El pasado mes de junio la tensión entre Israel e Irán se tradujo en un conflicto militar que Trump, siempre televisivo, bautizó como “guerra de los doce días”. No fue una guerra. El 13 de junio la fuerza aérea israelí emprendió de manera unilateral la operación León ascendente y bombardeó Teherán, asesinando no solo a la cúpula militar iraní sino a decenas de civiles inocentes y probablemente malquistados con el régimen de Jamenei. Nueve días después, el 22 del mismo mes, EEUU puso fin a treinta años de negociaciones y, sumiso a los intereses de Netanyahu, atacó por su parte las tres instalaciones nucleares más importantes de Irán. La respuesta iraní, pactadamente simbólica, reveló la debilidad del régimen y la fragilidad de un nuevo orden mundial regido de manera explícita por la fuerza desnuda.
El pretexto de Israel y EEUU, como sabemos, fue el de impedir el desarrollo del programa nuclear iraní. En realidad, como sabemos, su propósito era mucho más peligrosamente ambicioso. El conocido arabista Ignacio Álvarez Ossorio sintetizaba los objetivos en un post de internet: abortar las negociaciones entre Washington y Teherán; arrastrar a EEUU a una guerra regional; impedir la congelación del Acuerdo de Asociación por parte de la UE; descabezar el liderazgo militar iraní y promover un cambio de régimen; desviar la atención del genocidio en Gaza y acelerar la limpieza étnica de Palestina y la anexión de Cisjordania. En pocos días, Israel alcanzó buena parte de estos objetivos, dañando aún más la estabilidad de un mundo que se deshace poco a poco en harapos.
Hay que decirlo con claridad: Israel no es un peón de los EEUU; más bien, al revés, las grandes potencias occidentales se han convertido en sus rehenes pasivos o complacientes. Con apenas diez millones de habitantes y en la posición número 29 del ranking económico mundial, el Estado sionista, en efecto, es capaz de bombardear cinco países al mismo tiempo, violar reiteradamente todas las resoluciones de la ONU, perpetrar un genocidio y acumular en secreto, sin inspecciones ni rendición de cuentas, noventa ojivas nucleares, reservadas para la llamada “opción Sansón”, último recurso frente a una “amenaza existencial”, según apuntó Shimon Peres en el año 2009, pero que el exministro israelí Amichai Eliyahu propuso en 2023 utilizar contra Hamas en Gaza. Todo esto puede hacerlo, lo hemos visto, sin la menor oposición ni condena. Aún más: la única explicación de que Trump renunciase a sus promesas electorales, interrumpiese sus conversaciones con Irán y sumase al plan israelí 125 aviones, 75 proyectiles y 14 bombas de 13.000 kilos para destruir de un golpe las instalaciones sobre las que se estaba negociando, la única explicación -digo- es que Israel ejerce en realidad el papel de primera potencia mundial y EEUU es sólo su sicario armado.
El tercer objetivo de Israel, inseparable de esta demostración de impunidad imperial, ha tenido como pivote Europa. Ya hemos visto, en efecto, la timidez frente al genocidio de las reacciones europeas, que se limitan a declaraciones de condena, pero que siguen evitando, mientras la ONU declara oficialmente la hambruna en Gaza, ninguna medida concreta. Lo he dicho otras veces: son las ventajas de cometer dos crímenes en lugar de uno: el segundo no solo hace olvidar el primero sino que hace bueno al agresor. En castellano, dos negaciones no equivalen a una afirmación; en geopolítica moral sí: si violas dos veces el derecho internacional, te conviertes, como dice el representante israelí en la ONU, Danny Danon, en “defensor del mundo libre”. Pocas cosas me han parecido más descorazonadoras en estos meses que las reacciones de los dirigentes de la UE al criminal y peligrosísimo ataque de Israel sobre Irán. Von der Leyen dio por buena la acción: “Irán nunca debe tener la bomba atómica”. El comunicado del G7, firmado por la UE, reconoció “el derecho a la defensa de Israel” y habló de Irán, el país agredido, como de “la mayor fuente de inestabilidad y terrorismo en el mundo”. ¿Y qué decir del alemán Merz, que dio las gracias a Netanyahu “por hacernos el trabajo sucio”? El genocidio en Gaza, junto a la agresión militar a cinco países (Líbano, Yemen, Siria, Irán) convierten a Israel en un peligro mundial no inferior al que representa la invasión rusa de Ucrania. La diferencia es que, mientras en Ucrania la UE defiende el Derecho Internacional y su propia autonomía estratégica, en Oriente Medio se revela hipócrita y dividida y se entrega sin resistencia a Trump, cuyo desprecio no deja de aumentar. ¿Por qué deberíamos querer defender a una UE que se suma a la nueva “retraducción imperial” en calidad de agente periférico, hipócrita, pusilánime y menor de un orden presidido y legitimado por la violencia? Israel y EEUU no están defendiendo, no, ni el “derecho a la defensa” ni, desde luego, el “mundo libre”. Eso que llaman Netanyahu y Trump “derecho a la defensa” es el derecho “racial” a imponerse a los otros sin más límites que el propio deseo y los propios medios de destrucción. Eso que llaman “mundo libre” es, por su parte, un mundo liberado de leyes, mediaciones e instituciones internacionales; un mundo salvaje en el que se conserva la libertad de aniquilar por la fuerza todos los obstáculos.
