En los 16 años transcurridos (2008 a 2024) entre nuestros análisis a fondo sobre la Producción de Euskal Herria para el Desperdicio y la Guerra (PEHDG), el número de, sobre todo empresas, pero también de centros tecnológicos, universitarios, de formación profesional o entidades bancarias de Hegoalde que forman parte de esa producción[1] se ha multiplicado por 3, pasando de ser alrededor de 70 a superar los 220.
En la actualidad, las numerosas políticas de rearme que se están impulsando, especialmente en Europa, apuntan a un importante incremento de ese sector de la PEHDG. Desde su vertiente económica con los 800.000 millones que pretende dedicar la UE, hasta el incremento del gasto militar al 5% del PIB que reclama la OTAN, o los casi 10.500 millones que ya ha aprobado el gobierno español. En su vertiente política más cercana, tanto con el obsceno apoyo del Gobierno Vasco a la PEHDG[2], como con la aparición del lobby armamentista vasco Zedarriak[3]. Este apoyo político parece partir de la idea de que si no fabricamos armas aquí lo harán en otros lugares (sugiriendo, sin decirlo, que perderíamos la oportunidad de lucrarnos con las muertes de población civil, la principal víctima en los conflictos bélicos). Suponemos que, por la misma lógica, cuando estalle una guerra y se recurra a carne de cañón entre la población, dirá que sean sus hijos quienes vayan ¿o entonces ya no será válido lo de, “que vaya mi hijo, porque si no les tocará ir a otros”? Dejémonos pues de hipocresías.
Es en ese contexto, teóricamente tan complicado para ello, es donde el antimilitarismo de Euskal Herria ponemos sobre la mesa[4] una propuesta de conversión transformadora. Desde hace décadas hemos venido proponiendo la conversión a producción civil de utilidad social; no obstante, en los últimos años, tras un intenso proceso de reflexión autocrítica, hemos llegado a la convicción de que hay que reformularla profundamente. En primer lugar, debemos cambiar drásticamente nuestra imagen sobre las plantillas, y el nulo papel que les asignábamos en ese proceso de conversión. Hemos de dejar de contemplarlas como “el enemigo” para pasar a considerarlas protagonistas y cómplices necesarias en ese proceso de conversión. Queremos trabajar codo con codo con ellas en ese proceso.
Pero, además, en nuestro proceso de autocrítica, nos hemos percatado de la estrechez de miras con la que habitualmente hemos analizado la realidad que nos rodea. No hemos sabido tener en cuenta que en el mundo hay otros problemas muy graves que están poniendo en riesgo la posibilidad de un futuro digno para las próximas generaciones. Ahí están las consecuencias del cambio climático; la escasez de energías y materias primas; el incremento de las catástrofes “naturales” (pero derivadas del hacer humano) y de los graves problemas medioambientales; el aumento de las posibilidades de pandemia…
Todos esos riesgos de colapso tienen un denominador común como origen: un sistema productivo, el capitalismo, que, además de basarse en la explotación y el expolio, se sustenta en el patriarcado que, entre otras cosas, niega el valor de los trabajos reproductivos, y es causa de una de las peores lacras actuales, los feminicidios. Por ello, desde el antimilitarismo no podemos plantear alternativas que no tengan en cuenta estas realidades. Continuar con la anterior propuesta de producción civil podría tranquilizar nuestras conciencias y rellenar nuestras agendas militantes, pero no serviría para intentar hacer frente a los retos colectivos que como humanidad tenemos.
Por eso, en la propuesta de conversión que planteamos, el cuestionamiento del sistema productivo tiene que pasar a ser el pilar fundamental. Porque no es una alternativa de cambio real dejar de fabricar armamento para pasar a llenar los montes de molinos, o las calles de coches eléctricos, o los campos de soja transgénica o de centros de inteligencia artificial… Tampoco hay conversión transformadora si se mantiene un sistema de producción que priorice la rentabilidad económica sobre la salud humana o el medio ambiente; la acumulación de riqueza de unos pocos a costa del resto; o mejore los costes de producción a costa de expoliar y explotar a los países empobrecidos y sus poblaciones; o haga imposible el desarrollo digno de los trabajos reproductivos que posibiliten una vida digna de ser vivida.
Claro, que todo este gran reto es absolutamente inabordable para un antimilitarismo que, además, tiene una salud muy precaria. Por eso, ni podemos ni queremos protagonizarlo. O es una tarea verdaderamente colectiva, o estará condenada al fracaso.
