1917-2017: Cuestiones para el debate

El fracaso es instructivo. La persona que realmente piensa aprende tanto de sus fracasos como de sus éxitos. John Dewey

Galde 19 (verano/2017). Eugenio del Río.
Quienes mantuvimos un punto de vista crítico hacia la experiencia soviética hemos topado a menudo con la siguiente pregunta: si tantos males acarreó el proceso soviético, ¿habría sido preferible que no se hubiese producido una revolución?

En diciembre de 1996, Eric Hobsbawm pronunció una conferencia en Londres bajo el título de “¿Podemos escribir la historia de la Revolución rusa?”. Su propósito –escribió– fue «analizar, entre otras cosas, el problema de la historia contrafáctica (la que responde a la pregunta “¿Y si…?)».

¿Era inevitable una revolución? ¿Podía haberse salvado el zarismo? ¿Qué hubiese ocurrido si no hubiera habido revolución? ¿Y si el nuevo poder soviético hubiera perdido la guerra civil?, etc.

Preguntas como estas, observaba Hobsbawm, nos llevan a una esfera contrafáctica, impracticable.

Los debates contrafácticos se caracterizan porque en ellos se establece una comparación entre una realidad determinada y conocida, de un lado, y, de otro lado, algo que nunca ocurrió. De ahí la imposibilidad de extraer conclusiones bien fundadas.

1.- Coincido con la mayor parte de quienes han buceado en la historia de la Revolución rusa en que la insurrección de octubre de 1917 pudo realizarse sin muchas dificultades, dada la gravedad de la situación rusa bajo la presión de la guerra y del hambre, y habida cuenta de la fragilidad de poder político.

Entiendo que, en aquellos momentos, una revolución política era una necesidad acuciante para intentar parar la guerra y tomar medidas contra el hambre.

Pero estas dos aseveraciones no nos permiten formular un juicio de valor sobre la experiencia soviética de más de siete décadas que siguió a los acontecimientos revolucionarios de aquel octubre.

Detener la sangría que supuso la guerra no hace bueno todo lo que vino después, que demanda juicios específicos. Ni siquiera si aceptáramos la tesis de que un régimen soviético como el que nació entonces y su curso posterior constituían las únicas posibilidades de desarrollo a partir de la iniciativa insurreccional.

No obstante, para dar por buena esa tesis tendríamos que sumergirnos en el estanque contrafáctico en el que estamos tratando de evitar caer. Lo cierto es que es imposible saber cuántas –y cuáles– otras posibilidades políticas y económicas formaban el horizonte de la Rusia de finales de 1917.

Así y todo, podemos tener una opinión sobre el régimen que entonces nació y las políticas que aplicó.

2.- La emergencia del régimen soviético, como una realidad alternativa al mundo europeo occidental y al norteamericano, trajo consigo una conmoción en las filas de la izquierda europea occidental. La Internacional Socialista (1889-1914) entró en una grave crisis con el comienzo de la I Guerra Mundial. La fundación de la Unión Soviética en 1922 fue un factor decisivo para agrupar a los sectores situados más a la izquierda en el movimiento obrero y socialista europeo. A partir de entonces, en la izquierda no anarquista, se consolidó una escisión entre socialistas y comunistas. El hecho de que estos últimos tomaran a la URSS como referencia implicó algunos problemas de envergadura.

Uno de ellos consistió en la sustitución de las reflexiones y los debates sobre los cambios económicos y sociales deseables por un acusado mimetismo hacia la URSS, a la que pronto se consideró como la encarnación del socialismo. Ya no se trataba de cavilar sobre los problemas que planteaba la transformación social; la solución venía dada por la existencia de la URSS que pasaba a ser el modelo a imitar.

Otro problema vino dado por el carácter del régimen que se puso en pie en la Unión Soviética. Una de sus características más descollantes fue su carácter unipartidista. La posibilidad de que pudieran coexistir varios partidos legales fue descartada. Se instauró un sistema de partido único que controlaba todo el poder. Las libertades democráticas nunca llegaron a existir. La división de poderes apenas pasó de un simulacro. Una variante del marxismo tan pobre y dogmática como pretenciosa fue reconocida como ideología oficial.

Se consolidó así el poder de una élite, aposentada en la cúspide del Partido y del Estado, que controlaba todos los resortes estatales.

