición de izquierdas, pero con la representación actual no me identifico.
¿Qué balance hace de los escraches a diputados del PP? Han sido un acierto. Han generado un debate sobre por qué parece tan excepcional que los ciudadanos pidan explicaciones a sus representantes. En otras democracias, los diputados reciben a cualquier ciudadano que quiera poner una queja. Si eso sucediera aquí, seguramente no habríamos llegado a los escraches.
¿Pero era necesario hacerlos en domicilios? ¿No es una invasión de la privacidad? Es que lo otro ya lo habíamos hecho. Nos concentrábamos ante las sedes del PP y del Congreso, y nos ignoraban sistemáticamente.
Eran un último recurso, entonces. Se trataba de señalizar que vamos a estar allí donde vayas y no vas a poder no vernos. Y si es en tu domicilio, en tu domicilio, que a esta gente la están echando de su casa y nosotros simplemente vamos a la tuya y nos ponemos delante con pancartas y pegatinas en las que pone «Sí se puede». No hemos invadido la casa de nadie, mientras que a la gente le están echando la puerta abajo.
Ante las cosas que han dicho sobre usted los dirigentes del PP y sus medios afines, ¿no ha sentido miedo? Quizá en algún momento sí, porque hubo días muy duros… Ellos apuntan, y luego saben que cuando despiertan lo del imaginario terrorista, hay un sector reducido pero muy radicalizado de la población que puede actuar. He recibido algunas amenazas bastante fuertes, ya no solo contra mí, sino contra mi familia, que todo el mundo sabe que es lo que más duele. Pero en realidad miedo, miedo, no he tenido, porque participo en un colectivo muy amplio en el que todos nos apoyamos los unos a los otros.
Y su entorno ¿cómo lleva que esté ahí, en la diana? Mi compañero y yo estamos igual de implicados. Los dos impulsamos la plataforma y nos conocimos en el activismo. Mi vida personal no está separada. Otros familiares nos apoyan. Ha podido haber momentos incómodos, pero nadie ha tenido ninguna duda de que estamos haciendo lo que hay que hacer, parafraseando a Rajoy.
¿Cómo desconecta de todo este lío? Con mi hijo de dos años. Es la mejor manera, llegas a casa y no te lo tienes que plantear. Te reclama, juega; si te ve con el teléfono, te lo coge y lo tira.
¿Se puede conciliar vida laboral, familiar y, encima, la de activista? Se puede. Yo veo a un montón de gente trabajando en dos empleos para poder llegar a final de mes, a muchísimas mujeres haciendo muchos más esfuerzos de los que hago yo. Yo me he llevado a mi hijo a parar desahucios y a manifestaciones con otros niños de la plataforma. Somos de hecho un movimiento muy familiar donde hay muchísimos niños que llevamos a nuestras actividades. No separamos una cosa de la otra. Los niños forman parte de nuestra vida, y que así sea, porque desde luego su alegría y su energía son la mejor receta contra la crisis.
Tras estos años, ¿cuál sería la mayor enseñanza personal que ha sacado del activismo? Vaya pregunta. No sé… La idea de que el determinismo es falso. El mensaje oficial es que no hay nada que hacer, que aunque te muevas no vas a conseguir nada, que todo lo que te pasa es culpa tuya y te tienes que avergonzar: escóndete, has vivido por encima de tus posibilidades y eres un fracasado. Ese mensaje responde a unos intereses. Hay alguien a quien le interesa que tú creas que estás solo. Cuando empezamos, nuestra primera dificultad no fue el poder de la banca, sino lo destrozada que estaba la gente. El mayor aprendizaje ha sido comprobar que las personas con menos recursos, los más hechos polvo, si encuentran un espacio de solidaridad y se les restituye la dignidad, se convierten en superhéroes.
Una filósofa contra el mundo
► «Sí se puede, pero no quieren» es el lema reivindicativo del momento. Detrás de él está la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, organización de ciudadanos al borde del desahucio cuya portavoz. Ada Colau es seguramente la activista más famosa de este país. Casi licenciada en Filosofía -le quedan dos asignaturas para acabar la carrera-; autora junto a su pareja, el economista Adriá Alemany, del libro Vidas hipotecadas: parada en ciernes, pero optimista compulsiva. Colau posee una inusual habilidad para comunicar, fundada en un talento natural y en la seguridad del que sabe de lo que habla.
► Políticos y banqueros la tacharán de demagoga, pero esta catalana de treinta y tantos ya se ha convertido en un referente de la lucha social que despierta la adoración popular (del pueblo, no del partido).
“EL PARTIDO SOCIALISTA SE HA CARGADO LA IDEA DE IZQUIERDA EN ESTE PAÍS”