Galde 49. Uda 2025 Verano. Alberto Surio.-
Los indicios contra Santos Cerdán dislocan por completo la legislatura y colocan al PSOE ante el borde del precipicio.
‘Mafia o democracia’. Con este lema tan explícito, la derecha española se ha embarcado en una estrategia de altísima presión para cortocircuitar la legislatura de Pedro Sánchez y forzarle a un adelanto electoral. La apuesta es que unas nuevas elecciones generales confirmen lo que no fue factible en 2023 y despejen el camino a un nuevo Ejecutivo de centroderecha.
En esta ofensiva, el PP exhibe una insólita furia contra Sánchez. Se percibe un discurso muy bronco, con un nivel de agresividad inusual en el régimen de la democracia parlamentaria de 1978. Se detecta una considerable ansiedad por no acertar del todo con la tecla que le permita llegar al poder. La movilización multitudinaria del pasado 8 de junio en Madrid permitió exhibir un evidente músculo social. Porque se trató de una iniciativa que no contó con el apoyo expreso de Vox. Pero el PP y su entorno están hipermovilizados y han encontrando un marco narrativo que les resulta eficaz para excitar a su sociología al asociar a Sánchez y a su Gobierno de coalición todos los males, en especial el de la corrupción, que, aunque no es nuevo, ha encontrado en el caso Koldo-‘Abalos un inagotable filón de escándalos, junto a los procesos abiertos contra la mujer y el hermano del presidente, de incierto desenlace.
La derecha ha logrado construir una caricatura de Sánchez para concentrar toda su ira hasta demonizar al personaje. En buena medida lo ha logrado, también por algunos errores del PSOE. El precedente histórico fue Manuel Azaña en la Segunda República. Felipe González también fue en sus últimos años un personaje político muy odiado, al igual que José Luis Rodríguez Zapatero. Pero lo del sanchismo reúne características singulares y novedosas. Porque se la asocia con la ‘traición’ a España por sus acuerdos con los partidos nacionalistas e independentistas. El odio al ‘felón’ se ha convertido en el Estado español en un mecanismo muy eficaz de agitación de las conciencias. No olvidemos que el recurso emocional a la ‘Antiespaña’ siempre ha sido un combustible ideológico muy rentable para el sector más recalcitrante de la derecha española, el que tiene una concepción patrimonializadora del poder y del Estado que ha pasado de abuelos a padres y nietos. El que vio siempre con recelo la influencia de los afrancesados y el que ha construido una idea de patria sobre la hegemonía cultural e histórica de Castilla.
Élites interpeladas
Los herederos de aquella España franquista en los resortes clásicos del poder -Judicatura, fuerzas armadas y de seguridad y las élites financieras y empresariales- se sienten ahora interpelados para recuperar un timón que, creen, nunca debían haber perdido. Y casi todo vale en el intento, más aún en una sociedad que ha cambiado, en el que las redes sociales transmiten estados de ánimo en unos pocos minutos cuando antes eran cambios que tardaban décadas en cristalizar
El argumento ahora es la lucha contra la corrupción, pero se trata de una cortada un tanto instrumental, Ayer lo fue la amnistía, el Estatut catalán o la negociación con ETA y la afrenta a las víctimas del terrorismo. Siempre hay agravios que espolear.
La hiperventilación en la denuncia de la corrupción tiene que ver, sin duda, con la forma con la que Mariano Rajoy salió del poder tras una moción de censura por una sentencia del caso Gürtel. El PP tiene la espina clavada desde entonces y ahora prepara su vendetta cargado de resentimiento. Como si el PP estuviera inmaculado angelicalmente en esta materia tan resbaladiza. Como si no hubiera existido otros casos (Kitchen o Gürtel), con sus correspondientes investigaciones judiciales, que afectan de lleno a los populares. Como si el turbio asunto de la ‘Policía patriótica’ creada en los tiempos de Rajoy desde las cloacas del Ministerio del Interior para perseguir a los rivales políticos no supusiera en sí mismo un escándalo de proporciones descomunales. El relato del PP sitúa la ‘viga’ en el ojo ajeno, y en buena medida les ha servido para instalar la agenda de la conversación pública. El entramado mediático, empresarial y el bosque de intereses que le rodea ha articulado una operación política de desgaste y acoso y derribo de este Ejecutivo por tierra, mar y aire que acentúa su desgaste. Y que, sobre todo, mantiene un ruido permanente que enfanga la vida política todos los días y deja al Ejecutivo sin capacidad de reaccionar. La iniciativa del Gobierno y su labor diaria se ve neutralizada por esa permanente tenaza de presión que copa los titulares y se apodera de la opinión publicada.