Es inapelable que la vía para propiciar estos debates en las fábricas sean las organizaciones sindicales. Pero más importante es aún que, paralelamente, los movimientos populares y sociales hemos de encargarnos de la tarea de elaborar alternativas, realizar pedagogía y contraste de ideas, movilizar ilusiones, agitar conciencias… Desde el feminismo tendrán que surgir las propuestas de cómo diseñar un nuevo sistema productivo que permita realmente poner los cuidados y la vida en el centro. Desde el ecologismo podrán proponer nuevos productos y sistemas de producción que no solo no perjudiquen al medio ambiente y expolien recursos a la naturaleza, sino que ayuden a su recuperación. La juventud transformadora será la que tendrá que protagonizar el proceso con sus propias ideas y puntos de vista, pues son quienes más se juegan en ello, y quienes tendrán que poner el cuerpo en las movilizaciones y en las resistencias y desobediencias. El movimiento de pensionistas puede aportar su experiencia y conocimiento en las fábricas. Ni que decir tiene que desde el internacionalismo tendrían que llegar las aportaciones para que las nuevas producciones y su forma de comercio no exploten ni expolien a otros pueblos.
En ese proceso, parece fundamental contactar con las poblaciones de los lugares en los que se ubican las fábricas, conocer qué necesidades reales tienen y cuáles de ellas no son cubiertas por las imposiciones del mercado. Esas producciones garantizarán los puestos de trabajo, dignificarán el trabajo de las plantillas y darán respuestas a necesidades sociales que el mercado actual niega.
¿Por qué empezar por la armagintza a cuestionar el mal común del sistema productivo capitalista? Porque creemos que empezar por este sector tiene dos importantes ventajas. En primer lugar, que no es necesario explicar demasiado a la población las razones por las que se aboga por la conversión de la PEHDG. Es una realidad que nos avergüenza a la mayoría. En segundo lugar, porque si una de las características principales de este sector es que se nutre exclusivamente de fondos públicos (nuestro dinero), lo natural sería que fuéramos nosotras (las plantillas y la población del lugar preferentemente) quienes decidieran qué producir, cómo producirlo y para qué producirlo. Este planteamiento probablemente infarte a Zedarriak y al gobierno de Pradales, pero seguramente genere esperanza e ilusión en buena parte de las generaciones jóvenes que pueden ver en ella una vía para transitar hacia un modelo social y económico distinto, que posibilite el futuro y no lo amenace.
Para este tipo de grandes retos colectivos, en Euskal Herria, históricamente, contamos con una herramienta popular maravillosa: el auzolan. Pero a ese auzolan no es el antimilitarismo quien lo debe convocar. Debe ser una llamada colectiva y plural, la única forma de dotarla de la legitimidad popular que lo haga posible. Y en esa línea se está trabajando. Así que cuando Zedarriak, el Gobierno Vasco u otros interesados armamentistas pregunten cuál es nuestra alternativa a la industria militar, podremos dejarles claro una posibilidad de la que no quieren ni oír hablar: abolir la producción para el desperdicio y la guerra, para que en EH no se fabriquen más guerras.
Para profundizar en todo ello hemos elaborado un texto (Conversión de la industria militar en Euskal Herria. Para no fabricar más guerras; editado por Zapateneo, 2025) donde, además de dar cuenta una a una de las más de 200 empresas que forman parte de la PEHDG, nos preguntamos sobre cuestiones como ¿Viene “la guerra”?, ¿qué tipo de guerra?, ¿estamos ya en guerra?, ¿a quién interesa “la guerra” y por qué? Finalmente, indaga sobre la posibilidad de llevar a cabo esa conversión a producción civil de utilidad social, que cuestione el sistema productivo.
Gasteizkoak, colectivo antimilitarista
[1] Excluido el sector de control y “seguridad”, que requiere un análisis aparte, tanto por su dimensión como por sus características, que hoy por hoy escapa a nuestras capacidades.
[2] Ver https://www.elsaltodiario.com/opinion/abriendo-debate-industria-militar-plantean-gobierno-vasco-zedarriak
[3] Ver http://gasteizkoak.org/zedarriak-y-sus-intereses-e-implicaciones-como-lobby-de-la-armagintza-pehdg/
[4] No solo Gasteizkoak, sino el conjunto de colectivos antimilitaristas que nos agrupamos en el espacio de encuentro Antimilitaristak EH.



