En 2019, mientras realizaba entrevistas con jóvenes posadolescentes seguidores de Javier Milei -quien en ese entonces era un economista “libertario” que vociferaba en televisión contra el economista británico John M. Keynes-, uno de ellos me mostró la funda de su móvil con la cara de Donald Trump y la bandera de Gadsden, hasta entonces desconocida en Argentina pero una clave de lo que vendría: esa bandera, utilizada por los libertarios estadounidense con el dibujo de una víbora y el lema “No me pises” pronto aparecería en los mítines de Milei, quien en 2021 decidió entrar en política. Con un florido discurso anarcocapitalista —y frases como “el Estado es como un pedófilo en un jardín de infantes”; “entre el Estado y la mafia prefiero la mafia”— propagandizaba lo que parecían “ideas fuera de lugar” en un país tradicionalmente bastante estatista como Argentina. Pero fue sobre esa base que Milei construyó su candidatura “antisistema”, que tomó del Movimiento 5 Estrellas de Italia y, sobre todo de Podemos en España, su discurso “anticasta”.
Ya en 2018, Jair Bolsonaro había ganado las elecciones en Brasil en lo que fue la primera victoria de las nuevas derechas radicales en América Latina. Con un discurso virulento —llegó a burlarse de las torturas a la expresidenta Dilma Rousseff durante la dictadura militar—, Bolsonaro se montó en el descontento social frente al gobierno del Partido de los Trabajadores (PT), pero más en general hacia la clase política, y articuló un conjunto de sectores conservadores que se resumían en las tres B: Buey (por los terratenientes), Biblia (por los evangélicos) y bala (por los integrantes de fuerzas de seguridad). Desde su salto a la política, “para destruir al Estado desde adentro”, Milei estableció diversos vínculos con Bolsonaro, sobre todo con su hijo Eduardo, encargado de las relaciones internacionales del bolsonarismo, y llamó “comunista corrupto” a Luiz Inácio Lula da Silva. Paralelamente, el crecimiento electoral de José Antonio Kast en Chile, un representante de la derecha pospinochetista con posibilidades de ser el próximo presidente -y más recientemente del “nacional-libertario” Johannes Kaiser- dejaron ver que Sudamérica no era ajena al ascenso de las extremas derechas a escala internacional.
En el caso sudamericano, estas derechas se han insertado en la llamada “internacional reaccionaria” en gran medida a través de sus vínculos con Vox. Y de a poco fueron estrechando también vínculos con la Hungría de Viktor Orbán. La Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) ha sido una de las redes que las han conectado con la derecha estadounidense y el trumpismo, contribuyendo a dar forma a un ecosistema informal pero global.
En el caso argentino, Milei ayudó a poner en pie la Fundación Faro, dirigida por el influencer y escritor argentino Agustín Laje, que tiene al escritor chileno de extrema derecha Axel Kaiser como subdirector académico. Laje es autor de varios libros, como Globalismo: Ingeniería social y control total en el siglo XXI, y tiene una fuerte proyección hacia América Latina. Con una maestría en la Universidad de Navarra, es una figura clave en la “batalla cultural” de Milei. Esa batalla cultural reaccionaria es el “pegamento” de diversas derechas, del Norte y del Sur, que tienen diferencias sobre muchas temáticas—vg. sobre el papel del Estado en la economía— pero que se definen por su antiprogresismo.
“Con sus ideas revisionistas sobre la década de 1970, su combate contra la llamada ‘ideología de género’, su estrategia de ‘batalla cultural’ contra el progresismo y el ‘globalismo’, y su voluntad de articular una ‘derecha sin complejos’, Laje, de 36 años, ha llegado a ser el intelectual estrella de las nuevas derechas latinoamericanas y es constantemente invitado a diversos foros ultraconservadores en la región” —escribió el sociólogo Ezequiel Saferstein—. “Lo logró construyendo un perfil emprendedor capaz de articular modos clásicos de intervención de la derecha vernácula y de la cultura letrada en general, con narrativas y estrategias de activismo digital, sin que estas vías resulten contradictorias entre sí”. El día de la asunción de Milei, Laje, que presenció la ceremonia desde un palco del Congreso, posteó fotografías junto a algunos de los asistentes estrellas al acto: Santiago Abascal, Jair Bolsonaro (ya expresidente al que Milei dio estatus de jefe de Estado) y Viktor Orbán.