Uno de los rasgos más inquietantes de la nueva “retraducción imperial del mundo” es la actualización discursiva de la cuestión nuclear. ¿Debe tranquilizarnos que Irán no fabrique la bomba atómica? Sin duda. ¿Debe tranquilizarnos que se le impida hacerlo por cualquier medio? No. Conviene, en todo caso, hacerse todas las preguntas. ¿Es tranquilizador que tenga 5.000 cabezas nucleares la Rusia de Putin, que ha abandonado el acuerdo START con EEUU y el Tratado de Prohibición de los Ensayos Nucleares? ¿Y que tenga otras tantas bombas atómicas los EEUU de Donald Trump, que no descartó el uso de armas nucleares tácticas para destruir las instalaciones de Fordow? ¿Es tranquilizador que posea armas nucleares la China de Xi Jinping, de la que se sabe que busca compensar el desequilibrio de su arsenal nuclear fabricando más ojivas? ¿O que las tengan India y Pakistán, dos países enzarzados en un litigio histórico, a veces frío y a veces tórrido? ¿O que las tenga la futura Francia de Le Pen o la futura Inglaterra de Farage? ¿O que las tenga Corea del Norte, el régimen más cerrado y chiflado del mundo, con el que nadie se atreve a meterse? ¿Es tranquilizador, sobre todo, que tenga bombas atómicas Israel, que nunca ha firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear, que está cometiendo un genocidio en Gaza y cuya política exterior es la más agresiva del mundo?
Es curioso que entre los objetivos de la guerra israelí contra Irán, el mencionado Álvarez Ossorio no citara precisamente el que le ha servido de explícita justificación: me refiero a la eliminación de sus presuntas armas nucleares. No es un olvido. Es que, en realidad (como se hizo evidente hasta el anuncio del “alto el fuego), el verdadero propósito de Israel, al que ha querido arrastrar a EEUU, era el cambio de régimen. Nadie sensato puede defender al régimen iraní, un veneno para la región y un verdugo para su propia gente; pero sólo un insensato peligroso podría promover su derrocamiento desde el exterior y por la vía militar. Israel y EEUU, primera y segunda potencia mundiales, están haciendo todo lo posible para crear un orden internacional en el que se vuelva cada vez más deseable, para los que la tienen, usar la bomba atómica; y más deseable, para los que no la tienen, fabricar una. ¡Cuánto se debe maldecir Ucrania por haber cedido a Rusia en 1994 su arsenal nuclear a cambio de seguridad! ¡Cuánto se debe alegrar Kim Jong-un de tener cincuenta ojivas que le permiten mantener en la miseria económica y en el terror político y civil a su propio pueblo! En el nuevo orden de “retraducción imperial”, presidido por la fuerza desnuda, promovido por Putin, Netanyahu y Trump, asumido sin muchas resistencias por la UE, en ese orden cada vez menos democrático e institucional, cada vez más desinhibido de acción y de palabra, lo normal es que todo el mundo quiera tener la bomba atómica. Y de hecho todo el mundo lo está intentando: algunos tratan de aumentar su arsenal nuclear, otros (como Arabia Saudí o Turquía) de procurarse uno. Irán, si no es tonto y le dan tiempo, lo intentará de nuevo.
Es difícil en estos días no pensar en la URSS con un poco de nostalgia. Porque en este nuevo desorden de terror sin equilibrio, libre de las disciplinas de los bloques, sin instituciones internacionales ni aspiraciones democráticas, con líderes vesánicos y narcisistas, el deseo atómico fecunda las ambiciones de los más fuertes y acaricia los sueños de resistencia de los más débiles. Hay que exigir a nuestros dirigentes europeos que al menos no abonen esa entropía sin retorno. Si la UE quiere seguir existiendo tiene que oponerse a esta lógica desnudamente imperial, lo que la obliga, le guste o no, a emancipar sus políticas -militares, sociales y económicas- de los EEUU, antes aliado y ahora potencial enemigo; y eso implica de entrada tomar medidas concretas contra Israel, que sigue -y sigue y sigue- masacrando Gaza.