3.- Además de los males que esto acarreó para la propia población soviética, resultó sumamente nocivo que una parte de la izquierda de otros países justificara y tomara como ideal un régimen dictatorial. Fue algo que no había ocurrido anteriormente.

Tal situación propició que se extendiera en muchas gentes de izquierda una concepción de la democracia, de las libertades y del pluralismo no como una cuestión de principio sino como algo accidental, sujeto a criterios circunstanciales.

Asimismo, se desplegó una argumentación que venía a justificar la existencia de una dictadura progresista en nombre de los bienes sociales que procuraba a la sociedad soviética (servicios sanitarios, educación, pleno empleo, políticas de vivienda…), o subrayando la eficacia alcanzada en lo tocante al crecimiento económico, o invocando el apoyo prestado en el tablero mundial a procesos de lucha contra el adversario principal de la URSS, los Estados Unidos, o sus aliados.

En muchos casos, en contra de toda evidencia, se negaba que estaban siendo mermadas las libertades de la población. Era solo la burguesía –se añadía– la que había sido privada de libertad. No faltaban quienes admitían que eran precisas ciertas restricciones de las libertades para que no fueran aprovechadas por los enemigos de la Revolución y para que el Gobierno pudiera llevar a cabo las transformaciones de todo orden necesarias.

Se registró así una extendida corrupción de la conciencia democrática en sectores importantes de la izquierda.

El régimen soviético, por otra parte, sirvió de modelo o de fuente de inspiración a muchos de los regímenes que fueron formándose en el siglo XX, como resultado de procesos revolucionarios, de experiencias de descolonización o de la consagración de un área de hegemonía soviética en el Este europeo.

4.- La Unión Soviética impulsó pronto, a partir de 1919, una nueva estructura internacional, la Internacional Comunista, a través de la cual canalizó su influencia en la escena internacional.

La dependencia de los partidos comunistas respecto a la URSS tuvo facetas muy variadas. No se ciñó a la mencionada adopción de un modelo de sociedad opuesto a los europeos occidentales.

Fue muy pronunciada la dependencia ideológica de los partidos comunistas, que hicieron suyas las ideas oficiales emanadas del poder soviético.

La estructura de la Internacional Comunista (marzo de 1919-mayo de 1943), en la que la URSS tenía un peso decisivo, influyó en mayor o menor grado en la toma de decisiones políticas de los partidos comunistas.

La organización del Partido ruso fue el modelo que imitaron, aunque con algunas variaciones, los partidos comunistas. Fueron organizaciones sumamente centralizadas, jerarquizadas y uniformes en las que la disidencia no tenía cabida.

Los partidos comunistas vinieron a ser unos instrumentos dóciles en la defensa del régimen soviético y en la difusión de sus mensajes propagandísticos.

Hubo que esperar muchos años, una vez desaparecida la Internacional Comunista, en 1943, para que en el llamado movimiento comunista internacional se mostraran discrepancias, aunque, dada la rigidez existente, esas diferencias se tradujeron pronto en rupturas insuperables. Es lo que ocurrió con Yugoslavia y con China.

5.- El fracaso final de la URSS vino a poner de relieve algo que los dirigentes soviéticos tardaron demasiado en asimilar, a saber que un régimen político precisa de algún tipo de acuerdo con la población.

La sociedad fue siempre un problema central para la URSS. Los dirigentes no supieron qué hacer con ella, cómo tratarla, cómo cimentar ese entendimiento necesario que nunca consiguió alcanzar. Todo lo más practicaron un paternalismo social que proporcionó bienes diversos a la población, aunque sin superar importantes desigualdades.

Las ideas oficiales prendieron escasamente en la sociedad, como se ha podido comprobar tras la caída del régimen soviético. La economía conoció largos períodos de crecimiento, incluso espectaculares, y cosechó importantes éxitos en la industrialización, pero en los años ochenta del siglo XX se desaceleró y cayó en un estado de estancamiento insuperable dentro del marco en el que se había desenvuelto durante décadas.

Era inevitable el final de aquel experimento político y económico, de dimensiones colosales. Fracasó una mega-operación de ingeniería social que marcó la historia del Planeta en buena parte del siglo XX.

Por mucho poder que acumule una minoría, no puede hacer lo que quiera con la sociedad por tiempo indefinido, especialmente si a los males propios de la dictadura política se le añade la pérdida de eficacia de su sistema económico.

 

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