Laje, con 2,5 millones de suscritores en su canal de Youtube, 1,2 millones de seguidores en Instagram y casi un millón en la red X, ofrece argumentos ultraprocesados a las derechas regionales para enfrentar la “ideología de género”, el “globalismo” (Agenda 2030 incluida) y el “marxismo cultural” -todo eso subsumido ahora en el término “wokismo”-.
Axel Kaiser viene de publicar Parásitos mentales: Siete ideas progresistas que infectan nuestro pensamiento y sociedad, un libro que es corrientemente citado por Milei, quien denuncia a diario a los “zurdos hijos de puta” y encontró en ese libro un nuevo argumento contra los socialistas para sumar a su lista de insultos. Si ya repetía que el “socialismo es una enfermedad del alma”, ahora puede añadir que los socialistas están llenos de parásitos mentales. “Hay ideas, hay creencias que se instalan en tu sistema nervioso como parásitos. Se llaman neuroparásitos. Esto se explica en psicología evolutiva y muchas de esas creencias tú las encuentras en grupos políticos [de izquierdas]”, explicó Kaiser en una entrevista.
Pese a que en América Latina no existe un debate político alrededor del islam y el islamismo, las nuevas derechas han asumido también parte del discurso del “nacionalismo catastrofista” (retomando el título del reciente libro del socialista británico Richard Seymour) sobre la “islamización” de Occidente, que utilizan, además, como uno de sus argumentos para defender a Israel como trinchera frente a los bárbaros. En los mítines de Bolsonaro abundan las banderas israelíes y Milei hizo del alineamiento geopolítico con Benjamin Netanyahu una política de Estado -y una brújula para definir el voto en las Naciones Unidas-.
En el caso de Milei, se ha acercado además al judaísmo jasídico del grupo Jabad-Lubavitch, ha coqueteado con una conversión y finalmente envió como embajador a Israel a su “rabino de cabecera” Axel Wahnish. Este apoyo a Israel conecta, sobre todo en países como Brasil y Guatemala, con el llamado “sionismo cristiano” pentecostal que, sobre la bases de una particular interpretación de la Biblia, forma parte de los apoyos más activos a Israel en la región y presiona, mediante su lobbie político-religioso, para que sus países muden las embajadas de Tel Aviv a Jerusalén.
Tanto Milei como Bolsonaro se han acercado también a Elon Musk. Bolsonaro lo consideró un héroe, en el marco de las tensiones entre el magnate y la justicia brasileña por la red X; y Milei le regaló una motosierra especialmente fabricada para él, como símbolo del “ajuste más grande de la historia de la humanidad” que Milei hace en Argentina y que Musk prometía hacer en Estados Unidos, en el marco de su malogrado pasaje por el gobierno de Trump.
Es aún pronto para anticipar cuál será el futuro de estas derechas sudamericanas en términos de gobierno. Bolsonaro no logró reelegirse -Lula da Silva le ganó por escasísimo margen- y hoy está inhabilitado para ser candidato, pero su espacio ideológico sigue convocando a un sector muy amplio de la sociedad brasileña; el destino del gobierno de Milei es incierto y se jugará en gran medida en el terreno económico (los fríos datos de la economía pesan mucho más que su “batalla cultural”, que entusiasma solo a su núcleo duro de adherentes); y las elecciones de este año en Chile definirán si Kast, quien no ha dudado en elogiar a la dictadura de Pinochet, llegará a la presidencia, como anticipan las encuestas. Lo cierto es que, al igual que en Europa, no se trata de un fenómeno pasajero. Pero tampoco es, como a veces parece inferirse de los discursos progresistas, una fatalidad; ni política ni cultural.