Reseña del libro de Ángeles Barrio Alonso, Por la razón y el derecho. Historia de la negociación colectiva en España (1850-2012), Comares, Granada, 2014.
Antonio Rivera, (Galde 09, invierno 2015). Las relaciones laborales son un ménage à trois donde las partes principales y enfrentadas llevan la voz cantante y la iniciativa, pero donde el Estado legitima jurídicamente sus acuerdos. En nuestro país, el papel de este tercero en discordia ha sido importante, toda vez que, tras agotar su tiempo de pasividad, actuó y actúa como legislador, mediador y controlador.
Una larga y problemática historia comenzada con la doctrina krausista y la social de la Iglesia y una progresiva conflictividad social, que animaron la constitución del Instituto de Reformas Sociales (1903), antes la Comisión de 1883, y años después la creación de un ministerio propio, en 1924, tras haber desarrollado una abundante legislación social protectora.
Distinguir negociación colectiva de marco legal de relaciones laborales resulta útil y obligado, porque ello informa sobre los contextos políticos en que una y otro se producen, así como de la realidad de la autonomía de las partes. Si esta es tal, el Estado actúa como colofón de la acción de estas; si no lo es, lo hace como sustitutivo. Ángeles Barrio estudia esta determinante relación a tres en su libro en cuatro situaciones históricas sucesivas. Comienza con una dictadura corporativista, la de Primo de Rivera, donde el Estado pretende ahormar con una voluntad normativa y orgánica (Código de Trabajo de 1926) lo que no eran capaces de hacer los sindicatos y las patronales. Le sigue una república que, de la mano de Largo Caballero, que llevaba esperando la oportunidad desde que asistió personalmente al nacimiento de la OIT, en 1919, resuelve con decisión articular toda una trama conectada por fin con las tendencias europea e internacional, así como con una voluntad de reforma modernizadora. Con Largo arranca de verdad la institucionalización de la negociación colectiva en España, no sin problemas, por las actitudes e intereses encontrados de los distintos sindicatos y grupos empresariales. Después va una dura y larga dictadura, la de Franco, que, con intención corporativista más ambiciosa, pero más ajena a los nuevos tiempos, incluso metió por la fuerza a los dos contendientes principales en una misma casa… hasta que esta no resistió más. El edificio sindical fue el primero que saltó por los aires en el inicio de la transición a la democracia y el único espacio en que se dio la ruptura respecto del régimen anterior.
No quedó nada de él. ¿O sí? Ángeles Barrio sostiene en su libro que, igual que el franquismo retuvo el halo corporativo en que había confiado la República, este dejó como herencia a la democracia –el cuarto escenario histórico estudiado- la función tutelar e interventora del Estado, quizás para tratar de contener una autonomía de las partes recuperada a empellones desde los últimos momentos de la dictadura. Quizás por eso, también, la política y el Estado se apresuraron en 1977 a proporcionar un marco de relaciones laborales que diera seguridad a las grandes estructuras confederales (obreras y patronales), y que a la vez proporcionara la paz social necesaria para salir de una profunda crisis económica. Evitar que la economía contribuyera a llevarse por delante la política, como antaño, constituyó auténtica obsesión, y el Estado volvía a asignarse las mismas responsabilidades colectivas que percibió desde los tiempos del “nuevo liberalismo”, en el anteúltimo cambio de siglos.
Por eso la importancia de la conclusión anticipada de la autora que encabeza este comentario. El corte ocasionado a una costosa construcción de la negociación colectiva en España, y de un marco legal de relaciones laborales, con la reforma laboral de 2012, devuelve la historia, esta vez sí, al siglo XIX. Y no tanto por hacer iguales situaciones tan distantes, sino porque una vez alcanzada la significación histórica de cada parte, el regreso del Estado al “abstencionismo normativo” nos remite a los tiempos en los que se quiere primar la ley del más fuerte (o del más bruto). Son los riesgos de los dogmas neoliberales. Desde luego, como antaño, el incremento con ello de la desigualdad social y de la desafección democrática están asegurados (y comprobados).
La larga y penosa historia española de la negociación colectiva y de la democracia invitaría a pensar en otros términos, porque una y otra van de la mano para millones de personas. Esta es la sustancia política de un libro excelente sobre un tema que no ha preocupado a la historiografía local tanto como lo ha hecho, desde viejo, a las de otros lares.
Antonio Rivera. Profesor de Historia Contemporánea (UPV/EHU)