Trauma no resuelto
El PP aún no ha superado el trauma de las elecciones de 2023 en las que quedó como primer partido pero sin poder alcanzar junto a Vox la mayoría absoluta que le permitiera desplazar a Sánchez. El ‘problema’ sigue instalado en esa ecuación, que la ultraderecha liderada por Santiago Abascal no ‘pincha’ y se muestra como un fenómeno muy reactivo, que conecta con un movimiento reaccionario en todo el mundo occidental. Una parte relevante de esos perdedores de la globalización que sienten miedo ante el futuro se suman a la estrategia simplificadora y negacionista de la extrema derecha. Ya sea en sus postulados abiertamente antinmigración, como en la impugnación de las apuestas por combatir el cambio climático que va a destruir el planeta, como en la respuesta visceral ante el empoderamiento de la mujer defendido por el feminismo, la extrema derecha populista ha encontrado un espacio de juego que se ha apoderado de parte del electorado, en la derecha convencional y, en algunos sitios, en la izquierda obrera clásica. Una deriva particularmente inquietante entes los jóvenes varones de menos de 40 años, que condiciona todo el discurso político, que radicaliza los mensajes hasta una insólita violencia verbal y demoniza al adversario sin matices. O blanco o negro.
Pero la realidad es bien tozuda. El PP no ha conseguido engullir a Vox y ha terminado por mimetizarse en una parte de su mensaje, sobre todo en Madrid. El recurso al nacionalismo español de sal gorda es un elocuente ejemplo de este proceso de asimilación ideológica.
Mientras Vox mantenga la presencia que tiene y siga siendo la llave de la mayoría de la derecha, el líder popular, Alberto Núñez Feijóo, no tiene margen de maniobra para desbloquear el laberinto y encontrar una salida. No va a contar con el concurso de PNV y Junts, porque la pieza de Vox hace imposible cualquier entendimiento en clave de alternativa, por mucho que, tarde o temprano, esa sintonía volverá a producirse en el seno del centroderecha. En este momento, con una EH Bildu crecida en las expectativas a medio plazo, sería suicida que el PNV se embarcara en una operación política con el PP si pasara por mantener a la ultraderecha como compañera de viaje.
La gran convulsión que ha supuesto, por ejemplo, el gesto hostil hacia el euskera y el catalán por parte de la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, por levantarse de la conferencia autonómica y abandonarla para no utilizar el pinganillo de la traducción simultánea mientras el lehendakari Pradales y el president Illa intervenían , resulta revelador de que esa táctica de agitación patriótica, más allá de caer bien en un sector del electorado de derechas, constituye un torpísimo ejercicio que destruye muchos puentes y reaviva frentes. En su apertura hacia el universo Vox, determinadas puestas en escena hacen estragos en el perfil centrista que aún puede subsistir entre los electores conservadores y liberales de la vieja escuela. Hay que constatar, por ejemplo, hasta qué punto esta estrategia de confrontación puede volver a activar una tensión identitaria que parecía bastante amortiguada en los últimos años, tanto en Euskadi como en Cataluña. Que la caldera argumental del nacionalismo vuelva a calentarse en estas dos naciones no deja de ser una valiosa contribución de la derecha más tradicional que siempre ha visto con recelo la diversidad territorial y que ahora han convertido a la España plurinacional en un nuevo mantra de ataque.
Claro que esta táctica de polarización ha sido también posible porque la apuesta de Sánchez por sus aliados, aun siendo la única numéricamente posible, conllevaba serios riesgos estructurales desde un principio. Que se haya hecho de la necesidad virtud no quita importancia a ese debate estratégico sobre las alianzas del socialismo español. Ni tampoco resta relevancia a la torpeza con la que el Partido Socialista está gestionando su ‘resistencia’ frente al acoso de la derecha, sin recuperar la iniciativa y con una tendencia al ‘y tú más’ que ya resulta irritable en el debate político.
El PP ha mostrado capacidad de presión, pero para desbloquear la situación sería necesaria una estrategia más completa. Y no se ve por ningún lado un amago de voluntad constructiva y propositiva. Las dos Españas vuelven al tablero excluyente del pasado, aunque la sociedad actual es bien distinta a la que en su momento derivó en una cruel Guerra Civil. Nadie cree que vivamos un contexto similar pero el uso de las palabras como arma arrojadiza nunca es inocuo. Convendría un ejercicio de contención. Pero en estos tiempos volátiles, se trata de una virtud analógica en trance de extinción.